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Galaxia Gutenberg publica ‘Colaboracionistas’, obra escrita por el historiador turolense David Alegre Galaxia Gutenberg publica ‘Colaboracionistas’, obra escrita por el historiador turolense David Alegre
Fotografía de David Alegre, historiador turolense

Galaxia Gutenberg publica ‘Colaboracionistas’, obra escrita por el historiador turolense David Alegre

“El mito de la resistencia de Europa ante el invasor nazi en la Segunda Guerra Mundial es falso”
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Galaxia Gutenberg ha publicado Colaboracionistas. Europa occidental y el Nuevo Orden Nazi, la última obra escrita por el historiador turolense David Alegre. El análisis se centra en un fenómeno poco estudiando y sin embargo decisivo a la hora de explicar el éxito, fugaz pero arrollador, del III Reich: el alto nivel de colaboracionismo con los alemanes que existió en los países ocupados entre 1939 y 1945. Alegre sostiene que, en una época en la que nadie daba un duro por las democracias europeas, buena parte de la derecha y de las élites dominantes se cambiaron de chaqueta sin ningún pudor y buscaron su sitio -un buen sitio- por si el nuevo orden mundial duraba 1.000 años. El mito de una Europa unida y resistente contra el fascismo no es más que eso, un mito que se inventó cuando el guion dio un giro inesperado, los aliados ganaron la guerra y (casi) todo el mundo decidió mirar para otro lado.

-¿A grandes rasgos, qué aborda su obra Colaboracionistas?

-El libro es el resultado de mi tesis doctoral, e intenta analizar el fenómeno del colaboracionismo con el III Reich en los países ocupados en la Segunda Guerra Mundial (SGM). Analizar quién colabora y por qué y qué diferentes perfiles existen. Me centro especialmente en los partidos fascistas locales que existen en cada país ocupado, que son quienes principalmente nutren de esos hombres y mujeres colaboracionistas. Y se da una interesante paradoja: esos partidos fascistas de ultraderecha eran ultranacionalistas, defensores a ultranza de la soberanía nacional, y sin embargo terminaron colaborando con un ocupante extranjero... Es contradictorio y a nivel filosófico te permite entrar en cuestiones relacionadas con los principios políticos o la traición.

-El suyo es un ensayo bastante especializado... ¿a qué publico se dirige?

-Este libro es el resultado de mi tesis doctoral. La hice en 2012, la defendí en 2017 desde entonces estaba madurando. No se puede hacer una tesis sin la ambición de que sea leída por un público amplio. Mi pasión por la historia se debe a querer llegar a la gente, por hacer accesible el conocimiento histórico y aportar herramientas para una conciencia crítica a un lector con intereses culturales, lógicamente, pero sin que necesariamente sea experto. A lo largo de mi experiencia editorial y docente estoy aprendiendo que puedes mostrar que el pasado es complejo pero no inaccesible. Eso, y la mezcla entre conceptos amplios y experiencias y testimonios concretos que los explican y matizan, y que permiten verle el rostro humano a la historia, es mi forma de concebir el oficio.

-Una de las tesis que usted maneja en el ensayo es que el alto nivel de colaboracionismo con los nazis en los países ocupados fue absolutamente decisivo para el éxito inicial de Alemania.

-Así es. Y considero que una de las cosas más interesantes para el público lector es justamente que esta investigación tira abajo algunos mitos. La Alemania nazi ejerció un poder propagandístico absoluto a través de mitos y leyendas, y ejerció gran fascinación a través de ideas como la eficiencia en el control de los recursos para el esfuerzo de guerra, o la invencibilidad en el campo de batalla, que todavía persisten en nuestros días y que son reflejo del éxito que tuvo esta propaganda.

Pero el análisis de los hechos reales demuestra que si Alemania no hubiera contado con muchos apoyos internos en cada país, sinceros y reales, con muchas capas sociales que apoyaron la ocupación por razones prácticas y de conveniencia, como ha ocurrido en Irak o Afganistán, no hubieran llegado hasta donde llegaron. Alemania se pegó cinco años en Noruega con 1.000 funcionarios alemanes. En Francia solo hicieron falta 1.500 funcionarios y 6.000 policías alemanes para controlar un país con 40 millones de habitantes. Es obvio que la burocracia noruega o francesa funcionaron de forma plenamente operativas, ajustándose a los deseos alemanes.

-¿Qué lectura hace de eso?

-Da mucho que pensar, desde luego. Pero es que en 1940 y 1941 Alemania tiene un capital militar enorme, se considera un paradigma de éxito en la superación de la Gran Depresión, nadie lo ha hecho tan bien como Alemania... Es comprensible que muchas personas de las elites de los países ocupados, que no sabían cómo iba a terminar la guerra, que no sabían que existía Auschwitz y que no sabían que Hitler acabaría suicidándose pocos años después, se plantearan una reforma en sus propios regímenes políticos. La democracia liberal había demostrado ser ineficaz contra la crisis y en 1941 parece que la victoria alemana es inevitable. Y cuando Alemania invade la URSS esa clase política y económica de los países ocupados ven la posibilidad de recuperar intereses que habían perdido en Europa oriental tras la revolución de 1917, y se configuran en lobbies de opinión para presionar sobre esos intereses que existen en los territorios que el Reich está conquistando al comienzo de la invasión a la Unión Soviética. Todo el mundo quiso sacar partido de ese gran imperio que estaba formando Alemania.

-¿Dónde acudía el Reich en busca de aliados cuando ocupaba un país?

-Los alemanes tenían muy claro que cada régimen europeo era diferente y que las políticas de ocupación debían estar diseñadas para cada caso. No fue lo mismo en Dinamarca que en Países Bajos, Francia o Bélgica. Pero algo que tuvieron en común es que los alemanes, que eran pragmáticos y solo buscaban pactos útiles y amplios, intentaron entenderse primero con la derecha conservadora y las élites de cada país. El caso más interesante y curioso fue el de Dinamarca, que hasta 1943 mantuvo un modelo político democrático, y hasta tuvo elecciones democráticas. (Aunque con la victoria de los partidos antialemanes, Alemania disolvió el Parlamento Danés e instauró una ocupación más estricta).

-¿Las razones de los colaboracionistas pudieron ser legítimas en algún caso?

-Bueno, a cambio de colaborar con los nazis las élites pudieron seguir impulsando sus negocios bajo el pretexto, a veces sincero y a veces no, de preservar los intereses nacionales. Muchas de estas élites querían evitar que los alemanes tomaran el control total de sus países. Si no colaboraban daban por hecho que la industria sería desmantelada y los trabajadores llevados a Alemania.

-¿Qué papel ocuparon los partidos fascistas locales en cada país ocupado?

-Escaso. De entrada los alemanes no querían pactar con ellos porque eran minoritarios. Lejos de haber obtenido el éxito y el apoyo de las masas como en Alemania, sobrevivían en sus países sin ningún apoyo popular. A los ojos de los alemanes eran ridículos e ineficaces, fueron profundamente despreciados y, de hecho, generó intrigas y sucesos históricos apasionantes. Por su parte estos partidos tenían un difícil papel. Eran de naturaleza ultranacionalista y no podían apoyar a un invasor extranjero que ponía en peligro la soberanía nacional. Pero aún así intentarán colaborar con el Reich porque son conscientes de su irrelevancia... saben que nunca tendrán el apoyo de la gente y se les abre una ventana histórica de acceder al poder y ganar prestigio siéndoles de utilidad a los nazis. Cuando se conoce la invasión de la URSS se ponen en marcha unidades de voluntarios para combatir el comunismo. Los partidos fascistas creen que van a ganarse el favor de Alemania, pero es justo al revés, porque reclutan muy pocos voluntarios. Lo que se esperaba como una operación rápida se convierte en una batalla de cuatro años de duración, y los propios cuadros dirigentes de los partidos fascistas locales se ven obligados a nutrir esas unidades militares, que irán cayendo poco a poco.

-¿Existió la figura del colaboracionista ‘bondadoso’? Casos fuera de Alemania como el de Oskar Schindler, que salvó a unos 1.200 judíos de los hornos, aunque al mismo tiempo apoyó a un partido que, en última instancia, fue responsable de 70 millones de muertes en todo el mundo...

-Renault, Michelín... son ejemplos de empresas que colaboraron y se lucraron de la maquinaria nazi, aunque defienden que lo hicieron bajo presupuestos patrióticos, para mantener la industria nacional. Y hubo muchos otros casos que jugaron a dos bandas. En Dinamarca se construyó el mito de que fueron refractarios al nazismo, pero es falso. Eso pone de manifiesto la complejidad de la naturaleza humana, y sus motivaciones contradictorias entre sí. Dinamarca fue el único caso de país que se negó a deportar a su población judía, y evacuó clandestinamente a unos 7.000 a Suecia, en un caso sin paralelismos. Pero al mismo tiempo los daneses no tuvieron ningún problema para deportar judíos que no eran daneses, sino refugiados austríacos o alemanes que huyeron en los años 30 de las persecuciones. Ese doble rasero fue ocultado por el estado danés para alentar el mito de la resistencia, y no se conoció hasta hace menos de dos décadas, dando lugar a un importante debate público.

-¿Qué hay del caso español, que no fue estrictamente un país ocupado por Alemania?

-Es muy interesante y en este caso yo soy deudor de colegas que llevan años investigando el papel de España. Su papel es especial por sus condiciones tras la guerra civil y su dictadura alineada económica, política e ideológicamente con el Eje. El mito de que Franco salvó a España de participar en la guerra es falso, la principal causa de esto fue que el país estaba devastado a causa de la guerra civil. Pero al mismo tiempo España no quería perder la oportunidad de participar en el nuevo orden mundial que surgiría de la victoria del fascismo en Europa, que parecía inminente. Lo de Hendaya no tiene ningún misterio; Hitler vio que la entrada de España suponía más una carga que una ventaja, pero incluso antes de que se conozca públicamente la invasión de la URSS Serrano Suñer y los responsables españoles de Exteriores presionaron para tomar parte en dicha invasión. Y España envió la unidad de voluntarios más grande de toda Europa, solo comparable a la de Países Bajos. España tenía mucho que ganar con el nuevo imperio alemán.

-¿Qué ocurrió con todos esos colaboracionistas europeos con la estrepitosa caída del III Reich?

-Abordo esa cuestión en el último capítulo del libro, y es una de las más interesantes, porque generó una fractura social tremenda porque se rompieron los mitos de la unidad nacional, fundamental en el actual concepto de Estado. Explica que en países como Dinamarca, Noruega o Países Bajos se reinstaurara la pena de muerte, por ejemplo. Se abrieron innumerables procesos judiciales; en octubre de 1944 el gobierno noruego en el exilio habla de abrir causas a un 3.2% de la población, de las que al final 18.000 personas acabaron en prisión, o en Francia 209 personas investigadas por cada 100.000 habitantes. Pero los británicos iban a gestionar la paz, con la guerra fría cuyo comienzo se vislumbraba, y necesitaban países económicamente viables. En Países Bajos se iba el 6% del presupuesto en mantener a esos presos políticos en las cárceles, que además en muchos casos eran gente con formación, en un contexto de ciudades devastadas y de hambruna, o gente joven que si la excluías de la sociedad abrazarían el fascismo todavía con más fuerza cuando salieran de la cárcel. Así que, aunque resultara paradójico, las potencias aliadas presionaron para que terminaran las depuraciones.

-¿Para que se hiciera la vista gorda?

-Se hicieron juicios-espectáculo como cortina de humo y el resto de la gente siguió con sus vidas. Empezaron a proclamarse amnistías, hasta la última de 1951, y la gente salió a la calle, algunos con delitos muy graves, con asesinatos o el saqueo de sus propios países a sus espaldas. En resumen, al final de la guerra el colaboracionista se convirtió en el paradigma del traidor y hubo muchos deseos de vengarse de él, pero al final se impuso la necesidad de hacer la vista gorda.

-¿Tuvo algún tipo de consecuencia aquel borrón y cuenta nueva con los elementos que ayudaron activamente a los nazis? ¿Alguna que todavía se proyecte en nuestro presente?

-La refundación social y política de Europa se ha hecho en base al mito del resistencialismo. Hubo colaboracionistas que estuvieron en la cárcel varios años, hasta las amnistías, y eso generó solidaridad entre ellos y sus familias y amigos, que consideraban una injusticia que se les culpara porque ellos solo querían un buen futuro para su patria. Al salir de prisión, estos elementos reconstituyeron los primeros partidos de extrema derecha de la Europa postfascista y las primeras organizaciones internacionales que las aglutinó, con nuevas siglas y reciclándose, lógicamente, eliminando los elementos más inaceptables y que en mayor medida se identificaban con el fascismo alemán. Lo que tenemos ahora es la unión de esos viejos colaboracionistas, fraguada en torno al mito de la lucha anticomunista, que se consideraron el precedente de la OTAN como primer ejército internacional. El mito del colaboracionista con el fascismo que en realidad es un héroe que se levanta contra el comunismo subsiste, el Frente Nacional francés se levanta en torno a ese mito y después ha inspirado a todos los partidos fascistas europeos actuales, incluido VOX en España.

-¿Significa eso que la herida se cerró en falso?

-Sí. El mito de esa resistencia de Europa contra el invasor es falso pero sobrevive porque, por cuestiones prácticas, las depuraciones por colaborar con los nazis tuvieron que reducirse a casos muy concretos. De ahí que en la actualidad pensemos que fue algo muy minoritario.