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Luis Buñuel regresa de entre los muertos para recaminar los pasos del genio Luis Buñuel regresa de entre los muertos para recaminar los pasos del genio
El fotógrafo turolense Miguel Sebastián es el autor del libro

Luis Buñuel regresa de entre los muertos para recaminar los pasos del genio

Miguel Sebastián fotografía desde los ojos del calandino en su último trabajo: ‘Buñuel, una maleta sin viaje’
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El cineasta Luis Buñuel (Calanda, 1900-Ciudad de México, 1983) dejó escrito en Mi último suspiro que, si pudiera pedir un deseo, le gustaría poder levantarse de su tumba cada diez años para leer los periódicos antes de regresar de nuevo a su descanso eterno. El fotógrafo turolense Miguel Sebastián ha hecho algo más que eso. Le ha prestado sus ojos, sus piernas y su tiempo para recrear nuevamente su periplo vital, recorrer las localizaciones que marcaron su vida, La Torre de Calanda donde jugó de niño, los Estudios Albatros donde pidió trabajo para aprender cine, el mítico Studio 28 donde se exhibió A chien andalou durante nueve meses o el bar del Hotel de San José de Apurúa donde escribió la mayor parte de sus guiones, para refrescar sus recuerdos y comprobar que, pese a todo, las cosas no son tan diferentes. 

Editado por el Instituto de Estudios Turolenses, Buñuel, una maleta sin viaje es un acercamiento al Buñuel más personal e íntimo, al que describieron su esposa Jeanne Rucar o sus allegados, y al que trasciende de su obra y su pensamiento. Las imágenes que acompañan a las citas y su cronología son fragmentos de la propia memoria de Buñuel, se plasman como los recuerdos que hubieran vuelto a su cabeza si hubiera pisado los mismos lugares más de medio siglo después. 

Buñuel, una maleta sin viaje, nació mientras Miguel Sebastián completaba Tierras varadas, su último libro fotográfico. Documentando algunos paisajes de Calanda para su trabajo sobre la despoblación, un pastor le preguntó, al ver su cámara, si estaba haciendo algo sobre Buñuel. “Cuando se marchó con sus ovejas me quedé pensativo. Me pregunté quien era esa figura que había habitado Calanda, capaz de trascender a lo universal de ese modo”. 

Ese pensamiento fue creciendo hasta convertirse en un proyecto fotográfico que ha durado tres años. Tres años en los que Sebastián ha aprendido algunas cosas. “De entrada yo desconocía por completo a Buñuel. Pero ha sido fundamental que yo fuera un neófito, porque he podido construir mi propio Buñuel”, explica el fotógrafo. “Ha sido un trabajo de documentación intenso y continuado, porque Buñuel es uno de los directores con una bibliografía más extensa”. Por la forma que tiene el turolense de entender la poesía, poco a poco fue cribando toda esa información hacia la más poética, la más personal e íntima. “Solo aquello que me ha emocionado ha sobrevivido en el libro. Estaba claro que este libro tenía que atar vida y obra, pero a mí lo que más me interesa de Buñuel es cómo fue, la forma en la que trascendió su genialidad”. “Y lo que mejor me ha permitido indagar en eso ha sido su autobiografía (Mi último suspiro), la biografía de su esposa Jeanne Rucar (Historia de una mujer sin piano), que en su 80% habla de Buñuel y no de ella, y su correspondencia personal”.

De un modo intencional o fortuito, el libro de Miguel Sebastián reune dos narrativas. Una apropiada para los especialistas en Buñuel, que disfrutarán con numerosos detalles escondidos en las fotos de Sebastián sobre su personalidad, como el fotograma exacto que captura de la reconstrucción del negativo de Las Hurdes, tierra sin pan de la Filmoteca Española, o el periódico tirado en el suelo de la puerta de la casa donde vivió en México –ese periódico del que habló en El último suspiro–. “Pero hay otra narrativa para los no especialistas, para quienes sencillamente quieran acercase a Buñuel, haciendo hincapié en muchos de los aspectos más personales”.

Imagen subjetiva

El hecho de que el libro esté concebido como una sucesión de visiones y recuerdos que el propio Buñuel tendría si reanduviera sus propios pasos determinan el aspecto visual de las fotografías. 

Para empezar llama la atención que Miguel Sebastián haya publicado un libro con fotografías en color. “Siempre he trabajado en blanco y negro, nunca he concebido lo contrario y, de hecho estaba pensado para ser en blanco y negro”, asegura. 

Pero sucede que, cuando el proyecto ya estaba avanzado, Miguel Sebastián vio un pequeña película casera de Buñuel en la que se recrea unas vacaciones familiares en Nueva Jersey. “Era de 1940, con esos primeros negativos que se hicieron en color. Las técnicas entonces eran muy rudimentarias y no se reproducía ni de lejos el color real, pero esa infidelidad, esa imprecisión, las dota de un encanto difícil de explicar”. “Cuando vi esa película tuve una especie de pulsión”, continúa. “Decidí que esa era la manera en la que quería plasmar la visión de Buñuel de su propia vida, con ese tono y ese color. Eso me ha exigido meses de una edición muy costosa pero muy satisfactoria. No sé si en el futuro regresaré al blanco y negro o seguiré con este tipo de color, que puede llegar a ser más poético si cabe. Pero estoy feliz de haber descubierto el color como herramienta expresiva gracias a Buñuel”. 

Así, y aunque cuesta creer que algunas de esas fotografías no sean reproducciones de imágenes de mediados del siglo pasado, absolutamente todas han sido tomadas por Miguel Sebastián en los últimos tres años, en Calanda, Zaragoza, Madrid, Toledo, México, Estados Unidos o París. Todas excepto una, la última imagen, del archivo familiar del nieto de Luis, Diego Buñuel, hasta ahora inédita. 

Al elemento del color se le une el desenfoque y la trepidación que se observa en muchas imágenes. Ya lo utilizó Sebastián en Colores Primarios, aunque si en aquella ocasión respondía a la idea de fugacidad y urgencia, en este caso tiene que ver “con la imagen que quería darle a los recuerdos de Buñuel, porque los recuerdos y las ensoñaciones nunca son nítidos. Siempre están desdibujados”. Cuando Sebastián se encontraba frente a la foto buscada, operaba su enfoque manual progresivamente, perdiendo nitidez poco a poco, “hasta que sentía que el propio Buñuel me decía: ‘¡Así! ¡Así es justo como lo recuerdo!’”. Y entonces disparaba.

Buñuel, una maleta sin viaje nació como un guion de 40 o 50 páginas, en las que Sebastián convirtió en fotos fijas los diferentes capítulos de la vida de Buñuel que, asociados a un espacio en concreto, fueron determinantes en ella. “Estaba escribiendo una especie de película sobre su vida en España, México, Los Ángeles, Nueva York, París... lo último que imaginaba entonces es que terminaría siendo una realidad”. 

Y, como si de un director de cine fuera, Miguel Sebastián pasó buena parte de los tres años siguientes recorriendo las localizaciones exactas con su cámara para rodar su guion y buscando a sus propios protagonistas –Silvia Pinal, Gabriel Figueroa, y otros testigos directos de la vida de Buñuel con quienes se entrevistó–. En abril de 2018 Sebastián comenzó a seguir las huellas de Buñuel por toda España, a principios de 2019 se mudó seis meses a México, de los que pasó un mes entre Nueva York y Los Ángeles, y después otras dos semanas en París, antes de regresar de nuevo a México entre enero y febrero de 2020, “adonde tuve que volver porque Buñuel es, fundamentalmente, México”. 

En Buñuel, una maleta sin viaje, que es también una roadmovie, como lo fue la vida del calandino, se destaca en particular un viaje que realizaron el calandino y su esposa, casi sin trascendencia para la historia oficial del cineasta. “Recién llegados a Estados Unidos en 1938, exiliados de España, llegan a Nueva York y tras pocos días deciden cruzar el país por la Ruta 66 hacia Los Ángeles, donde Buñuel esperaba encontrar trabajo. Ese viaje es intrascendente, pero tanto Luis como Jeanne hablan mucho de él en sus biografías, y por eso me pareció interesante”. Sebastián recrea ese viaje con imágenes en los estados de California, Nevada, Colorado y Arizona, “porque creo que su intrascendencia trasmite muy bien la importancia de lo cotidiano. Creo que Buñuel recordaría mucho ese viaje, porque no hay que olvidar que no era un extraterrestre, sino solo un tipo genial, dotado de una extraordinaria sensibilidad poética, que encontró en el cine su vehículo de expresión”. 

México

De ese periplo viajero, México ha sido quien más alegrías y dificultades le ha deparado a Miguel Sebastián. “Buñuel es México. Mi guion en esa parte del mundo estaba casi en blanco porque su vida allí no está casi documentada. Se limitó a rodar y recibir amigos en su casa, no tuvo una vida social reconocida, como ocurre en París, por ejemplo”. 

Sebastián tuvo que descubrir el país y después cruzarlo con su percepción de Buñuel para adivinar su sensibilidad al recorrer de nuevo esos lugares. El fotógrafo trabajó incluso durante dos meses y medio en La Nota Roja, un periódico mexicano especializado en crímenes y actividad delictiva. “La muerte y la violencia es tremendamente común y habitual en México. Es una de las cosas que más impresionan al viajero, y sin duda también impresionó a Buñuel”, explica el turolense. “Él la retrató llevándola a las provincias en El río de la muerte, y en este sentido yo rodé mi propia versión de esa película, extrapolada al siglo XXI y a Ciudad de México”. También Los olvidados recibe su propio homenaje, a través de unas fotografías tomadas en el Penal Comunidad de Adolescentes de San Fernando, en Ciudad de México. 

Pese a que durante ese tiempo en el turno nocturno del rotativo mexicano fotografió infinidad de asesinatos y crímenes, Miguel Sebastián asegura que la foto más complicada de todo el libro, también tomada en México, fue la del bar del Hotel de San José de Purúa, en Michoacán. Sebastián fotografía los ventanales abandonados en los que Buñuel escribió la mayor parte de sus guiones, y un zirando como el que observaba mientras lo hacía, según contó en Mi último suspiro. “Me costó mucho”, afirma Sebastián. “Ese hotel está hoy abandonado pero pertenece a una especie de conglomerado administrativo en México. El caso es que llamé para visitarlo y no me dieron permiso. Aún así me presenté y se negaban a permitirme el paso hasta que, tan insistente fue, que me dejaron entrar quince minutos”. 

Aunque lo que el fotógrafo registró dista mucho de ser el bullicioso lugar que fue hace cincuenta años, Buñuel agradece esa insistencia. Seguramente no hubiera perdonado a Sebastián que se dejara el recuerdo del lugar en el que escribió la última versión de Belle de Jour, El discreto encanto de la burguesía o Ese oscuro objeto del deseo. Que olvidara el bar donde tantas horas pasó con Jean-Claude Carriere y otros colaboradores, y cuyo cierre a principios de los 80 lamentó como si fuera el preludio de su propia muerte. Una muerte de la que regresa, de un modo u otro, cada diez años.