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Días de azafrán Días de azafrán
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Sofía González Millán

Cada año cuando llega noviembre tengo la misma sensación, a finales de este mes es mi cumpleaños, pero desde el día uno yo ya estoy de celebración. Es como si todo el mes fuera especial, de pequeña esperaba llegar la fecha con alegría y con mucha emoción y afortunadamente no la he perdido.

Siento que este mes es un mes para hacer una pausa, un lugar para descansar, porque el mes de septiembre está lleno de inicios, la vuelta al colegio, al trabajo y todo el bullicio que ello conlleva, en noviembre todo eso queda atrás, nos vamos adaptando al cambio (o al menos lo intentamos) y todavía no ha llegado la actividad frenética de la navidad, así que yo personalmente puedo celebrar todo el mes mi nacimiento y disfrutar de él sin rivalidad de fiestas ni bombardeos de anuncios de colonia.

Hace algún tiempo escribí un poema en el que hablaba de cinco estaciones, las cuatro conocidas: primavera, verano, otoño e invierno, y otra inventada por mí, la estación “Refugio”; en esta estación proponía que todos nos dedicásemos a cuidar de nosotros mismos, a curar nuestras heridas, a respirar y a realizar todo acto de amor para salir renovados, y poder continuar el camino de las restantes estaciones de una manera más sosegada y feliz. Esto es lo que siento en noviembre. Aunque he de confesar que este año está teniendo un ritmo más propio de septiembre, porque estamos poniendo en marcha un proyecto llamado “Proyecto Tribu Rural”. Ya os contaré en otro artículo de qué se trata.

Este mes también tiene relación para mí con el azafrán, los días de azafrán, que ahora viven en mi memoria, fueron de los más felices que recuerdo.

A Burbáguena llegaban rosas de azafrán de Fuentes Claras, con un olor tan especial que todavía puedo sentirlo, ese montón de flores frescas, fresquísimas, que se habían recogido a mano al amanecer, cuando el rocío de la noche las mantenía erguidas y en toda su plenitud.

A mano se recogían y a mano se habían de extraer las preciadas hebras, de un rojo intenso, que contrastaban con el amarillo de las lengüetas y la tonalidad morada de los pétalos.

Yo estaba deseando ponerme a esbrinar, al principio no sabía exactamente cómo debía hacerlo, la torpeza típica del desconocimiento hacía que fuera lenta y que mientras las demás mujeres tenían ya una montaña de brines en sus platos, yo estuviera intentado inventar una técnica para ir más rápida.

Con el tiempo conseguí llevar un buen ritmo, partía la flor en dos, cogía los brines y los depositaba en el plato con decisión, una tras otra las flores rotas caían en el delantal hasta hacer una montaña bajo nuestros pies. Que maravilla de cuadro formábamos, porque para hacer esta tarea nos juntábamos todas las vecinas del barrio, esa era la otra parte que me fascinaba, escuchar las conversaciones de aquellas mujeres, con sus vidas sencillas y a la vez llenas de sabiduría, que igual hablaban de lo que iban a hacer de cenar, que comentaban tiempos pasados, algunas veces con tristeza y otras veces con humor.

Todas estas mujeres no llegaron a saber lo que suponía para mí esa unión, ese encuentro, ese calor que aportaban en aquellas tardes frías, donde la oscuridad estaba fuera, pero todo el color y todas las palabras estaban dentro, alrededor de aquellas flores.

Cuando se acababa de esbrinar la última rosa los platos estaban llenos de rojo azafrán, la tarde se había llenado de historias y las mentes se habían calmado con el ir y venir de las manos realizando una labor ancestral, uniendo a mujeres de todas las edades y haciéndonos una.

Enseguida se pesaba el oro rojo del Jiloca, el dinero que recibíamos era otra parte más de aquella experiencia, pero no la más importante.

Creo que si hubiéramos encontrado otra excusa para quedar lo hubiéramos hecho, pero al acabar la época del azafrán cada vecina iba a su olivo y por unos días yo echaba de menos todo ese ritual.

Después me dedicaba a mis estudios y a leer todos los libros que caían en mis manos. Unas manos que todavía llevaban el olor y el color morado de las flores, y que provocaban en mí el deseo de que fuera noviembre otra vez.

 

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