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La mirada crítica de Judith Prat regresa a la provincia con la exposición ‘Expolio’ La mirada crítica de Judith Prat regresa a la provincia con la exposición ‘Expolio’
La fotoperiodista Judith Prat expone en Calamocha y el próximo sábado ofrecerá en esa localidad una conferencia. Juan ‘Indio’ Moro

La mirada crítica de Judith Prat regresa a la provincia con la exposición ‘Expolio’

Calamocha acoge una muestra de fotografía sobre Nigeria y la República Democrática del Congo
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Judith Prat (Altorricón, 1973) es una de las referencias aragonesas y nacionales del fotoperiodismo. Lleva toda su vida viajando por África, América Latina y Oriente Medio documentando conflictos, guerras y violaciones de los derechos humanos para alguno de los medios de comunicación más importantes del mundo. Una pequeña parte de esa vivencia está acumulada en Expolio, una exposición de 60 fotografías sobre la génesis y las consecuencias de los conflictos que atraviesan República Democrática del Congo y Nigeria, con un gran número de personas dedicadas a la extracción de coltán, petroleo y otros recursos naturales en condiciones de semiesclavitud. 

La pandemia de Covid-19 obligó a suspender la muestra de esta exposición en Calamocha, en el contexto del Festival Aragón Negro. Ahora, con la mejora de las condiciones, se ha abierto  oficialmente la Sala José Lapayese para que el público pueda disfrutar con el trabajo de Prat. Expolio permanecerá abierta hasta el 28 de febrero, en horario de lunes a jueves de 16 a 20 horas; viernes de 16 a 18 horas y sábados y domingos de 11.30 a 13.30 horas. 

Al mismo tiempo al próximo sábado, 20 de febrero, a partir de las 17.45 horas, la propia Judith Prat ofrecerá la charla-coloquio titulada Viaje a la avaricia. Los crímenes de Boko Haram y del coltán, sobre la guerra de Yemen, las minas estratégicas de coltán, los refugiados sirios, el feminicidio sistemático de Ciudad Juárez o la pandemia en España. 

Expolio

La exposición, que lleva años girando por todo el mundo, hace especial hincapié en dos de los países, Congo y Nigeria, que Prat ha visitado en varias ocasiones con su cámara. El coltán se ha convertido en un mineral estratégico por su uso en teléfonos móviles y otros dispositivos, y el 80% se encuentra en Congo. Esto ha provocado un conflicto armado por su control que dura ya 25 años, durante los cuales se ha extraído el material con mano de obra semiesclava llenando las cuentas corrientes de multinacionales occidentales y algunos países vecinos. 

En cuanto a Nigeria, su riqueza petrolífera la convierte en la primera potencia económica de África. Sin embargo los beneficios no llegan a la población del norte, tradicionalmente empobrecida y maltratada. Grupos terroristas yihadistas como Boko Haram se han aprovechado de ese descontento para asentarse entre la población. “Entre otras cosas Boko Haram me provocó una mirada muy especial hacia la mujer, hacia la violencia que sufren. Boko Haram ha secuestrado muchísimas mujeres y niñas en las escuelas, haciendo que dejaran de ir por miedo. Han condenado a toda una generación de mujeres al analfabetismo”, explica Prat.

Las imágenes están realizadas entre 2013 y 2015, tiempo en el que Judith Prat llevó a cabo en estos países su labor como fotoperiodista, que ella entiende como algo tan sencillo que se resume en “contar lo que está pasando”. “La gente deberíamos reivindicar nuestro derecho a estar bien informados, y para eso alguien tiene que contar lo que ocurre”, asegura. Sobre si algunas de sus imágenes pueden resultar duras para algunas sensibilidades, Prat tiene claro que “las guerras y las pandemias son graves porque muere gente, y eso es duro. A muchas personas no les gusta verlo, pero si está ocurriendo alguien tiene que contarlo. Y si después las cosas se arreglan también hay que contarlo. La misión del fotoperiodista no es entretener sino contar lo que sucede”. En ese sentido Judith Prat no cree en la neutralidad del periodista, sino en la “honestidad” y el “rigor”. Pero para hacer su trabajo tiene que viajar al lugar, entender lo que ocurre y contarlo en forma de historia. “Y yo, o cualquier otro fotoperiodista, no soy una autómata equidistante, sino que tengo una posición frente al mundo y lo que cuento, aún siendo rigurosa, está determinado por ella”. 

La aragonesa asegura que en muchas ocasiones una foto se ha quedado sin hacer, o una vez hecha nunca ha sido enseñada, “no tanto por miedo, aunque opino que ninguna foto vale lo que tu vida, pero sí por otras razones”. La más importante es la revictimización: “En ocasiones una fotografía podía causar más sufrimiento a una víctima, o ponerla en serio peligro. Hay que valorar cuándo una imagen aporta más dolor de los que puede contribuir a solucionar, y en esos caso lo mejor es que jamás vean la luz”.

El objetivo de sus imágenes no solo es informar, contar una realidad, sino también llevar a la reflexión. “Una buena foto emociona, pero también provoca una reflexión en el espectador. Te hace pensar en cómo es el mundo y en ese sentido debemos ser valientes para asomarnos a él, aunque no sea tan dulce como nos gustaría”. 

Y el cambio al que lleve esa reflexión no debe ser extremo, sino más bien viable. Un buen ejemplo es conocer la muerte que causa el coltán que contiene el teléfono móvil que ahora mismo llevamos en el bolsillo. “No creo que haga falta a renunciar a todo, a llevar móvil, para contribuir a solucionar esa situación. Pero un consumo más responsables, no solo de tecnología sino de todo lo demás, eliminaría muchos de los problemas de expolios por todo el mundo”, asegura Prat. “No podemos seguir siendo tan voraces, y debemos entender que como consumidores tenemos poder, y podemos reivindicar que nuestros productos estén libres de violencia, sencillamente no consumiendo los que no lo estén, aunque sean más baratos”.

Trabajo apasionante

Judith Prat se declara enamorada de su trabajo como fotoperiodista. En ocasiones trabaja por encargos de determinados medios y en ocasiones emprende proyectos personales que después les ofrece. En cualquier caso prefiere temas “de largo recorrido, que no siempre están sujetos a la actualidad informativa aunque deberían, o cuya actualidad ha decaído”. 

En cualquier caso Prat está acostumbrada a encontrar de un lado rigidez gubernamental y focos de poder que tratan de torpedear su labor, de un lado, y “gente con muchas ganas de contar lo que le está pasando” del otro. Hay gente que sufre muchísimo, y te cuenta su historia con el compromiso de que vuelvas a tu país y lo cuentes”. 

Para Judith Prat la mujer, no solo la fotoperiodista, tiene un peligro añadido con respecto al hombre “que es la violencia machista”, pero no es algo exclusivo de países no occidentales. “Ese peligro siempre me perseguirá por ser mujer, pero nunca he dejado de hacer una cobertura donde quisiera trabajar por ser mujer. Lo que tengo que hacer es conocer bien el terreno y aprender por dónde tengo que moverme”. 

En cualquier caso tener una cámara en la mano o representar a un importante medio de comunicación occidental no es un salvoconducto. “Al revés, en muchos casos somos objetivos porque no somos bienvenidos”, explica Prat, que recuerda casos como el de un viaje a Yemen en 2018 que le llevó dos años de papeleo porque Arabia le impedía el paso, o cuando el gobierno de Marruecos la expulsó de los territorios saharauis por dar un curso de formación a periodistas. 

Judith Prat también ha acudido a la llamada profesional con la pandemia por coronavirus. Aunque el cierre de las fronteras supuso que muchos de sus proyectos profesionales se vinieran abajo, “sentí que tenía que documentar todo lo que estaba pasando en nuestro país”. Prat forma parte de un grupo de ocho fotoperiodistas que están recorriendo España documentando el paso de la pandemia en un proyecto bautizado como Covid Photo Diary, que a través de la web y de las redes sociales trata de arrojar luz e información de primera mano. “Ha sido un trabajo duro”, cuenta Prat. “Tuvimos problemas, bloqueos informativos, al  principio no contábamos con permiso para entrar en los hospitales o cementerios...”.

Para Judith Prat, la pandemia ha puesto en jaque las sólidas estructuras occidentales por las que nos creemos bien protegidos. “La Covid-19 ha sido un shock porque la muerte ha venido hasta los países que nos creíamos intocables. Tenemos que admitir que, en comparación con lo que ocurre en el resto del mundo, los problemas que tenemos la gente occidental de a pié no son tan graves”.