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La sensibilidad de Noguera de Albarracín en la Joffrey Ballet de Chicago La sensibilidad de Noguera de Albarracín en la Joffrey Ballet de Chicago
Jorge Morón Ivars, en la plaza de San Juan de la capital turolense

La sensibilidad de Noguera de Albarracín en la Joffrey Ballet de Chicago

El pianista Jorge Morón prepara su regreso a Estados Unidos para trabajar en el histórico Auditorium Building
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Jorge Morón Ivars es un pianista nacido en Valencia en 1992 que desciende por vía paterna de Noguera de Albarracín, localidad turolense donde pasa frecuentes temporadas y en la que se encuentra actualmente antes de volar a Chicago, donde va a trabajar como pianista principal de la Joffrey Ballet, compañía fundada en 1956 y que se cuenta entre las más prestigiosas del mundo en ballet clásico y contemporáneo. No será la primera vez que Morón viva y trabaje en Estados Unidos, ya que entre 2016 y 2020 disfrutó de una beca para obtener el doctorado de Artes Musicales en la Pennsylvania State University, donde además ha dado clases, ha interpretado y dirigido montajes para la Escuela de Teatro y la Escuela de Ópera del Estado de Pensilvania o ha colaborado con compañías como la vanguardista Ballet22.

El azar ha querido que durante dos meses de este último curso haya impartido clases de Piano y de Lenguaje Musical en la Escuela Municipal de Teruel a la que da nombre Antón García Abril, compositor turolense admirado por Morón Ivars y protagonista de su doctorado con un texto monográfico y un recital que ensalzó sus valores como gran comunicador a través de la música.

La pandemia, cómo no

Como cualquier músico o artista en este principio de década, la trayectoria de Jorge Morón se ha visto completamente determinada por la pandemia de coronavirus. A él le pilló en el gigantesco campus de State College, en el centro de Pensilvania, donde viven 110.000 universitarios. En marzo de 2020 estaba dirigiendo la ópera Carmen y pensaba finalizar su doctorado de Artes Musicales dos meses después. La covid-19 lo paralizó todo y el pianista todavía pudo dar gracias, ya que el recital necesario para obtener la titulación fue el último concierto que tuvo lugar en toda la costa este, con los cinco jueces como único público. Los fastos de graduación se cancelaron y el pianista regresó más o menos precipitadamente a Valencia, donde prosiguió las clases a sus alumnos online y fue cerrando todos los proyectos y cabos que había dejado sueltos en Estados Unidos.

De allí recaló en Noguera, donde tiene una casa familiar con dos pianos para estudiar y donde suele pasar temporadas cuando necesita buscar la paz. “Yo he vivido en Nueva York y en otros lugares horrorosos llenos de gente y tráfico”, explica el músico, “pero siempre he tenido alma rural. Y en un contexto de pandemia lo que necesitaba era desconectar, silencio, música y concentración. Y eso lo tengo en Noguera, que para mí es el sitio más seguro de la Tierra”.

Al mismo tiempo que se recluía se le ocurrió enviar un currículo a la Escuela de Música de Teruel. En ese momento no necesitaban personal pero al poco tiempo hubo que cubrir una baja temporal de la profesora de piano, Olga García, y la escuela dirigida por Antonio Civera recurrió a él. De dar clases a universitarios en uno de los centros de educación músical de élite del mundo pasó a tener jóvenes turolenses de 13 años de edad media. “Y fue una experiencia maravillosa y muy positiva. Sé por experiencia propia que cambiar de profesor de piano a mitad de curso es difícil y los alumnos se adaptaron perfectamente”. “Yo por mi parte cambié el chip para dar clase a jóvenes que no solo no son profesionales sino que solo aprenden por afán de aprender, y fue precioso”, añade. “Tuvimos grandes barreras por el covid, que para un profesor son tan básicas como no poder cogerle la mano a un alumno para explicarle un gesto, pero nos reinventamos y los alumnos respondieron de forma espectacular. Admiro a los casi 40 estudiantes que he tenido en Teruel porque su actitud y sus aptitudes han sido ejemplares”.

Morón Ivars impartió en la Escuela de Teruel clase también de Formación Musical, con el handicap de que, para respetar los aforos, la mitad de sus alumnos estaban en clase y la otra mitad online. “Pero salimos muy airosos”, asegura el pianista. “La Escuela utiliza Aula Virtual, una plataforma interactiva muy potente y efectiva que muy pocos conservatorios o escuelas españoles están usando”.

Educación musical

Lo del cambio de chip entre unos alumnos y otros no deja de ser una forma de hablar, porque Morón es partidario de una forma de enseñar música inspirada nada menos que por Liszt. “Me gusta enseñar a través de metáforas e imágenes. A los alumnos de universidad y también a los que he tenido en Teruel. Si a un alumno le apasiona el kárate trato de utilizar metáforas basadas en eso, y los conceptos complejos que explicas a un niño de 9 o 10 años no puedes extraerlos ta cual de un libro de teoría musical, sino que les tienes que aplicar analogías que le sean familiares”. Aunque para él la mejor herramienta para enseñar música es la propia música. “Es un lenguaje tan universal que la música casi se autoexplica. Aunque eso no quita que conceptos como cadencias, intervalos, armónicos, séptimas disminuidas y todos esos palabrejos que usamos en lenguaje musical debas explicárselos del modo que cada alumnos individual mejor vaya a asimilarlos”.

Nueva etapa en Chicago

Ahora el pianista descendiente de Noguera afronta una nueva etapa en su vida artística. Desde el 1 de julio tiene contrato como pianista principal de la Joffrey Ballet of Chicago, una de las compañías de danza más prestigiosas del mundo que prepara un apoteósico regreso a los escenarios, tras su contrato con el monumental e histórico Auditorio de Chigaco, sede de la Orquesta Filarmónica de Chicago con sus más de 2.000 plazas, con el montaje original titulado Home: a Celebration. Además la Joffrey tiene programadas en la ciudad del estado de Illinois obras como Cascanueces, Don Quixote, Of mice and men and serenade hasta abril de 2022, a falta de que la pandemia permita publicar un calendario internacional que, con el permiso del coronavirus, debería llevar a la compañía por los cinco continentes.

Jorge Morón será el encargado de acompañar los ensayos del ballet al piano tan pronto se incorpore al trabajo presencial, y además acompañará en las clases de la Escuela de Danza de la Joffrey y actuará como pianisa solista en la Orquesta Filarmónica de Chicago, “una de las más grandes del mundo, una de esas compañías con las que cualquier músico sueña”.

Ese cambio de rumbo será un salto al vacío que, con 28 años, el pianista afronta con ilusión. Acompañar e interpretar junto a a bailarines de ballet es algo que no ha hecho nunca y a lo que ha aprendido prácticamente de forma autodidácta. “Normalmente este tipo de pianistas tienen años de experiencia, y yo tengo meses, lo que he podido aprender por mi cuenta mirando vídeos, leyendo libros y colaborando con ballets a distancia”. En este sentido Morón Ivars ha tratado de viajar a Polonia, Madrid o Cataluña para completar su formación de manera presencial, pero la covid-19 lo ha hecho imposible”. Pese a la falta de experiencia en esta lid, la versatilidad de Morón y su envidiable currículo ha sido lo que ha decidido a la Joffrey a contar con sus servicios.

Uno de los ámbitos que más se trabajan en el piano aplicado a los ensayos y clases de ballet es el de la improvisación y la lectura a primera vista, “algo que no solemos tener muy desarrollado los concertistas de piano”.

Pese a que estamos acostumbrados a ver a los pianistas con su partitura delante, Morón explica que en el caso de las clases diarias de ballet estas son solo pautas sobre las que se improvisan variaciones. “Incluso en los ensayos, por mucho que tú toques con una partitura, esos papeles solo son una reducción que lo que escucharán los bailarines cuando suene la orquesta completa. Así que tú no debes tocar lo que dice el papel, sino lo que ellos escucharán, porque tienen que sentir lo mismo que sentirán durante la función”.

Y es que para Morón Ivars la expresividad y el mensaje de la música es más importante incluso que sus consideraciones formales. “Hay épocas y estilos, sobre todo en el siglo XX, en los que se ha querido que la partitura sea prescriptiva, que te diga lo que tienes que tocar. Pero el ballet romántico, en Tchaikovsky o Stravinsky, una partitura es un esquema sobre el que tienes que interpretar, con un componente de improvisación que te permite acercarte un poco más a lo que el compositor quería expresar que meramente leyendo los papeles”.

El músico descendiente de Noguera de Albarracín no descarta dedicarse profesionalmente al mundo del ballet, aunque debido a su juventud tiene capacidad “de probar nuevos retos y especialidades” antes de decidirse por alguna. “Porque por más que se diga, la música ofrece muchas posibilidades profesionales, algunas insospechadas o desconocidas, sobre todo en los países en los que, como Estados Unidos, la cultura está viva aunque sea al precio de funcionar como una industria”.

A este respecto, Jorge Morón opina con cierta tristeza que Europa, que fue la cuna de la música occidental, “ha perdido el tren con respecto a Estados Unidos”, donde se canta, se baila y se interpreta a lo grande. “Y no tiene nada que ver con la riqueza o la tradición musical de cada lugar. De hecho parece mentira que en España no sepamos aprovechar la nuestra”, matiza. “Da coraje ver como en España, donde la cantera de músicos, de directores y de profesores es buenísima, no se nos trata tan bien como en otros lugares y al final te tienes que marchar fuera”.

Antón García Abril

Más allá de que la familia paterna de Jorge Morón Ivars comparta orígenes turolense con el compositor Antón García Abril, el valenciano siente verdadera devoción por este compositor que falleció recientemente, el pasado mes de marzo. García Abril y su obra fue el protagonista del doctorado de Morón, quien considera que el turolense no está siempre justamente valorado, porque la popularidad de su música para cine y televisión prácticamente eclipsa el resto de su obra.

De entrada Morón parte de la base de no trivializar ese tipo de música incidental, que está al servicio de otras expresiones como el teatro, el cine o la televisión. “Es música que está muy bien construida a nivel armónico y polifónico. Decir que es música de segunda es absurdo, y músicos de gran talla como John Williams o Hans Zimmer, por citar a los más conocidos, lo demuestra”.

Dicho eso, Morón reconoce que es mucho menos conocida la “obra culta de García Abril para piano, ópera, voz o guitarra, que son obras preciosas que está siendo estudiada por muchos especialistas”.

“España lo que necesitaba en este momento era música para cine y televisión, no música sinfónica, y García Abril siempre ha estado atado como epígono de esa generación del 51 cuya misión era poner el lenguaje musical al día, por el trauma que dejó la guerra civil y la dictadura en la generación previa, la del 27, heredera de Manuel de Falla”, afirma el pianista. “Pero incluso estando anclado a esa responsabilidad, a esa tradición que no tuvo necesidad de innovar y meterse en las vanguardias electrónicas como alguno de sus contemporáneos, Antón García Abril ha sabido crear un lenguaje único que en su caso destaca por el poder de la melodía”.

Para Morón, García Abril es ejemplo de compositor para quien la comunicación es el fin último y más elevado de la música. “Él siempre defendió que la música es un lenguaje comunicativo con un ideal de fraternidad y de unión entre los seres humanos. Todos los grandes compositores tuvieron siempre esa fe en la humanidad, porque el mundo necesita música para ser mejor. Y en ese sentido el sonido de García Abril es puro, limpio, moderno, con rigor y libertad, que merece ser conocida por todo el mundo”.

Morón ha sido embajador de García Abril en Estados Unidos, “donde se utilizan los Cuadernos de Adriana y donde su música gusta porque suena neoclásica pero al mismo tiempo es moderna y comunica, sumándole su aire mudéjar, exótico, la mezcla hispano árabe, que todavía la hace más atractiva”.