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La lana que pisamos: reflexiones desde el campo turolense La lana que pisamos: reflexiones desde el campo turolense
Mapa de lanas de Aragón

La lana que pisamos: reflexiones desde el campo turolense

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Blanca Abril  Miembro del Joven Consejo Científico del IET, Coordinadora del proyecto FITE ENlanaTE, CITA


En Teruel, donde el paisaje está trenzado de bancales, ovejas y memoria, la lana ha sido, durante generaciones, una presencia constante. No solo en las mantas, colchones o los jerséis que calentaban los inviernos, sino en las economías familiares, en los ritmos del año y en las conversaciones junto al fuego. Era parte del calendario, del lenguaje y de la identidad rural.

Sin embargo, en los últimos tiempos, esa lana ha quedado al margen. Y no porque haya desaparecido, sino porque ha dejado de tener un lugar claro en el presente. Ya no hay artesanos suficientes que la trabajen, ni industria que la recoja, ni mercados que la valoren. Se ha hecho invisible. Y como tantas otras cosas del mundo rural, lo invisible corre el riesgo de ser olvidado.

Hoy, nuevas investigaciones y experiencias en torno al aprovechamiento de la lana están ayudando a reencontrarnos con este recurso. No desde la nostalgia, sino desde la sostenibilidad. Desde una mirada que une ciencia, agricultura y cultura rural. Desde la certeza de que en lo local pueden estar las respuestas que necesitamos para los grandes desafíos globales.

Ovejas que tejen paisaje

La provincia de Teruel cuenta con más de 530.000 cabezas de ganado ovino. Una cifra que no solo refleja una actividad económica, sino una forma de vida, una relación con el territorio, una red de conocimientos transmitidos de generación en generación.

En el territorio turolense conviven diversas razas ovinas, muchas de ellas autóctonas, como la Ojinegra de Teruel, la Rasa Aragonesa, la Maellana, la Roya Bilbilitana o la Cartera. Son razas que no han sido seleccionadas únicamente por su productividad, sino que han evolucionado en equilibrio con el paisaje, el clima y el saber ganadero local. Aunque sus lanas no poseen la finura de la Merina —presente también en la provincia a través de la Merina de los Montes Universales—, aportan otras cualidades igual de valiosas: son fibras resistentes, transpirables, térmicamente estables y con un contenido en nitrógeno que abre la puerta a usos agronómicos y sostenibles.

Hasta hace poco, estas cualidades no se habían explorado más allá del uso textil. Pero la ciencia está empezando a mirarlas con otros ojos: preguntándose qué puede ofrecer esta lana a la agricultura, al medio ambiente y a los sistemas agroecológicos del futuro.

Una manta para el suelo

Una de las aplicaciones más prometedoras es su uso como acolchado orgánico en cultivos agrícolas. Ensayos realizados en distintas zonas semiáridas han demostrado que la lana, aplicada sobre el suelo, ayuda a conservar la humedad, reducir la erosión, moderar la temperatura y limitar el crecimiento de flora adventicia.

En un contexto como el turolense, donde las altas temperaturas y la escasez de agua condicionan la viabilidad de cultivos como el olivo o el almendro, estas propiedades adquieren un valor estratégico. La lana, que durante años ha estado fuera del sistema productivo, puede convertirse en una infraestructura natural de adaptación al cambio climático.

Además, se están explorando nuevas aplicaciones en cultivos hortícolas, donde se evalúa su efecto sobre la eficiencia del riego, y en sistemas de riego por goteo, donde puede actuar como aislante térmico para proteger las conducciones. Todo ello sin necesidad de productos químicos ni materiales externos. Solo con lo que ya tenemos.
 

Acolchado de lana en tomateras

Lana que alimenta la tierra

Pero la lana no solo protege el suelo desde fuera. También puede nutrirlo desde dentro. Una segunda vía de aprovechamiento que se está investigando es su uso en compostaje, junto a estiércoles y restos vegetales. Su composición rica en nitrógeno, su estructura y su lenta descomposición la convierten en un complemento ideal para mejorar la calidad del compost.

Aplicado a cultivos, este compost con lana aumenta la fertilidad, mejora la estructura del suelo y favorece la biodiversidad microbiana. En otras palabras: devuelve vida a la tierra. Y lo hace cerrando un ciclo perfecto: la oveja produce lana, esa lana regresa al suelo y el suelo alimenta nuevos cultivos. Es economía circular en estado puro. Es sentido común rural. Y es, también, una forma de reconciliarnos con la tierra desde la ciencia.

Oportunidad para el medio rural

La revalorización de la lana no es solo una cuestión técnica o científica. Es, sobre todo, una oportunidad para repensar el medio rural desde dentro. Activa sectores como la ganadería extensiva, la agricultura regenerativa, la bioconstrucción, la educación ambiental y la economía social. Conecta saberes tradicionales con nuevas investigaciones. Y permite que el valor se quede en el territorio.

Estas propuestas no requieren grandes infraestructuras ni soluciones importadas. Requieren mirar lo que ya existe con otros ojos, y trabajar en red: investigadores, ganaderos, técnicos, formadores, consumidores. Requieren también políticas públicas que acompañen y apoyen este tipo de innovaciones de bajo coste y alto impacto.

Además, tienen un valor simbólico y pedagógico incalculable. Nos recuerdan que no todo lo que no se usa es un residuo. Que muchos de los recursos que necesitamos para enfrentar el futuro ya están aquí, esperando ser recuperados, reinterpretados, reactivados.

Un gesto sencillo: volver a mirar

Durante años, la lana ha estado ahí, presente pero silenciosa. Sin mercado, sin destino claro. Hoy, comienza a recuperar un lugar, no como una materia prima del pasado, sino como un recurso del futuro. Ya no se trata solo de vestirnos con lana, sino de convivir con ella en múltiples formas: en el suelo, en el compost, en las estrategias de adaptación rural.

Este redescubrimiento es también una invitación. A mirar lo que tenemos cerca. A confiar en nuestros recursos y en nuestra capacidad de innovar desde lo sencillo. A pensar que, tal vez, el progreso no venga solo de lo tecnológico o lo lejano, sino también de lo local, lo sobrio, lo posible.

La lana de nuestras ovejas puede no ser merina. Pero tiene una dignidad propia, tejida con siglos de historia y cargada de posibilidades. Y quizás ahora, por fin, estemos en condiciones de reconocerla.