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Francisco Calés, música universal con raíces aragonesas Francisco Calés, música universal con raíces aragonesas
Portada del CD que grabó la Orquesta de Córdoba con dos sinfonías compuestas por el zaragozano Francisco Calés

Francisco Calés, música universal con raíces aragonesas

José Luis Temes y la Orquesta de Córdoba rescatan del olvido al compositor
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El compositor y musicólogo José Luis Temes, Premio Nacional de Música y director del Curso de Música de la Fundación Santa María de Albarracín, rescató del olvido la figura del compositor zaragozano Francisco Calés (1886-1957) con la edición de un CD que contó con el apoyo económico del departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón y la colaboración de la SGAE, que presentaba dos sinfonías grabadas por Temes dirigiendo a la Orquesta de Córdoba con la ayuda del excelente trabajo técnico de Javier Monteverde.

Más de cien años han tenido que pasar para que llegaran hasta nosotros las excepcionales composiciones del aragonés, perteneciente a la llamada Generación de Maestros de Manuel de Falla y Joaquín Turina, formado en Madrid bajo el magisterio, entre otros, de Tomás Bretón y Emilio Serrano. Se inició muy joven en la composición musical, pero ante la imposibilidad de vivir de ello, en 1913 ingresó en el Cuerpo de Directores de Música del Ejército, para el que compuso, entre otras obras, la famosa marcha militar legionaria, Tercios Heroicos. Hacia 1931 abandonó la milicia para dedicarse por entero a la enseñanza, de manera que a partir de 1942 fue profesor de solfeo del Real Conservatorio de Madrid.

Sus primeras composiciones fueron Rosignola, La fiesta de las rosas, Impresiones sinfónicas, el Scherzo en sol menor (estrenado en 1908 bajo la dirección de Bretón) y el Poema Helénico sobre Dafnis y Cloe. Además de las sinfonías objeto de esta reseña, dentro de su actividad compositiva destacan también su Misa solemne en Do menor, interpretada en la catedral de Madrid en 1913, y sus óperas, El miserere de las montañas (1913), Las sombras del bosque (1914), con la que obtuvo el Premio de Roma otorgado por la Real Academia de Bellas Artes, y La del pañuelo blanco, ópera en un acto premiada en el concurso del Estado del año 1924.

Las dos obras aquí presentadas son composiciones de juventud, la Sinfonía I es de 1912, con la que ganó el concurso del Círculo de Bellas Artes de Madrid y se estrenó en 1915, en el Teatro Price de Madrid, obteniendo un éxito importante. No así la Sinfonía II, de 1916, que tuvo que esperar hasta el año 2010 para ser interpretada por primera vez por la Orquesta Sinfónica de Castilla-León bajo la dirección de José Luis Temes.

La Sinfonía I es un ejercicio de estilo tardo romántico en el que el compositor, dominado por el ímpetu juvenil de quien quiere mostrar todo su saber, con un primer y un último tiempo de largas dimensiones, manifiesta múltiples influencias que van desde la exaltación romántica de esa colosal apertura con violines del primero, Allegro appasionato, pasando por Brahms y Strauss –evidente en el segundo, Adagio Molto–, hasta llegar a Mahler en su final, Allegro giusto.

La Sinfonía II, mucho más personal y moderna, evidencia un Calés sin complejos que, seguro de su técnica, indaga –de forma tan misteriosa como increíble para un compositor español de su época–, en los caminos de la modernidad y las vanguardias, introduciendo y mezclando de forma prodigiosa resonancias de jazz, hasta el punto de que parece anticiparse en algunos momentos a la música de George Gershwin presente en las películas de Hollywood, que alcanza su apoteosis en un final brillante propio de las grandes bandas sonoras del mejor cine de los años cuarenta y cincuenta, pero sin olvidar los guiños al pasado hispanoárabe, ese estereotipo musical que podíamos denominar alhambrista.

Ambas sinfonías muestran a un compositor con facilidad para la orquestación, melodista refinado con buen gusto y poderoso en la exposición de los temas, que en modo alguno renuncia a sus orígenes hispanos, de manera que podríamos afirmar que pretende hacer música universal sin renunciar en absoluto a sus raíces.

El trabajo de José Luis Temes –a quien debemos gran parte del análisis musicológico aquí presentado– al frente de la Orquesta de Córdoba es de enorme calidad, define con precisión los detalles e identifica y señala los planos sonoros de unas obras muy interesantes, que no merecían el castigo del ostracismo en el que se hallaban, y que estamos seguros se incorporarán con este extraordinario trabajo al repertorio de las orquestas nacionales, y esperemos que también de las internacionales.

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