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Un viaje hacia los orígenes de Córdoba Llamazares a través del arte vernáculo Un viaje hacia los orígenes de Córdoba Llamazares a través del arte vernáculo
José Antonio Córdoba Llamazares (2º por la dcha.), junto a Antonio Giménez (dcha.), de la Fundación Santa María de Albarracín, y otros asistentes a la inauguración de la exposición

Un viaje hacia los orígenes de Córdoba Llamazares a través del arte vernáculo

El artista presenta en Albarracín piezas representativas de los últimos quince años de trabajo
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El escultor en hierro turolense José Antonio Córdoba Llamazares regresa a las salas de exposiciones con Entre llamas y formas, una exposición que puede verse en el Museo de Albarracín hasta el próximo 8 de diciembre.

Entre llamas y formas es una exposición retrospectiva donde se muestra la obra de José Antonio Córdoba Llamazares a lo largo de toda su trayectoria. La primera sala abarca piezas realizadas desde 2012 hasta 2018, en forja de hierro, y en la siguiente se muestran volúmenes creados a partir de ese año y hasta 2024, cuando el artista evoluciona en su estilo y comienza a incorporar nuevos materiales a sus creaciones.

La exposición puede verse en la zona de exposiciones temporales del espacio de Albarracín, en horario de 10.30 a 13 horas y de 16.30 a 18 horas de lunes a sábado, y de 10.30 a 13 horas los domingos. 

Madera, alabastro y otros materiales como resinas -con ejemplos por el momento inéditos que no se ven en el Museo de Albarracín- se integran en la obra de Córdoba en uno de los apartados más característicos y destacados en su evolución a lo largo de los últimos años.

Esa fusión de materiales responde a la vocación de aprender, de avanzar y de “salir de lo que hacemos siempre”, afirma el escultor. “Por el hecho de que al público le gusten los ángeles no puedes hacer siempre ángeles”, explica el escultor. “Esa es una forma de lograr un estilo con el que todo el mundo te identifique, pero no es lo que yo quiero hacer. Yo quiero evolucionar y cambiar, porque me divierte experimentar con materiales y con formas nuevas”.

De hecho la experiencia con el alabastro, muy diferente al trabajo en hierro, ha resultado una agradable sorpresa para Córdoba Llamazares, que lo encuentra “prácticamente tan blando como la madera y agradable de trabajar”. “Se corta con radial, pero también podría cortarse con serrucho, con algo más de esfuerzo”. El escultor aprendió a modelar el alabastro en Albalate con Pedro Anía y considera “que es una piedra muy bonita y da muchísimo juego”.

Con todo la exposición se nutre de buen número de las piezas de la serie Verbos, una de las primeras que el escultor dio a conocer, que casi como un ejercicio de depuración expresiva consistía en elegir palabras lo suficientemente sugerentes -Atrapar, Brillar, Concluir, Interpretar...-y darles forma a través del hierro al rojo.

 

‘Islero’, escultura en hierro y alabastro inspirada en el toro que corneó a Manolete


Otras piezas son más recientes, aunque abordan temas parecidos y forman parte de algunos de los proyectos expositivos que Córdoba Llamazares ha realizado con otros artistas, como Tere Fabregat. Y también puede verseuna instalación con algunas de sus últimas creaciones, que resultaron especialmente bien valoradas como trabajo final en el grado de Bellas Artes que cursó el turolense. “Reconozco que es un poco osado por mi parte meter una instalación, que implica un discurso artístico que se sale bastante de lo que es un herrero”, explica Córdoba. “Pero en realidad no quiero ser herrero, quiero ser artista”.

El herrero, que al tiempo es artista, acompaña cada una de las obras con una cartela en la que, de forma más extensa de lo que es habitual, Córdoba Llamazares explica su significado. Las temáticas que impulsan la creatividad del turolense siguen siendo muy variadas; desde la maternidad, la gestación hasta determinadas personas, como el violinista Ara Malikian a quien Córdoba dedica una escultura, pasando por asuntos contemporáneos pero universales como la despoblación, la emigración, el paso del tiempo o la mitología clásica, como es el caso de una alegoría a un peculiar Medusa, que eleva su mirada al cielo como para evitar seguir convirtiendo en piedra a todo aquel por quien es mirado.

El discurso de sus piezas no está exento tampoco de crítica, ni de celebración. “Me gustan invitar a la reflexión, desafiar las convenciones y también celebrar lo más bello de la vida”. “Desde el momento en que la fragua se enciende, siento una conexión mágica con el material, disfrutando de la libertad de dejar que el azar y la intención se fusionen en cada creación”.

Córdoba menciona ese factor de azar creativo como pura reivindicación, queriendo hacerse a sí mismo partícipe de la sorpresa del espectador ante el volumen inesperado. Admite sin ningún rubor que es antes forjador, escultor y experimentador que poeta conceptual. “El discurso que muchas veces circula es que el artista piensa un concepto que quiere expresar y a partir de ahí empieza a trabajar”, cuenta. “Sin embargo yo, en la mayoría de las ocasiones, trabajo al revés. Empiezo a jugar con el material, a darle forma, y después le pongo título”. En la gestación de la obra entran en juego demasiados factores como para pretender que todos son controlables. “Estoy convencido incluso de que el azar forma parte importante del proceso de creación. Eso significa que una parte de la escultura se escapa de tus planes y te vas a encontrar con ella al final”.

Arte vernáculo

Otro de los elementos que interesan especialmente a José Antonio Córdoba, y que encuentra reflejo en Entre llamas y formas es el arte vernáculo, que se define como el arte que realizan creadores, habitualmente autodidáctas, y que suele hacer referencias a los orígenes, a lo materno, a lo más propio del artista o del grupo social o familiar al que pertenece. “Viene de la tradición, de los principios... de cómo los artesanos transmitían la información y los conocimientos de boca a oído, de generación en generación”. “Con esos orígenes es con lo que trato de conectar mi forma de trabajar”, explica.

Para Córdoba la relación con el hierro siempre ha sido visceral, muy ligada sus orígenes como hijo de herrero. “Mi padre hacía carros, trabajando por igual la madera y el hierro, y desde niño me quedaba embelesado mirando el metal naranja, como mi padre cambiaba la forma del hierro a martillazos”. José Antonio Córdoba entonces tenía 8 años, vivía en León “y mis intereses iban por otros lados”, recuerda riendo. “Pero de algún modo estoy seguro que aquello me quedó latente, y años después -hace década y media, aproximadamente- sentí la necesidad de empezar a hacer cosas con hierro, y poco a poco me fui enganchando”.

Tras realizar varios cursos de forja artística y soldadura con maestros como Gabrielle Curtolo o Ramón Recuero, ya en Teruel, donde vive hace cuatro décadas, decidió que si quería seguir dando pasos hacia delante como artista debía ampliar sus conocimientos. “Decidí cursar asignaturas en el grado de Bellas Artes de Teruel. Allí entendí que ser artista implica algo más que ser artesano, requiere una ampliación de conceptos y una capacidad crítica. Descubrí que el trabajo artístico debe integrar mente, pensamiento, espíritu y estado emocional”.

Ante la retrospectiva que visita el Museo de Albarracín y que abarca década y media, prácticamente, de trabajo, José Antonio Córdoba sigue reconociéndose en sus primeras obras, al tiempo que se muestra orgulloso de la evolución que tanto en lo formal como en lo conceptual ha experimentado. “A través de la formación que he seguido durante cuatro años, cursando asignaturas de Bellas Artes en la Universidad de la Experiencia, ha cambiado por completo el concepto que tenía del arte”, explica. “Ahora detecto que hasta 2018 sufría cierto estancamiento, no tanto de producción como de mensaje. A partir de ese año cuando profundizo en mi formación y empiezo a ver otras cosas y a ponerme a prueba se me abren muchos caminos, y creo que eso se percibe claramente en la muestra”.

 

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Pedro selleras

Durante el próximo mes de febrero José Antonio Córdoba Llamazares inaugurará su primera escultura pública, en la localidad de Torre los Negros, en el Jiloca. Se trata de una gran escultura, de dos metros, del padre franciscano Pedro Selleras (1555-1622).

Se trata de un personaje especialmente querido en el pueblo, y quien según la tradición obró milagros en Torre los Negros, como hacer brotar agua de una piedra tras golpearla con su bastón. La escultura diseñada por Córdoba, de unos dos metros, le representa precisamente en ese momento.

Para el escultor na sido especialmente complicado, porque hacer un volumen de dos metros tiene poco que ver con forjar piezas de pequeño formato. “El concepto es muy diferentes. Aquí lo que haces es componer una figura por medio de piezas, dobladas o rectas, soldando y repasando, porque no todo el mundo tiene medios para trabajar y moldear piezas de hierro de gran tamaño”, explica Llamazares. “Durante el tiempo que he estado trabajando en la escultura, me acostaba y me levantaba pensando en ella, pero la experiencia y el resultado creo que han valido la pena”.