

Hemeroteca: el asesinato del artista Abel Martín, un crimen sin culpables 25 años después
El serigrafista nacido en Mosqueruela apareció muerto en su casa madrileña hace un cuarto de sigloEl cadáver de Abel Martín lo encontró una mañana la asistenta de la casa, María Magdalena Sanz, cubierto por una sábana desde la cintura a la cabeza y con varias heridas. Era el 6 de agosto de 1993. La entrada del chalet madrileño en el que vivía estaba sin forzar y había señales de que algunos cuadros habían desaparecido. A pesar de ello, en aquellos primeros días el móvil se presuponía pasional, leíamos en la prensa, pero un persistente guardia civil que investigó el crimen consiguió llevar ante el juez, 17 años después, a dos portugueses acusados de acabar con la vida del serigrafista al entrar a robar en su casa. Finalmente fueron absueltos en una sentencia que pocos comprendieron, y el caso ha quedado grabado en las crónicas de sucesos que encontraron en la mezcla de arte, muerte e incógnitas un cóctel amargamente atractivo.
Pintor y grabador, han destacado de él que introdujo la serigrafía como técnica en España junto a Eusebio Sempere, del que fue compañero inseparable hasta la muerte de este, y que sin su trabajo no se entiende que grandes creadores después comprendieran que era una forma de acercar el arte al gran público. Este mes de agosto se cumplen 25 años de su muerte que conmocionó entonces al mundo artístico y que hoy siguen lamentando quienes le conocieron y admiraron.
Estaba tendido en el suelo y cubierto con una sábana desde la cintura hasta la cabeza. Presentaba una herida en la frente que hizo pensar en un principio que la muerte del pintor había sido a consecuencia de un disparo, extremo que la autopsia descartó. El martes 10 de agosto de 1993 este periódico daba cuenta de la muerte Abel Martín en la misma información en la que explicaba que cientos de personas habían acudido al entierro en su localidad natal, Mosqueruela, donde pasaba temporadas en los meses de verano, a pesar de que su residencia la tenía fijada en Madrid.
No había tampoco señales de pelea, y el hecho de que hubieran desaparecido algunos cuadros pero no otros a los que se les presuponía mucho valor, hizo que en un primer momento la hipótesis más probable para explicar esta muerte parece ser la que apunta a un móvil de tipo pasional o sexual, según fuentes próximas a la investigación consultada por la Agencia Efe en Madrid, cometida además por alguien conocido por la víctima al no haber encontrado ninguna entrada forzada, leíamos en aquella información.
La Guardia Civil asumió la investigación del caso y a la vuelta de vacaciones, el agente Joaquín Palacios fue a quien llegaron aquellos primeros informes que marcarían su vida profesional. Así lo relata Lorenzo Silva en su libro Líneas de sombras. Historias de criminales y policías, publicado en 2005, donde relata la investigación del guardia civil a quien aquel crimen le cambió la vida.
Cuadros valiosos
Cuando comprobaron que los cuadros que habían dejado en la casa eran de menor valor, la hipótesis del robo cobró fuerza, aunque la tarea entonces era identificar las obras. Había de Picasso, Miró, Julio González o Manuel Mompó, pero hubo que rastrear otros como el que había dejado un notorio hueco en una pared, que la asistenta definió como una obra con muchos “rayajos” y que descubrieron que se trataba de “Composición azul-verde” de Serge Poilakoff.
La Guardia Civil realizó, decía Silva en el artículo de su libro, más de 500 entrevistas al entorno de los artistas y acabó introduciéndose en un mundo, el del arte, que hasta entonces desconocía y que le acabaría apasionando.
Volvió Joaquín Palacios al bar La Rozeña que Abel Martín frecuentaba. Allí le dieron la pista sobre una comida que tuvo con unos portugueses y con esa información relacionó un número de teléfono anotado por Martín con el prefijo del país vecino. Probó suerte y llamó. Al otro lado respondió el doctor Montezuma, que había atendido a Eusebio Sempere en la última etapa de su enfermedad. El portugués contó a Palacios que había visitado la casa junto a su hijo en 1984 y que le habían querido regalar un Picasso. En el relato de Silva leemos que el investigador vio ahí una vía abierta en un caso que había empezado a encallarse, sobre todo cuando el doctor le dijo que su hijo había fracasado con una galería de arte y que junto a su hermano llevaba “mala vida”.
En contacto con la policía portuguesa, acabó hallando varias piezas de las robadas, no en casa de los hermanos, pero a ellos les encontró un papel del que intentaron deshacerse tirándolo al baño y en el que había unas medidas, iniciales y una fecha de lo que sería una de las obras robadas. También halló pruebas de que habían estado en España por esas fechas.
A pesar de los indicios, continúa el relato de Silva, el fiscal portugués dijo que había escasez de pruebas y no accedió a extraditarlos a España por lo que quedaron en libertad, aunque con una orden de búsqueda y captura internacional.
Tendiendo una red
Palacios continuó tendiendo una red para encontrar las obras robadas por las galerías de arte y subastas y que el hilo le llevara de nuevo a los autores. Durante años visitó cada año la feria Arco y fue repartiendo tarjetas para que se pusieran en contacto con él si aparecía alguna de las piezas robadas. En la edición de 1996 de esta feria internacional de Madrid, el guardia civil se sorprendió al ver una de las piezas del lote de Julio González robado, el dibujo Hombre cactus. Siguió su rastro por galerías y descubrió que no era original sino una serigrafía perfecta de Eusebio y Abel pero en 1998 un galerista de París le avisó de que el lote íntegro de Julio González salía a la venta en una pequeña sala de subastas de Bruselas. Hasta allí las había llevado un portugués que acabó declarando que se las habían vendido los hermanos Montezuma.
Este hecho lo considera probado la Audiencia Provincial de Madrid, tal y como recoge también Lorenzo Silva en un artículo más extenso que el del libro, que dedica a la muerte y la investigación del crimen de Abel Martín y que podemos encontrar en su web personal bajo el título Un asesinato impune.
Absolución
Pero también en este artículo recuerda que la Audiencia Provincial de Madrid, que finalmente los juzgó en 2008, acabó absolviendo a los hermanos de la muerte de Abel Martín, porque el hecho de que tuvieran las obras robadas, consideró el juzgado no determinan necesariamente la conclusión de que los dos acusados, actuando conjuntamente, dieron muerte e Abel Martín, porque se puede dar la circunstancia de que fuera solo uno de ellos el autor del crimen, o que fuera un tercero quien cometiera el homicidio, o que accedieran después del crimen a la casa para robar.
Durante el juicio además, según el relato de aquellos días, la defensa de los hermanos alegó que el investigador estaba obsesionado con capturarles y el fragmento de la sentencia que recoge Silva en su web asume en cierto modo esa premisa, al hacer referencia al “efecto Rosenthal”, que recoge que los prejuicios del investigador influyen en el resultado de los experimentos.
Con la sentencia absolutoria y la ratificación por el Tribunal Supremo, el asesinato de Abel Martín continúa hoy impune, 25 años después de su muerte, y así lo lamente el propio Silva: “Alguien lo hizo, alguien que no ha tenido que afrontar su responsabilidad y que verosímilmente nunca habrá de afrontarla. A aquel hombre asesinado con alevosía y a quienes dejó para llorarlo, se les ha fallado amarga y estrepitosamente”.