Vega Latorre Fuertes
En 2020, desde el Centro de Estudios del Jiloca, Mercedes Rubio (actual presidenta de esta institución) y la que escribe este texto, iniciamos un proyecto de investigación para conocer la migración femenina en el Valle del Jiloca. Durante la dictadura franquista, esta comarca eminentemente agrícola, sin apenas industria ni alternativas laborales, fue expulsando población hacia las ciudades y las zonas industriales. La mecanización del campo, unida a la pobreza y la falta de expectativas, empujó a muchas mujeres jóvenes a emigrar. Su marcha constante durante décadas transformó la vida social, familiar y económica de la comarca.
La investigación combinó el trabajo archivístico con la metodología antropológica. En primer lugar, se realizó una revisión bibliográfica que puso de manifiesto la ausencia de estudios centrados en la migración femenina en el Jiloca. Posteriormente, se consultaron registros parroquiales, civiles y fondos del Archivo Provincial de Teruel, además de valiosísimos archivos familiares —como los de las familias López Bel y Latorre Bel— que contenían documentación sobre emigraciones de turolenses a Canadá. Finalmente, el trabajo de campo se basó en cuarenta y una entrevistas a mujeres nacidas entre 1929 y 1960, originarias del valle y emigradas a distintos destinos dentro y fuera de España.
Tipos de migración y experiencias femeninas
De este estudio se desprende la existencia de dos grandes etapas migratorias. La primera, en los años cuarenta y cincuenta, fue una migración de supervivencia: mujeres que partían para trabajar en el servicio doméstico, en fábricas o en el campo, con la intención de enviar dinero a casa o aliviar la economía familiar. En la segunda, a partir de los años sesenta, la motivación fue más aspiracional: buscaban mejorar sus condiciones de vida, formarse o alcanzar cierta independencia económica. También se diferencian migraciones temporales —trabajos estacionales o por periodos cortos— de migraciones definitivas, en las que las mujeres se establecieron de forma permanente en sus nuevos lugares.
La decisión de emigrar estuvo marcada por las experiencias de otras mujeres que lo habían hecho antes. Las redes migratorias fueron esencialmente femeninas: tías, primas o hermanas mayores ofrecían alojamiento, contactos y acompañamiento. Con el tiempo, las recién llegadas se convertían a su vez en apoyo para otras. En muchos pueblos, la salida de mujeres jóvenes fue progresiva: un goteo en los años cuarenta que se convirtió en riada en las décadas de los sesenta y setenta, dejando tras de sí pueblos cada vez más vacíos y envejecidos.
El trabajo femenino durante el franquismo seguía siendo una excepción. El régimen promovía un modelo de mujer confinada al hogar, dedicada al cuidado familiar y dependiente del varón. Por ello, la mayoría trabajaba solo hasta casarse. Aun así, la apertura económica y social de los años sesenta permitió a muchas mujeres incorporarse al mercado laboral, principalmente en ocupaciones consideradas “propias del sexo femenino”, de hecho, el ámbito del cuidado aparece como un hilo constante. Muchas entrevistadas trabajaron en hospitales, guarderías o casas particulares. Paradójicamente, huyeron de los roles tradicionales del pueblo —el cuidado de los mayores, los niños o los animales— para encontrarse en la ciudad o en el extranjero realizando tareas similares, aunque ahora como medio de independencia económica. En algunos casos, esa experiencia inicial derivó en carreras profesionales dentro del ámbito sanitario o asistencial.
Las mujeres entrevistadas mantienen un vínculo emocional muy fuerte con su lugar de origen. Describen el pueblo como un espacio del que no podían vivir, pero sin el que tampoco podían hacerlo. Su relato transmite una mezcla de nostalgia y pragmatismo: emigrar no se vivió como un drama, sino como algo que había que hacer. Se reconocen a sí mismas como duras, resistentes y trabajadoras, moldeadas por el paisaje árido y frío del Jiloca.
La idea de libertad también cambia según la época y el destino. Las que emigraron siendo niñas recuerdan el pueblo como un lugar de mayor libertad frente a las restricciones urbanas; en cambio, las que partieron en los años cuarenta o cincuenta apenas hablan de libertad, sino de necesidad. Para las mujeres de los sesenta y las que emigraron al extranjero, la independencia personal y la autonomía económica se convirtieron en conquistas reales, aunque dentro de los límites sociales de su tiempo.
Memoria, silencios y legado
La mejora económica se refleja en los documentos gráficos y en los recuerdos materiales: fotografías con automóviles, muebles, electrodomésticos o vajillas nuevas que simbolizaban el éxito y la prosperidad alcanzada con el esfuerzo. Esos objetos cuentan una historia de ascenso social silencioso, de reconocimiento conquistado con trabajo.
Sin embargo, uno de los hallazgos más reveladores del estudio fue la negación del propio valor histórico. Muchas mujeres afirmaban no tener “nada que contar”, como si sus vivencias fueran comunes y carentes de interés. Esta falta de reconocimiento tiene raíces profundas: durante el franquismo, la mujer era legalmente dependiente de una figura masculina y no podía firmar contratos, obtener pasaporte o realizar gestiones administrativas sin autorización. Se la trataba jurídicamente como a una menor de edad. Esa herencia de subordinación explica en parte la dificultad para reconocerse como protagonistas de la historia.
La investigación del Jiloca se enmarca en un contexto provincial más amplio. Otros trabajos han abordado fenómenos similares, como el libro Internas y sirvientas (1940-1975). Sierra de Albarracín, coordinado por Carmen Martínez Samper y editado por la Comarca de la Sierra de Albarracín en 2023, que reúne testimonios de mujeres de la Sierra de Albarracín que marcharon a servir en casas de ciudad durante el franquismo, arrojando conclusiones similares. También investigaciones más recientes, como Los que se iban en septiembre de Silvia Isábal Mallén, que analiza la migración de familias masoveras (principalmente del Maestrazgo), hacia la zona de la Litera baja. En este estudio ya no se analiza la migración desde una perspectiva exclusivamente femenina, pero refuerza la idea de que el fenómeno migratorio formó parte de un proceso más amplio de transformación rural en la provincia de Teruel, con distintos matices pero una misma raíz: la búsqueda de oportunidades fuera de un territorio empobrecido.
A pesar de los resultados conseguidos con este proyecto, el estudio de la migración femenina en el Valle del Jiloca sigue siendo, en cierto modo, una historia incompleta. No porque falten datos o análisis, sino porque muchas mujeres aún no han contado su experiencia. Algunas por vergüenza, otras porque siguen sin considerar su testimonio importante y muchas otras porque ya no están. Su silencio forma parte también de la memoria colectiva, de una generación que cambió el rumbo del mundo rural sin reivindicar su papel. Recuperar sus voces no es solo un ejercicio académico, sino una forma de justicia: un modo de integrarlas plenamente en la memoria histórica de esta tierra.
