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Juan Cañada

Fue en mayo de 2018 cuando solicitaron a mi buen amigo Efrén Cuevas que diera el discurso de graduación de la última promoción de estudiantes de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Él mismo dice que fue una conferencia un poco heterodoxa, ya que en vez de tratar de algo relacionado con su especialidad, se puso a hablarles de los geranios, de los que seguro que entiende poco. Quedé asombrado por la facilidad que tiene para hacer comparaciones y sobre todo para conseguir moralejas que ayuden a entender el trabajo de la docencia.

Al tratar de los geranios dijo que son plantas recias, que se adaptan muy bien a las diferentes climatologías y que nos alegran todo el año con sus flores de vivos colores. Eso sí, requieren de cuidados si las queremos fuertes y floridas. Para ello hace falta regarlos, abonarlos, podarlos... Concluyó su disertación explicando que los alumnos son como los geranios, y que el truco para conseguir buenas personas y buenos profesionales, está en quererles, para que den lo mejor de sí mismos y salgan preparados para aportar valor a esta sociedad que les espera cuando concluya su estancia en la universidad.

Explicó que hay plantas con flores aparentemente más hermosas, con sutiles olores repletos de matices, con hojas y troncos delicados y bien proporcionados. La comparación de esas plantas de invernadero con los geranios que aguantan casi todo, me pareció sublime. Las de invernadero están diseñadas para lucirse, para exhibirse, pero no soportan ni las corrientes de aire, ni el sol, ni el frío... Aún con todo, los geranios reclaman atención, cuidado y mimo. Si no se les dedica un poco de esfuerzo y cariño es lógico que acaben muriendo, aun siendo unas plantas duras y resistentes.

La conclusión a la que pretendía llegar Efrén es que la mayor parte de los estudiantes hemos sido como los geranios, gente normal, plantas normales, corrientes, con capacidad de sobrevivir, dispuestos al trabajo duro y a dar unas hermosas flores que deleiten a quienes las contemplan. Y es misión del jardinero aportar el agua necesaria, los nutrientes, facilitarles las condiciones necesarias para su desarrollo y supervivencia. Alguna vez tocará podar, retirar las hojas y flores secas, quitar algunos bichos. Tal vez resulte traumático el uso de la tijera, pero sin ella no habría flores bonitas.

En 2019 conocí en Kenia un profesor que se llama Thomas Mboya. En esos momentos estaba al frente de una escuela en Viwandani, Nairobi. Cuando ya había regresado a España me envió una carta explicando los problemas relacionados con la educación en los barrios más pobres de las grandes ciudades. Me decía que cree que los profesores tienen la gran misión de transformar las vidas de quienes serán el futuro de esta hermosa nación, y terminaba afirmando que es consciente de que la educación es la mejor arma para evitar la pobreza en el mundo. Ahora sólo faltan buenos jardineros que enseñen a otros jardineros.