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Teruel: la reconstrucción de una ciudad  a caballo entre los siglos XIV y XV Teruel: la reconstrucción de una ciudad  a caballo entre los siglos XIV y XV
Exterior de la iglesia de San Francisco, Teruel. Fotografía: Juan Cabré Aguiló, 1908-1910 (Instituto del Patrimonio Cultural de España, Archivo Cabré, CABRE-5312).

Teruel: la reconstrucción de una ciudad a caballo entre los siglos XIV y XV

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Pablo Cercós Maícas.  Graduado en Historia del Arte, Miembro del Joven Consejo Científico del IET.
 

De un modo completamente lógico, la historiografía turolense ha venido estudiando y remarcando la época dorada que la ciudad vivió en el contexto de los Amantes de Teruel (siglo XIII), pues fue, a todas luces, su etapa más floreciente, tanto a nivel político, como demográfico, económico y, probablemente, artístico. Sin embargo, ese énfasis por enmarcar y enaltecer un periodo deja casi en el olvido otros muchos dignos de estudio, pues ¿qué es una población más que la suma de todas las partículas que han conformado su historia, su pasado?

En este punto querría prestar atención a una etapa medieval, menos conocida, pero que, a mi modo de ver, supuso la reconstrucción y la formación de gran parte de lo que ahora entendemos como el patrimonio de la capital.

En efecto, la época floreciente de la ciudad, en la que, entre otras edificaciones, se realizaron tanto la techumbre de la catedral como las torres de San Pedro, Santa María, San Martín y el Salvador, sucumbió, primero, ante el periodo pestilente que asoló Europa entre 1347 y 1352, y, después, ante la convulsa guerra de los Dos Pedros (1356-1375). En esa contienda, Teruel fue sitiado y controlado por los castellanos durante parte de 1363, un asedio que, tal y como refleja la documentación, dejó diversos edificios deteriorados, como la Casa de la Encomienda de San Marcos (orden de Santiago), el Palacio Real, la Casa de la Comunidad, quizás la torre de la iglesia de San Juan, o parte de la muralla.

Una vez superado este fatídico trance, la capital, parcialmente destruida, mermada económicamente, y con una población que había disminuido prácticamente a la mitad, tuvo que levantarse y reedificarse. Este resurgimiento no fue instantáneo, pero casi, pues, apoyada la urbe por distintos poderes –como la Corona–, y arrastrada por el crecimiento económico que empezaba a manifestarse en la vecina ciudad de Valencia, los turolenses se pusieron manos a la obra. La reconstrucción se había iniciado.

La primera muestra de esa nueva urbe fue más bien algo ilusoria, pues se trató de la edificación del convento de Santa Clara –o Santa Catalina–, una fundación real patrocinada por la reina Leonor de Sicilia entre 1366 y 1369. Una datación demasiado inmediata a los sucesos trágicos de la capital, de ahí lo de “ilusoria”, pues no fue una obra religiosa continuista en el tiempo, pero sí que marcó el camino para lo que vendría. De hecho, una década después se llevaron a cabo obras militares, tanto en la fortificación de la ciudad, con reformas en la muralla, en el portal de Zaragoza, en el castillo menor, o en el fuerte del rey Pedro, como en los sistemas de recogida de aguas, concretamente en los aljibes de la plaza de Santa Catalina y de la actual Plaza Carlos Castel.

Si bien la verdadera reconstrucción de Teruel solo había comenzado, y una vez protegida, al renovar sus sistemas defensivos, se llevó a cabo, de forma paralela, lo que podríamos denominar su embellecimiento, compartimentación y mejoras comunicativas, ejecutados, grosso modo, entre 1380 y 1420. En efecto, durante este reducido periodo de tiempo se construyeron, reformaron, o renovaron gran parte de los espacios y edificios de la capital. Por un lado, lo hicieron los que podríamos denominar civiles, como algunos caminos –el del barranco de las Ollerías, o el que llegaba a San Francisco–, los puentes –los de San Francisco y Doña Elvira–, el Estudio o la Judería. Por otro lado, los hubo en templos de las tres religiones, tanto la musulmana –en la mezquita–, como la judía –en la sinagoga– y, especialmente, la cristiana. De hecho, es la etapa en la que se registran más reformas en estos edificios. Por ejemplo, se intervino en el Hospital de San Gregorio –posiblemente el de Santa María de Villaspesa–, el de San Fabián y Sebastián, y el de San Julián, San Bartolomé y Santa Quiteria. De igual forma se reformaron estructuralmente las ermitas de Santa Bárbara, San Julián, Santa Catalina, y de Santa Lucía; el convento de San Francisco y, por último, todas las iglesias a excepción de la de Santa María, aunque sí que vería ampliadas y renovadas algunas de sus capillas –por lo tanto, las de San Andrés, San Juan, San Martín, San Miguel, San Pedro, el Salvador, Santiago, y la Trinidad–.
 

Virgen de la Misericordia, Museo de Arte Sacro de Teruel. Anónimo, h. 1440-1450.


 

De todas estas construcciones queremos poner el punto de vista en dos que, en la actualidad, son parte capital del patrimonio turolense: la iglesia de San Francisco, en la que intervinieron Conrat Rey y Gonçalvo de Vilbo entre 1392-1402; y la iglesia de San Pedro, que aunque ya se había iniciado hacia 1270, no se ultimó hasta la finalización del claustro, todavía en obras en 1396.

Una vez levantados todos estos edificios, empezaron a dotarse, bien con objetos de orfebrería, con vidrieras, con textiles, con rejas de hierro y, como no, con pintura. De este modo, la oferta de trabajo en la ciudad obligó a que muchos maestros se establecieran en la urbe, mientras que, otros tantos, quizás los más talentosos, fueran llamados para ejecutar obras concretas, de perfiles más suntuosos. De hecho, son numerosos los profesionales procedentes de los principales talleres de centros como Zaragoza, Morella, Barcelona, Tortosa o Valencia, con los que se contrató la ejecución de obras para la ciudad. Una elección en la que tuvieron mucho que decir las grandes familias de Teruel e, indudablemente, algunos de los grandes turolenses de la época que, aun no viviendo perpetuamente en la ciudad, siempre la tuvieron en sus plegarias. Hablamos de nombres como Francés Sánchez de las Vacas –más conocido como Francisco de Villaespesa–, el canciller de Navarra, quien fuera comitente del retablo mayor de la iglesia de San Juan (ejecutado por Pere Nicolau, 1404); el cartujo Francés de Aranda, fundador de la Santa Limosna de la catedral, o Gil Sánchez Muñoz, también conocido como el antipapa Clemente VIII (1423-1429) antes de pasar a regir la sede de Mallorca (1429-1446).

Entre todos esos artistas, quizás cabría destacar a los plateros Bernat Ferrando (Zaragoza) y Luis Adrover (Valencia), al “ligador de libros” e imaginero Pere Crespí (Valencia), o, especialmente, a los pintores Lorenzo Zaragoza (Barcelona-Valencia), Bartomeu Centelles (Morella), Pere Nicolau (Valencia) y Jaume Mateu (Valencia). Lamentablemente son escasas las obras conservadas de ese periodo y, tristemente, ninguna documentada; sin embargo, el estudio de ese contexto refleja, claramente, como la ciudad de Teruel vivió una segunda época dorada a caballo entre el Trescientos y el Cuatrocientos.