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Trabajar desde dentro: el patrimonio y la comunidad Trabajar desde dentro: el patrimonio y la comunidad
Recreación del dance de Fortanete

Trabajar desde dentro: el patrimonio y la comunidad

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Elena Fortea Monforte - Miembro del Joven Consejo Científico del IET, graduada en Historia y Patrimonio y máster en Gestión del Patrimonio Cultural; becaria en el Área de Patrimonio Cultural de la Comarca del Maestrazgo.

El patrimonio cultural cobra sentido cuando la comunidad que lo custodia se reconoce en él. A priori puede resultar una frase sencilla, sin embargo, encierra la clave de cómo debemos trabajar si queremos que el patrimonio sea una herramienta de desarrollo para nuestros pueblos. Yo lo he aprendido en primera persona. Me he criado en Cantavieja, la capital del Maestrazgo, donde he dado mis primeros pasos profesionales. En el Área de Patrimonio Cultural de la Comarca del Maestrazgo, he podido ver de cerca cómo los proyectos que realmente funcionan son aquellos que tienen a la comunidad en el centro y la implican.

Somos la comarca con la densidad de población más baja de Aragón, sin embargo, podemos decir orgullosos que albergamos una riqueza cultural inmensa. Pero quizás lo más valioso que tenemos no es el patrimonio en sí mismo, que también, sino la relación que los habitantes mantenemos con él. Aquí la comunidad, como en otras comarcas de la provincia de Teruel, es pequeña, pero los lazos son fuertes, como también lo es el sentimiento de pertenencia a nuestro territorio. Esa cercanía, que hace que los gestores puedan vincularse más a la comunidad, nos enseña que gestionar el patrimonio no es sólo conservarlo, sino crear oportunidades para que la gente se sienta parte de una misma identidad.

En 1987 Molinos acogió el IV Taller del Movimiento Internacional de Nueva Museología, la primera experiencia en España. Aquel encuentro defendía una idea que en la actualidad no se ha borrado del territorio y que aplica los principios de la museología a la gestión del patrimonio: el territorio es el museo, el patrimonio su colección y las personas el centro del mismo. Herederos todavía de aquella visión, en el Maestrazgo hemos entendido que los bienes culturales sólo cobran vida si mantienen conexión con quienes lo habitan, y que la gestión patrimonial pasa por implicar a la comunidad.

Por eso creo que algunos proyectos desarrollados en esta comarca son ejemplares por su dimensión social. El Plan de Salvaguarda de la Cultura Masovera es un caso ilustrativo. Las entrevistas a masoveros recogieron su memoria e historia oral, contribuyendo a la salvaguarda de este modo de vida tan característico de las sierras de Teruel. Además, se constituyó un grupo de seguimiento que implicaba directamente a agentes del territorio, y se llevaron a cabo tertulias participativas abiertas a todo aquel que quisiese aportar su testimonio, instaurando un modelo participativo donde la comunidad patrimonial no es un mero espectador, sino parte activa en la salvaguarda de su cultura.

Otro caso significativo es la recreación del Dance de Fortanete, que no se representaba desde hacía más de un siglo. Planteada como una actividad didáctica consiguió implicar a los principales entes educativos del Maestrazgo, a la asociación cultural ONTEJAS, familias y vecinos. Fue un proyecto intergeneracional, donde niños, adolescentes y mayores participaron juntos para volver a unir a la comunidad en torno a una importante tradición que unía a sus antepasados, y ahora a ellos mismos, sintiéndola como lo que es, propia.

 

Tertulia del plan de salvaguarda de la cultura masovera


Estos proyectos que cuentan con la comunidad, la recuperación de tradiciones o la salvaguarda de una cultura identitaria nos muestran que un territorio pequeño es capaz de generar modelos que sirvan de referencia a otros lugares. Por ello, trabajar poniendo en el centro a la comunidad, y formando parte de la misma, no es solo una cuestión de gestión, es también, una forma de comunicar hacia el exterior. Durante mucho tiempo, la mirada que se ha cernido sobre los pueblos ha sido ajena y llena de prejuicios. Hemos tenido que cargar con ser retratados como territorios atrasados, con poca cultura, como lugares en los que aún vamos “con la boina roscada y la faja”, y no, la cultura también está en los pueblos. De hecho, puede decirse que en muchos casos nuestra lejanía respecto a las industrias y la masificación ha permitido que el patrimonio material e inmaterial se conserven en mejor estado que en otros lugares.

Por eso es fundamental que la comunicación sobre nuestro patrimonio parta desde dentro, porque cuando no es así corremos el riesgo de que se construyan narrativas alejadas de la realidad. Además, esta perspectiva de trabajar desde lo local y de comunicar desde lo vivido constituye una forma de evitar los denominados “proyectos paracaídas”, que no son otra cosa que iniciativas diseñadas desde fuera que aterrizan en un territorio, ejecutan algo y se marchan sin haber dejado raíces. En cambio, cuando los proyectos nacen contando con la comunidad, como los que mencionaba antes, o incluso desde la misma, el impacto que causan es más duradero, porque entonces no solo se conserva el patrimonio, sino que se tejen lazos sociales.

He podido observar además, que las comunidades pequeñas tienen una ventaja, en cuestiones de patrimonio inmaterial sobre todo, cuando una tradición está en peligro, la respuesta suele ser más rápida y colectiva. Lo vemos de igual modo en el mantenimiento año tras año de festividades, con las comisiones de fiestas, mayoralías o quintos, que bajo estas formas de organización mantienen vivas poderosas formas de sociabilidad colectiva. Son estas redes de implicación las que sostienen gran parte del patrimonio inmaterial yendo un paso más allá de los proyectos institucionales.

De la misma forma que reflexiono sobre ventajas, también quiero hacerlo sobre uno de los retos que como investigadora no me ha pasado desapercibido. Hay una tarea pendiente, y es la de consolidar la investigación y generación de conocimiento en los pueblos, pues mayoritariamente está absorbido en los espacios urbanos. En el caso de la gestión del patrimonio la investigación es clave, pues no puede salvaguardarse aquello que es desconocido. Estamos en la era de la tecnología, donde la biblioteca está al alcance de todo el mundo que posee un ordenador, haciendo posible la consulta bibliográfica desde lo rural, donde muchas veces el trabajo de campo está “nada más salir por la puerta”: el archivo municipal a 1 minuto andando o Mercedes, la que se crió en una masía y hay que entrevistar, a 5 minutos. Gran parte de los casos de estudio están aquí, en el medio rural. Me gustaría destacar que, en este sentido, la labor del Instituto de Estudios Turolenses en los últimos tiempos está siendo importante para muchos jóvenes de la provincia, que desde el Joven Consejo Científico trabajamos para aportar nuevas perspectivas sobre nuestra especialidad, reforzando la conexión entre conocimiento y comunidad.

Concluyo ahora con lo que es mi forma de entender y habitar el territorio, trabajar desde dentro y para Teruel, reconociendo que las comunidades son las legítimas custodias de su patrimonio y que deben de ser parte activa de cada proyecto, pues uno de los grandes valores del patrimonio está en las personas que lo mantienen y lo viven.