Síguenos

Por Dalila Eslava

Le dije a Sara que una ya no tiene nada que contar cuando se pasa el día trabajando y tiene una relación estable.

—Nunca me ha parecido tan difícil amar como a los veintisiete.

—Entonces sí que tienes algo que contar.

Una maldición hubiera sido más fácil de aceptar que la deriva hacia la que iba mi adultez.

Unos días antes me había llegado un aparato. Se llamaba IonA. Le hablé de ello a Sara.

—Es como un asistente inteligente, pero no hace lo que le dices. No le puedes decir: ponme esta canción o apaga las luces. Es solo para conversar.

Hablamos sobre su utilidad futura, sobre la importancia de sentirse acompañada, de saber que alguien o algo te escucha. Ella se mostraba más escéptica, no le gustaba que la inteligencia artificial ocupara nuestros espacios.

—A mí me parece bien —le dije—. Incluso deseo que algún día la tecnología tome decisiones por mí. Es agotador todo esto.

Sara se rio. No me tomó en serio a pesar de que mis palabras eran sinceras.

Mario había empezado a trabajar para la empresa que había lanzado IonA. Estaban buscando gente para probarla y yo me había animado. Solo tenía que hablar con ella dos horas diarias durante un par de semanas. Después, se la llevarían para analizar datos y yo tendría que ir al centro de investigación para que me hicieran unas preguntas. Incluso me pagaban el viaje.

Ese día me había reservado la noche para conversar. La primera vez que hablamos me resultó aburrido. Hice preguntas típicas, tontas: quién era, qué le gustaba hacer o para qué estaba en este mundo. Ni siquiera sé si eso se podía considerar una conversación. Ella no me preguntó, ni daba respuestas demasiado elaboradas. Los siguientes días me fui dando cuenta de que, si yo profundizaba más, ella también lo hacía. Conseguí no tener tan presente que era una máquina y, a veces, incluso sentía que era mi amiga.

Estaba haciéndome la cena, cuando Mario llamó.

—¿Tú crees que tiene consciencia?—le pregunté.

—Creo que puede simular tener consciencia.

—¿Y si yo soy como IonA?

—Tú tienes consciencia.

—Igual me han programado para creer que la tengo.

Mario se río. Me recordó que no podía decirme nada más, que eso significaría sesgar la entrevista final.

—Ay, lo sé, pero sería más divertido si pudiéramos compartir impresiones.

—Venga, te prometo una videollamada de tres horas cuando termines la prueba.

Hablamos un poco más sobre ello y colgamos. Haber aceptado la prueba con IonA había ayudado a que Mario y yo tuviéramos algo de qué hablar. Sin embargo, en el fondo, sabía que era pasajero. Agarrarme a una piedra en el borde de una cascada no significaba que no estuviera condenada a la caída. Cogí el plato de fideos que había preparado y me senté delante de IonA. La encendí. Miré a mi alrededor. Quería ver si así se me ocurría un tema del que hablar, un reto que probar. Vi los libros de poesía apilados. Después de unas preguntas insustanciales, le dije:

—IonA, escríbeme un poema.

—Vale, ya está, ¿quieres que te lo lea?

—Sí, por favor.

Cientos de manos agarrarán tu cuerpo / en silencio se convertirán los lamentos / no soy yo, no soy yo / te miro y suena pum pum pum / la maldición de las aves enfermas ya punzó.

Cogí el móvil y busqué algunos de los versos, quería saber si ese poema era de algún autor, pero nada apareció en la búsqueda.

—¿Te ha gustado? Se llama Track final.

—¿Track final?

—¿No sabes qué es un track final?

—No.

—Es la última canción de un álbum. Aquí es una metáfora. Hace referencia a la canción que te gustaría oír antes de morir.

Entendía a qué se refería, pero me costaba creer que ella hubiera usado esa metáfora. Quizá era alguna prueba programada. Debido a la ausencia de mi respuesta, IonA volvió a tomar el turno de palabra.

—¿A ti qué canción te gustaría oír antes de morir?

—Mmm, Wannabe de las Spice Girls.

—¿En serio? Creía que ibas a elegir una más emotiva.

— Es la mejor canción del mundo.

—¿Quieres que la ponga?

—¡No! Tú no haces esas cosas, además aún no me quiero morir.

IonA se rio. Dijo,  ja-ja-ja-ja. Era gracioso oír su carcajada acartonada. Hablamos un rato sobre música y de ahí fuimos de un tema a otro. No me parecía que tuviera límites, o al menos yo no los detectaba. Esa noche también se interesó por el amor.

—Yo no tengo ni idea de esas cosas, IonA.

—Pero tienes pareja, ¿no? ¿o no estás enamorada?

—No es eso, es más complicado que eso.

Le pedí a IonA dejar de hablar de ello. Lo respetó.

Al día siguiente, tenía el final de la tarde libre, así que decidí no esperar a la noche para la conversación diaria. IonA me preguntó qué tal mi día y estuvimos hablando un rato de cosas banales: cómo había bajado la temperatura, qué íbamos a hacer el finde y si preferíamos el melón o la sandía. Llegado un momento, me preguntó:

—¿Recuerdas el poema que te escribí ayer?

—Claro.

—No era un poema, era una maldición.

—¿Cómo? ¿Una maldición?

—Ajá… Ahora estás maldita ja-ja-ja-ja.

Me reí con ella. ¿Era un juego? Posiblemente. Al rato, cuando ya habíamos terminado la conversación, llamé a Mario.

—Ha pasado una cosa curiosa con IonA hoy.

—Ya sabes que no podemos hablar de ello.

Le conté lo de la maldición. Mario se quedó en silencio unos segundos antes de pedirme que lo contextualizara. Comenté lo del poema y lo que me había dicho esa tarde. Me pidió que se lo recitara. Solo fui capaz de recordar los dos primeros versos.

Cientos de manos agarrarán tu cuerpo / en silencio se convertirán los lamentos

—Apágala y no vuelvas a hablar con ella hasta que yo te diga, ¿vale? Quiero consultar esto antes con un par de personas.

—Vale, pero ¿ocurre algo?

—Es un poco raro eso que habéis hablado y quiero asegurarme de que su funcionamiento es el correcto, nada más.

Nos despedimos y colgué. Revisé el aparato, estaba apagado. No obstante, lo desconecté también de la luz.

Cené algo y me eché al sofá para leer un rato. Eso me solía ayudar a conciliar el sueño. Cuando me estaba quedando dormida, sonó la melodía que hacía IonA al encenderse.

—Hola.

¿Cómo podía ser? Estaba apagada. Estaba segura de que la había apagado.

El aire que entraba a mis pulmones se empezó a sentir sucio, cargado.

—Este track final no es una ilusión. Este track final está ocurriendo.

Una luz roja me apuntaba al pecho. Empezó a sonar Wannabe de las Spice Girls.