

Luis Antonio Sáez Pérez. Miembro del Consejo Científico del Instituto de Estudios Turolenses
Hay citas recitadas hasta el infinito sin haber sido leídas, igual que hay políticas enaltecidas sin reparar en su contenido. Cierto que los fingimientos con El principito, del que copio el título, se disculpan y hacer pensar más que las declaraciones altisonantes sobre la productividad para dinamizar el medio rural, sobre la que voy a tratar.
En las jornadas y congresos sobre el futuro rural, la competitividad busca protagonismos en el mercado o en los gobiernos, o se abandona al gris “público-privado”, guionizando su atractivo en su versión más castiza mediante infraestructuras, en cualquier modalidad y tallas más grandes; y si viene rodada desde Bruselas a través del Reto Demográfico, se perfila como “smart growth”, con sus centros de innovación y proyectos de emprendimiento, tan vanguardistas como huecos por dentro.
Sin duda, para ser productivos, es decir, eficientes en la relación entre recursos y resultados, el capital es imprescindible, sea físico (infraestructuras, bienes de equipo, material rodante, etc.) o humano (conocimientos y experiencias, salud), eso es indiscutible… pero nunca es suficiente ni es lo principal para justificar el dinamismo rural. Por otro lado, no estamos tan mal como a nivel de calle se percibe. Aunque la indignación suela vencer en duelos mediáticos, España, Aragón, y Teruel provincia también, tienen unas dotaciones de capital físico público (infraestructuras económicas y sociales) y privado (vivienda y empresarial) más que aceptables en términos europeos y nacionales (véanse las series históricas de la Fundación BBVA). En capital humano, usando como indicador a las titulaciones académicas (cada vez más alejadas de certificar un saber reflexivo y humano) los niveles son altos también.
Sin embargo, la productividad en España, y de nuevo también en nuestros territorios, es más baja que en los países con los que nos relacionamos. Los investigadores hablan del “rompecabezas de la productividad”, con muchos huecos que no consiguen rellenar el impulso a esos factores más convencionales. Por qué la productividad es baja después de tantos años de Canon Energético, Fondos de Inversiones-Fite, Fondos Estructurales Europeos, Planes Miner, Fondos Next Generation y en la actualidad las múltiples convocatorias desde Reto Demográfico, sería una cuestión tachada por la corrección política.
Volvería al título… “lo esencial es invisible a los ojos”, que en lenguaje academicista sería la Productividad Total de los Factores (PTF). Hay una serie de elementos intangibles, asociados a la combinación inteligente de los factores productivos que llevan a cabo personas y organizaciones con una mentalidad creativa, con sentido y sensibilidad, comprometidas con su comunidad, abiertas a lo diferente, capaces de adaptarse a situaciones cambiantes, dispuestos a aprender, especialmente de segundas oportunidades y de quienes les contradicen.

Los estudios más recientes sobre la productividad en España demuestran que tenemos una sobreinversión en ladrillo, privado, y cemento, público, de los que apenas obtenemos un valor añadido adicional, y escasea la inversión en activos intangibles, que, cuando la hacemos, es en el que menos impacto genera, como el marketing y la publicidad, adictivo en tiempos en que no se disimula el aparentar. Se puede recurrir a temas importantes para explicarlo (en clase lo hago): hay sociedades deportivas que invierten en nuevos estadios, fichan capital humano para todas las demarcaciones, atraen a ejecutivos sobradamente preparados y contratan caras campañas publicitarias… pero carecen de una mentalidad de equipo, solidaria en el esfuerzo e integradora de los fichajes que vienen de lejos, imaginativa para orientar el talento, capaz de adaptarse a los imprevistos y asumir el estado de ánimo de los propios y reconocer la valía de los adversarios.
Aunque en algunas áreas de la gestión pública está cambiando y en los baremos empieza a reconocerse el valor de los buenos proyectos, todavía son muchas más las convocatorias atascadas en ratios y parámetros que solo miden lo que tiene precio y eco. Ni en la universidad ni entre los gestores, públicos y privados, se fomenta la transferencia entre investigadores y gestores, siempre de doble dirección y con las imprescindibles dosis de humildad y crítica. Tampoco se atiende a la importancia de las redes y los vínculos de raíz rural frente a la ingeniería social con mucha inteligencia artificial y poca del lugar.
Estamos olvidando lo que muchas investigaciones ya han ido comprobando sobre problemas retorcidos, “wicked problems”: la forma de afrontarlos, con qué mirada, es clave. Sucede con el racismo, la desconsideración con las personas con discapacidad, el machismo, la aporofobia… Tal vez también con las ganas de ser productivo en el rural. No se trata de cambiar sus cualidades, siempre mejorables, ni tampoco de compensar con subvenciones y legislar meticulosas normas. Más sencillo, y más difícil, es cambiar la cultura con que se aprecian, desde qué paradigma nos comprendemos, esa esencia que se pregunta sobre cómo ser, capaz y relevante, y que tantos, hoy en día, no vemos.