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El camino recto El camino recto
José Hinojo (Serón, Almería, 1951). Aunque he trabajado la fotografía desde el plano profesional, la define como arte, cariño...Siempre un recuerdo

*Por Maite Joven

“Los recuerdos no existen”. Era el año 97 y Don Alfredo, filósofo de gran tamaño-en todos los sentidos-y con un elevado sentido de la justicia, le dejaría esta frase eternamente para el recuerdo. Tras más de veinte años desde entonces, recordaba con ternura a aquel querido profesor que instauraba en sus alumnos el pensamiento crítico y el cuestionamiento de la verdad.

Natalia siempre fue una niña bastante solitaria que fantaseaba con otras vidas y con otros mundos. Solía encerrarse en cualquier estancia de su casa y pasarse horas y horas emulando ser personajes que vivían de algún modo en su interior.

Era curioso, pero en cada habitación habitaba un personaje diferente. En su dormitorio era una maestra vieja y refunfuñona que “educaba” a sus alumnos a base de puntos negativos y hostiazos con una regla. En el dormitorio de sus padres era una periodista que entrevistaba a los personajes del momento que publicara el Hola, frente al espejo del tocador para poder ver como el acento malagueño o británico le devolvía la imagen del personaje en cuestión. Y, si salía de ese micro mundo para ir al macro mundo de casa de sus abuelos, siempre encarnaba a un sacerdote sin sotana que se dedicaba a impartir misa a la audiencia allí congregada que no eran más que su extensa familia a la que, bajo una atónita mirada, estaban dispuestos a guardar pacientemente su turno para recibir el cuerpo de Cristo en forma de pequeños cuscurros de pan.

Esta niña no es normal Mari Carmen. Yo creo que la tendría que ver alguien.

¡Un exorcista no te fastidia! De verdad Antonio, abre un poco la mente y no seas tan hermético. A esta niña no le pasa nada. Lo que ocurre es que tiene mucha imaginación.

Natalia escuchaba a sus padres y se preguntaba si su padre tendría razón. Eso le entristecía pues suponía que la querrían ver feliz, despierta y alegre ¿Acaso no es eso lo que esperan unos padres de sus hijos?

Pasaron varios años desde entonces y la relación con sus padres fue tornándose cada vez más diferente. Su madre era su debilidad. Le inspiraba amor a raudales. Sentía que era esa clase de personas tan sumamente buenas a la que debía de proteger para que la ferocidad de los demás no le hiciera demasiado daño. Seguramente más del que merecería.

Durante sus años de Universidad, Natalia descubrió el sabor de la libertad, la conciencia social y la importancia del compromiso político para mejorar el mundo. Estudió Filosofía y Letras y obtuvo una beca que le permitió hacer una tesis sobre la influencia que tiene el entorno familiar en la toma de decisiones.

Lideraba Comités de estudiantes en los que se hablaban de temas tan diversos como la libertad, la felicidad, el feminismo y también sobre literatura y cine. El caso era entender el mundo, el comportamiento humano. Descubrirse, en suma.

Pero cuanto más cerca estaba del caudal humanista y progresista, más lejos estaba del redil reaccionario, rancio y clasista de su padre.

Todo lo que para él no fuera lo normativo y decente, debía pasar por un estricto revisionismo en manos de algún psiquiatra o experto en prácticas poco ortodoxas, pero sí eficaces. Nunca toleró que su hija no hubiera seguido los pasos de continuar con el negocio familiar y eso enquistó una relación padre-hija que su madre, debía soportar heroicamente para contribuir a la armonía familiar: “Tengamos la fiesta en paz” era el preámbulo del fin sobre cualquier debate que se tornara colérico en segundos.

A Natalia le entristecía comprobar cómo la mujer divertida, dinámica y alegre que había sido su madre, se había convertido en un ser triste y apagado que vagabundeaba del supermercado a la cocina, y del sofá a la cama.

-Deberías venirte conmigo una temporada mamá. ¡Te sentaría fenomenal el mar! Y todos los miércoles hay conciertos, teatro y hasta ¡ópera! Con lo que te gustaba escuchar a Maria Callas cuando era niña…

- Pero hija, donde voy a ir a mis años. Y dejar a tu padre aquí sólo.

- ¿Y? ¿Acaso te pregunta a ti lo que te parece cuando toma sus propias decisiones? Pero mamá, ¡dónde está tu libertad! ¡No puedes desperdiciar así tu vida! No haces otra cosa que cuidar a papá y para qué. Si ni siquiera es capaz de decirte “como te ha ido el médico”, “qué guapa estás”, o “vete con tus amigas que yo preparo la comida”.

-Hace siglos que ni me planteo pensar en lo que me apetece Natalia. Tú eres de otra generación, has nacido en libertad, con otra educación.

- Pues si me dejo arrastrar por la educación de mi padre acabo como monja de clausura

-No digas eso, tu padre es buen hombre en el fondo. Pero tuvo una infancia durísima.

- ¡Siempre lo estás justificando! Tú tampoco tuviste una infancia ejemplar que digamos, y oye… no vas por ahí diciendo barbaridades.

Con la perspectiva del tiempo, se llega a comprender por qué se toman determinadas decisiones en determinados momentos.

Natalia, se daría cuenta años más tarde de que no quiso ser madre porque no se quería parecer a las madres que veía a su alrededor. Madres sacrificadas todo el tiempo. Ejerciendo solo el papel de cuidadoras veinticuatro horas. Sumidas en un mar profundo de explicaciones continuas a cada acto ejercido. Sin tiempo para pensar por sí mismas, sin historias que contar, sin locuras, sin maldades, sin orgasmos sobre una playa de verano. Contando las verdades de otros, las mentiras de otros y guardando para sí mismas las historias que soñaban siendo niñas y que nunca llegarían a contar.

Pero a pesar de todo. Hicieron historia. Porque el mundo sería un lugar más inhóspito y cruel si no hubiera sido por esa mitad del planeta que nunca se dio por vencida, que sigue hacía adelante a pesar de las adversidades, que enseñan respeto, tolerancia y amor a pesar de no ser respetadas, ni amadas, ni toleradas.

Natalia publicó su tercera novela con gran éxito y comenzaba así:

“La ausencia se llena de recuerdos vacíos y lúgubres si no los asumes como verdad ¿Dónde fueron a parar tus gestos amables que no logré capturar? Maldigo el tiempo que azotó miserable mi ego y no supo amasar tu amor como fuego bajo que calienta mis pies en el invierno.

Seré algún día un ser que se pudra bajo tierra, pero conservaré tu tacto y tu ternura para que el vacío de la memoria recuerde siempre la grandeza de tu existencia”

*A todas las madres del mundo.

*Educadora Social, curiosa cultural. Amante de la palabra y de la música. Comenzó a escribir poesía cuando creó el blog El eco de mi sombra, allá por el 2012. Ha colaborado de forma puntual con el CECAL y con la sección El Espejo de Tinta, de DIARIO DE TERUEL, desde hace varios años. En el último año ha participado en varias publicaciones literarias.