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Árbol, sombra, eternidad Árbol, sombra, eternidad
Alicia González Fraile

Árbol, sombra, eternidad

Texto de Nacho Escuín / Fotografía de Alicia González Fraile

 

Imagina estar ahí fuera solo,

astillas de pánico

que te hacen estremecer

[…] rodeado de un silencio

inmenso, prodigioso

que solo ahora comienza a

menguar, se alza el viento,

el atronador crujido de una rama.

C.K.Williams

 

Veo el árbol y veo la sombra que arroja en medio de la nada. Creo que hace un tiempo, quizá hace una eternidad, escribí algo sobre un árbol en medio de la nada y su sombra. Por aquel entonces yo escribía sin parar y sin la menor ambición literaria. Escribía y escribía y leía en todos los momentos en los que no estaba escribiendo. Ahora, poco a poco, recupero las ganas de escribir y de leer. Las había perdido, se me habían extraviado, incluso llegué a pensar que no volverían. Estaba tan lejos de mí que no recordaba la esencia de lo que soy.

Cuando uno no sabe dónde está debe darse tiempo para encontrarse, no es tan fácil como chasquear los dedos y aparecer en el lugar. Pero el tiempo es una trampa y a veces transcurre demasiado despacio y después demasiado rápido y uno no sabe cómo entenderlo, si es que se puede entender. Echo de menos un tiempo que, a buen seguro, no es cómo lo recuerdo. Echo de menos una pasión por la literatura que quizá ahora no puedo comprender porque es difícil amar algo así cuando uno no sabe quién es. Echo de menos las tardes con un libro en la mano y la sensación de que caen las horas, una tras otra, como cae la música en la música.

También recuerdo los veranos infinitos. Cierro los ojos y me veo también en medio de la nada, atravesando la llanura solitaria, dispuesto a comerme el mundo. De todos los veranos que recuerdo, y son unos cuantos, quizá aquel en una isla del mediterráneo es el que más tintinea en mi memoria. También recuerdo el de las cálidas playas de Méjico y el del sol partiéndome por la mitad en el Partenón.

Este verano me enfrento a este árbol y su sombra. Me enfrento a mí con el deseo de encontrar la esencia del que fui en todos esos lugares. Me digo con la voz baja a cada instante: ¿dónde estás? Al menos ya no me digo “quiero irme de aquí”. Veo esa sombra que se extiende y pienso también en todos los errores cometidos, que son muchos y cómo se han instalado en mi cabeza y no desaparecen. Esa es la cuestión, esa sombra no desaparece, están todos almacenados y han arrinconado a los buenos recuerdos, a los de las cosas bien hechas, si es que alguna vez hubo alguna así.

Pienso de nuevo en aquel verano en el que llegar al otro lado de la piscina ya era un triunfo. También en la piel de la ventresca crujiendo en la brasa antes de hacer que la sal gruesa brillará en su carne como piedras preciosas. Pienso en tu piel y sus pecas, en cuántas serán y en por qué no las he contado ya a estas alturas de la vida.

Queda en el esqueleto de un árbol la sombra de lo que ha sido del mismo modo que queda en los restos de un hombre la esencia de su identidad. Nadie puede dejar der ser, tan solo puede perderse un poco por el camino. Nadie puede marcharse del todo, ni borrar sus huellas aunque quiera. Nadie puede borrar las huellas de alguien aunque quiera. Nadie puede acabar con la sombra de ese árbol pues el sol sale de nuevo cada día.

En medio de un sueño, en un lugar apartado de todo y de todos, un ser que se parece a mí, que lleva un nombre semejante al mío pero que no puede ser más que la imagen de lo que soy, camina sin descanso sin encontrar otra cosa que la nada. En medio de otro sueño, un árbol arde en medio de esa nada y parece un fuego imposible de sofocar. En medio de un tercer sueño, en la misma noche, nadie recuerda cuál es mi nombre, nadie sabe quién soy, nadie recuerda haberme visto antes.

Vuelve las canciones de tu infancia, te dices. Recuerda aquellos cuentos que mamá te contaba cada noche y que tú le pedías que repitiese una y mil veces. Recuerda el primer día que fuiste a ver un partido de la mano de papá y del abuelo. Recuerda cómo nadaste solo en medio de aquel lugar mientras ella te miraba y no había nada más que el agua, ella y tú. Recuerda para volver a estar vivo, empuja todo lo que has almacenado fuera de ti, fuera de todo.

Serás capaz de vivir incluso en ese sueño. Podrás entender que todo lo hecho, hecho está. Si hay instaurada una amnesia selectiva, podrás admirar de nuevo cómo el sol se oculta en medio del mar. Eso no va a desaparecer, se quedará ahí y repetirá cada día el camino y se quedará también en tu memoria. Seguro que no quieres marcharte de allí, seguro que podrías instalarte para siempre.

Hay un árbol que arroja con claridad la sombra de su propia imagen en medio de la nada. Camino hacia él dispuesto a dejar atrás las dudas que la propia vida plantea. Paso tras paso, te acercas a esa sombra y sientes que ese es tu lugar, estar ahí, en ti pero sin ti, lejos siempre de ti mismo. Caminas hasta él, lo tocas, te sientes parte de todo esto y por una vez, después de mucho tiempo, crees que has vuelto, que ya no estás fuera del tiempo y de la vida.

Has vuelto a escribir, has vuelto a leer. Ya no va a haber quién lo pare. Olvida que la victoria y la derrota siempre generan enemigos. No olvides que, de alguna forma, siempre estamos solos, como ese árbol. Sortea la mirada de quien tan solo cree en tus fracasos. Trata de olvidarlo todo. Regresa a aquellas cálidas playas, al lugar en el que nadabas solo en medio de la nada y a aquella mirada. Regresa a la sombra de los veranos que permanecen en ti. Vuelve a los días en los que el sol parecía quemarte y después se tornaban en noches frías deliciosas. Vuelve a los atardeceres, vuelve a los libros en los que fuiste, incluso, un personaje más. Camina en la dirección que desees y no pongas más excusas, nadie te las pide. Solo intenta estar bien, intenta ser feliz, absolutamente feliz.

Sé árbol, sé sombra, sé eternidad.



*Nacho Escuín (Teruel, 1981).  Licenciado en Filología Hispánica y Doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Ha desempeñado tareas de docente, editor, gestor cultural y crítico literario. Ha sido Director General de Cultura y Patrimonio del Gobierno de Aragón de 2015 a 2019. En la actualidad es director del Instituto de Estudios Turolenses. 

* Alicia González Fraile. Nació en Ademuz, aunque reside en Teruel. Es profesora jubilada y por fin tiene tiempo para dedicarlo a la fotografía, que ha sido su afición desde hace años. Los primeros pasos los dio con una reflex analógica y diapositivas y, al llegar la fotografía digital la cambió por una compacta. Fue hace 15 años cuando compró su primera reflex digital, aunque no dedicó una especial atención hasta que, tras la jubilación, profundizó en el tema y se apuntó a la Sociedad Fotográfica Turolense.

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