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Por Elena Gómez

Jodeeeeer! Ya están otra vez en la radio con el asunto de la chiquilla… no me dan un minuto de tregua. Esta mañana no he podido ni siquiera abrir el periódico, cuatro páginas y una portada le han dedicado al asunto. Y lo entiendo, primero la desaparición y luego el hallazgo del cadáver. Toda la ciudad ha estado pendiente del caso.

Dicen que a los asesinos les gusta verse reflejados en los grandes titulares, pero es que no soy un asesino, ¡me cago en mi puta vida! Fue un accidente… eso sí, me creí más listo que nadie y pensé que en aquel pozo nunca la encontrarían. ¿Borré todas las pruebas? Yo creo que sí, pero…

No voy a volverme loco, venga, es imposible que asocien a esa putita conmigo, tengo todo bajo control. Mierda, estoy muerto de miedo. La culpa es de ese maldito cabo Varela, que anda metiendo las narices como un sabueso hambriento. Yo confiaba en que se ocuparía de todo la Policía Nacional porque la niña era de aquí. No caí en la cuenta de que el pozo está en zona rural, si es que alguna vez encontraban el cadáver, y la Guardia Civil se ha metido de lleno en la investigación. No confío en ese Varela, es sigiloso y su mirada demuestra perspicacia e intuición. Que no… que no es más inteligente que yo, estoy seguro.

Mírala, soy incapaz de tirar a la papelera el periódico de mi escritorio, se me pone dura si miro la foto de la chica. Todavía me excita recordar aquella noche: su pantaloncito corto, su cintura al aire, sus muslos sinuosos y sus pequeños pechos turgentes que pedían ser estrujados por una mano experta… ¡uf! Hace mucho calor aquí, voy a abrir la ventana.

No le voy a dar más vueltas al asunto, ¡no pude evitar que ocurriera! Iba caminando sola por el arcén y no habría estado bien dejarla allí tirada en medio de la nada. Y menos yo, con mi cargo y mi renombre. Seguro que si paso de largo, la hija de la gran puta me pone verde en sus redes sociales. Son todas unas zorras desde que nacen. Se me insinuó nada más sentarse en el asiento del copiloto, me sonreía con cara de salida, se mordía los labios, se tocaba la melena… ¡me puso a mil!

Recuerdo cada detalle de lo que pasó después, la mojigata se hizo la estrecha cuando me abalancé sobre ella. Que si déjeme, que si solo tengo catorce años… pero cuando conseguí abrir sus piernas, bien húmeda que estaba la muy guarra. El forcejeo, las bofetadas, los arañazos y la asfixia eran solo parte del juego. Se lo estaba pasando igual de bien que yo, lo sé por experiencia. Y si no, que se lo digan a las demás que, además de pasar un buen rato, se llevaron un buen pizco por no poner una denuncia.

Pero se me fue de las manos. De que quise darme cuenta, ya no se movía ni respiraba. ¡Tenía que hacer algo, mi reputación estaba en juego! La escondí en aquel pozo abandonado, pensando que pasarían años antes de que nadie la encontrara. Tenían que caer aquellas lluvias torrenciales y pasar por allí unos senderistas perdidos para que mi plan se viniera abajo. Si es que parezco novato, ¡joder!

Bueno, tranquilidad ante todo. En realidad, no estoy preocupado. Es imposible que me vinculen al caso y, además, toda la información pasa por mis manos. Lo que ocurre es que ese Varela me tiene hasta los huevos con sus preguntitas inquisitivas y esa forma de dar a entender que sabe más de lo que parece. Tiene que ser un farol, debería calmarme. Pero no lo haré hasta que las miradas se desvíen hacia algún otro sospechoso, eso está claro.

 

*********

—Señor, el cabo Varela desea verlo.

—Está bien, dígale que pase.

(Maldita sea, ya está otra vez tocando los cojones).

—¡Varela! Pase, pase, póngase cómodo. Estaba leyendo las últimas noticias publicadas sobre el caso de la joven asesinada, es terrible. Tenemos que poner todo nuestro empeño en encontrar al culpable de esta atrocidad. Cuénteme cómo van las pesquisas, por favor.

—Mi comandante, tenemos sospechas suficientes para que el juez emita una detención.

—Joder, menos mal. Una vez que la Guardia Civil ha tomado el mando de esta investigación, no podemos defraudar a la sociedad. Dígame, ¿de quién se trata?

—Según algunos testigos, un coche oscuro y de alta gama estuvo rondando por la zona de la desaparición aquella noche. Nadie identificó la matrícula y las descripciones que nos daban eran muy vagas. Nos costó dar con alguna pista que se acercara a las declaraciones de los testigos, hasta que caímos en la cuenta de que podría ser un coche oficial ya que, a ojos de un civil, parecen todos iguales.

(Mierda)

—¿Cómo que un coche oficial? ¿A qué se refiere? No estará insinuando que un funcionario utilizó el Parque Móvil para perpetrar semejante fechoría…

—Eso es exactamente lo que estoy diciendo. Era el día de la Hispanidad y todos los altos cargos de la ciudad estuvieron celebrándolo en diversos actos públicos, por lo que no era descabellado pensar que uno de ellos, o algún chofer, se diera una vuelta por el extrarradio para terminar la fiesta de una forma especial.

—No me joda, Varela. Con esos indicios es imposible saber quién ha sido. Supongo que habrá presentado ante el juez pruebas más contundentes que esa si quiere detener a uno de los nuestros.

(Eso es, tira balones fuera)

—No fue difícil tirar del hilo una vez que teníamos una línea de investigación. Sobre todo, teniendo en cuenta que el cadáver de la chica tenía agarrado en una mano un trozo de tela que pronto identificamos como unos galones de uniforme. Encontrar al dueño de esos galones y analizar el coche que llevaba esa tarde, ha sido un paseo para la científica. Cometió un error no limpiando nada, mi comandante, ¿de verdad pensó que nunca llegaríamos a usted?

(Hostia, los galones… ¿cómo no me he dado cuenta antes? Seré inútil…)

—Entiendo… veo que me ocultó datos muy relevantes cuando le pedía informes al respecto. Sabe que la desobediencia es una infracción muy grave, cabo.

—Señor, en una investigación criminal, debo cumplir de forma estricta las indicaciones del juez instructor. Es lo que hice.

—Está bien… iba a ofrecerle los medios necesarios para la detención, pero creo que no hará falta. Voy a declararme inocente ante el juez, Varela, de algo servirá mi rango. Con mis influencias, dese por jodido, iré a por usted. ¿Lo entiende?

—No me lo ponga más difícil, por favor. Extienda los brazos para ponerle las esposas…  así. Si le parece bien, le voy leyendo sus derechos mientras bajamos al coche patrulla. ¡Ah! Voy a llevarme su chaqueta para procesarla como prueba. Le queda por delante un camino complicado, mi comandante. Y no le deseo ningún tipo de suerte con ello.