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Trincheras Rock de Sarrión: diez años reivindicando la fiesta, la memoria y el futuro Trincheras Rock de Sarrión: diez años reivindicando la fiesta, la memoria y el futuro
El Trincheras Rock de Sarrión es la cita que tradicionalmente abre la temporada de los festivales de rock turolenses. D. S.

Trincheras Rock de Sarrión: diez años reivindicando la fiesta, la memoria y el futuro

El festival que abre la temporada en la provincia acaba de cumplir su primera década de historia
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Diego Soriano. Sarrión (Teruel)

Diez años no son nada, diría el tango, pero en Sarrión pesan como una historia escrita a base de distorsión, versos afilados y botas hundidas en el barro de la resistencia musical. El pasado sábado, 12 de abril de 2025, el Trincheras del Rock celebró su décima edición, una cifra redonda que no solo marca una década de vida, sino que consagra definitivamente al festival como uno de los referentes del rock combativo en España. Lo que comenzó como una apuesta valiente en un pequeño rincón de Teruel se ha convertido, edición tras edición, en un punto de encuentro imprescindible para quienes siguen creyendo que la música puede -y debe- sacudir conciencias. Sarrión se convierte año tras año en epicentro de guitarras rabiosas y letras que no callan, en un ritual colectivo que mezcla reivindicación y fiesta, memoria y futuro.

Desde primera hora de la tarde de un día como el sábado del Trincheras Sarrión empieza a vibrar con una energía distinta. Las calles se llenaron de camisetas negras, parches en las chaquetas, miradas cómplices entre desconocidos y esa sensación inconfundible de que algo grande está a punto de pasar. En el recinto ferial el suelo parecía latir al ritmo de cada paso, como si el propio suelo reconociera el regreso de su festival. Desde el primer momento se pueden ver a los niños corretear con los animadores infantiles mientras el personal calienta con las primeras cervezas. Porque aquí no se trata solo de música, sino de identidad: Trincheras es un acto de resistencia cultural en una tierra muchas veces olvidada, y por eso, cada edición es también una victoria.

Dani Ferrer, Javier Brun, Daniel Gimeno, Jorge Amarillo y Víctor Pérez (de izda. a dcha.), en el X Trincheras. Bandurrock


Los encargados de romper el silencio inicial fueron los jóvenes Kalumnia, una banda que entendió a la perfección cuál es el papel -nada fácil- de abrir un festival: romper el hielo, encender la chispa y arrastrar al público hacia el epicentro del escenario. Y vaya si lo consiguieron. Siempre resulta complicado despegar a la gente de la barra en los primeros compases del día, pero fue sorprendente la energía de estos chavales de Valdealgorfa, y la receptividad de un público que, desde el primer acorde, supo que la jornada prometía. Con sus letras combativas y un sonido enraizado en el punk americano, Kalumnia volvió a dejar claro que no están aquí para seguir el patrón, sino para trazar su propio camino, ligeramente desmarcados de la corriente estatal habitual. Una declaración de intenciones desde el minuto uno.

Tras la contundencia inicial fue el turno de Bandurrock, auténticos maestros en el arte de mezclar música y humor. Su actuación puso la nota cómica y desenfadada de la jornada, en un despliegue de versiones irreverentes, temas propios y un sinfín de ocurrencias que arrancaron carcajadas a raudales. Entre chascarrillos, guiños al público y gags improvisados, la banda turolense ofreció un show tan delirante como entrañable, fiel a su estilo. Uno de los momentos más memorables fue, sin duda, ver al guitarrista Jorge Amarillo, lesionado de una pierna y tocando sentado en un taburete, flanqueado por un cartel de Echenique, mientras sus compañeros no perdían la ocasión de bromear con la escena. Un gesto tan surrealista como brillante, que demostró que en Trincheras también hay espacio para el desparpajo y la risa bien afinada. Aunque también tuvieron tiempo para encogernos el corazón subiendo a gran parte de los niños que allí había a cantar su canción Gritaremos fuerte junto a ellos.

Julieta Cebrián, Daniel Viñuales, Héctor Pardo, Pablo Cester y Mateu Rins (de izda. a dcha.), Kalumnia, fueron los encargados de abrir la última edición del Trincheras. D. S.


El relevo de las dos bandas turolenses que abrieron la cita del sábado lo tomaron dos bandas tributo: Extremoband, rindiendo homenaje a los eternos Extremoduro, y El Gato López, celebrando la irreverencia y energía de Ska-P. Como era de esperar, ambos grupos lograron levantar al público con un repertorio lleno de clásicos coreables, esos himnos generacionales que se cantan casi por instinto. Y es que los tributos, en ese sentido, juegan con ventaja: la nostalgia es una aliada poderosa y siempre ayuda a mantener el ambiente en alto.

Sin embargo, no deja de resultar algo chocante su inclusión en un festival como este, que históricamente ha apostado por la originalidad, el compromiso y el apoyo a la escena emergente. Quizá habría sido más coherente reservar ese espacio para bandas locales o de otras zonas despobladas, que aunque menos conocidas, podrían haber aprovechado la plataforma para darse a conocer y aportar aire fresco a la programación. Apostar por lo cercano, lo nuevo, lo auténtico, es también una forma de resistencia cultural —y el Trincheras, en esencia, siempre ha ido de eso-. Esto no quita que haya que reconocer el altísimo nivel y profesionalidad de los músicos de estos tributos y lo impactante que fue ver a Txikitín (trompeta), Kogote (teclado) y Gari (trombón); miembros originales de Ska-p tocando con un tributo a su propia banda.

El broche de oro a esta décima edición lo puso Linaje, banda encargada de cerrar el cartel por todo lo alto. No es ningún secreto que cuentan con los mejores padrinos posibles dentro del panorama del rock estatal: Kutxi Romero, leyenda viva y padre del vocalista Aaron Romero, y Kolibrí Díaz, que ejerce como productor de la banda. Con semejante herencia, era fácil caer en el prejuicio o la expectativa desmesurada. Por eso acudí a su directo con cautela, sin pretensiones, queriendo dejar que fueran ellos quienes hablaran con su música. Y así lo hicieron.

La formación turolense Bandurrock al término de su actuación en el X Trincheras Rock de Sarrión. Bandurrock


Los chavales de Iruña no solo demostraron una solidez sonora incuestionable -con un estilo potente y bien definido que respalda la fuerza de sus letras-, sino que manejaron las dinámicas del directo con una madurez sorprendente. Supieron llevar al público por un viaje perfectamente orquestado, alternando momentos de pura electricidad con otros de recogimiento casi ritual, como solo saben hacerlo las bandas que entienden que un concierto no es una sucesión de canciones, sino una experiencia total. Mención aparte merece Aaron Romero, un verdadero maestro de ceremonias, cuya presencia en el escenario encarna ese espíritu del rock and roll auténtico, visceral y poético, que algunos creían perdido. Con él al frente, Linaje no solo cerró el festival: reafirmó que el relevo generacional en el rock está no solo asegurado, sino cargado de futuro.

Trincheras del Rock ha llegado a su décima edición con la contundencia de quien sabe que no ha llegado aquí por casualidad, sino a base de trabajo, compromiso y una fe inquebrantable en el poder transformador de la música. En un mundo que tiende a uniformar, este festival sigue siendo una trinchera real -y simbólica- desde la que se resiste, se canta y se construye comunidad. Lo vivido aquel 12 de abril en Sarrión no fue solo un concierto tras otro: fue una celebración de identidad, de memoria y de futuro. Que no se apague nunca este grito. Que vengan diez años más.