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El morador de los bosques El morador de los bosques
Juan María Moya. Dedicado a la enseñanza. Lo social, he procurado ponerlo en el centro de mis actuaciones. Hoy, desde la complacencia del deber cumplido, en pasivos

El morador de los bosques

* Por Héctor Montón Julve

A  Sebas ya le había dicho su mamá que con los desconocidos no se debe hablar y, aunque él todavía no entendía muy bien el porqué, prefería hacerle caso, porque mamá sabía mucho. Como aquella vez que le dijo que no tocara el hierro de la estufa y él hizo oídos sordos, lo tocó y luego tuvo que volver corriendo y llorando mientras ella le regañaba con más susto que enojo. Desde entonces decidió que cuando mamá le prohibiera hacer algo mejor sería no hacerlo, y por eso se negaba a hablar con desconocidos. A la profe nueva ni la saludaba, y mira que era bien simpática y cariñosa, pero como Sebas aún no la conocía tenía que guardar silencio, al menos hasta que la conociese. A veces se preguntaba cómo se llegaba a superar esa barrera, si el único modo de conocer a alguien es hablando con él, pero mamá le había dicho que con desconocidos no, y sus razones tendría, así que no valía la pena seguir preguntándoselo.

Con Facun era diferente porque a él ya lo conocían Adri, Martita, Lucas y el resto de sus amigos, aunque Sebas aún no lo había visto en persona. Hasta la profe Clara hablaba de él cuando les contaba cuentos sobre Facun, el morador de los bosques, a la hora de la siesta. Y tal vez fue ella quien se lo descubrió a todos, aunque después lo comentaran entre ellos y la fábula se alimentara de ese imaginario naíf que tanto les cuesta comprender a algunos adultos. El caso es que a Sebas no le parecía del todo desconocido, así que dudaba de qué haría si se lo encontraba durante la excursión al río, porque Martita ya le había avisado de que estaría por allí escondido, y Lucas corroboraba.

Era una de esas mañanas en las que hace sol pero el abrigo no estorba, en esa época del año en que algunas hojas se tiñen de oro y otras de cobre y el verde pasa a ser un recuerdo nostálgico. Sebas fue durante todo el viaje agarrado a la mano de Clara, porque de la nueva todavía no se fiaba, y solo se soltó cuando ya estaban en el merendero y las profes les dejaron un tiempo para jugar, siempre y cuando no se alejaran demasiado. Entonces Adri cogió un palo y se puso en plan vaquero a disparar a Martita la india, que corría en zigzag para que las balas no le alcanzasen. Lucas se sentó a observar una cucaracha corretear entre la barrera que había formado con sus piernas, y en ese momento Sebas decidió ir a buscar a Facun, el morador de los bosques.

Esperaba reconocerlo en cuanto lo tuviera delante, pues su fama le precedía: era alto, delgado, con una barba que arrastraba por el suelo y unos ojos tan abiertos que jamás pestañeaba. Pero Clara les dijo que era inofensivo, que él solo quería estar tranquilo entre los árboles y jugar de vez en cuando con los niños que se pasaban a visitarlo. Su juego favorito era el escondite, por lo que resultaba muy complicado dar con él, pero Facun siempre andaba cerca, vigilando por si les pasaba algo. Según Adri, que ya se lo había encontrado un par de veces, era un hombre divertido y alegre al que le encantaba dar pingoletas en el aire. Aunque Sebas desconfiaba un poco de Adri, por lo de aquel poni que le dijo que tenía y que luego resultó ser un perro grande.

Poco a poco, Sebas se fue adentrando en la densidad de la maleza, siguiendo la pista de Facun, que parecía querer burlarse de él dejándole pequeños rastros, pero sin llegar a mostrarse del todo. Con ese afán curioso y aventurero, Sebas tardó en percatarse de que hacía rato que no escuchaba los disparos de Lucas, los gritos de Martita y las risas del resto de sus compañeros. Solo cuando hubo pasado el tiempo suficiente para que se empezara a cansar de la inutilidad de su búsqueda, pensó en volver con los demás, pero se dio cuenta de que había perdido el camino de regreso. Los carrizos se alzaban más allá de su frente y apenas lograba atisbar las copas de los chopos más altos. Estuvo un rato dando vueltas en círculos, yendo de atrás para delante, saltando, gritando y, finalmente, llorando. Sebas se sentó en el suelo con los brazos estrechando sus piernas y dando breves, aunque ansiosos balanceos. De pronto, oyó un crujir de ramas y, al darse la vuelta, vio a un hombre enjuto, peludo y con la misma cara de asustado. Al principio no supo muy bien qué hacer, pues recordaba las palabras de mamá, pero luego reparó en que él no era ningún desconocido.

—Hola —dijo con un hilillo de voz—, tú eres Facun, ¿verdad?

El tipo no parecía comprenderle, o al menos no abrió la boca más que para mostrar una amplia sonrisa falta de dientes, tras lo cual se acercó a Sebas de cuclillas, inclinando la cabeza a un lado y a otro con movimientos mecánicos, como sorprendido de lo que acababa de encontrar. Pese a su aspecto, Sebas no sentía miedo, más bien alivio de tener a alguien con quien compartir esos momentos de soledad. Estuvo un buen rato con él viéndole danzar y fingir resbalones, golpearse contra troncos y desfigurar su rostro en muecas que consiguieron arrancarle más de una carcajada. El sol ya se estaba poniendo cuando Sebas escuchó la voz de Clara a lo lejos, que venía gritando su nombre. Se levantó y fue hacia ella como hipnotizado, sin despedirse del bufón silvestre que había amenizado su espera. Cuando se encontraron, Clara lo agarró de la mano y lo condujo donde estaban el resto de sus compañeros mientras le regañaba con más susto que enojo, como hacía mamá.

—¿Dónde te has metido? ¿No te dije que no te alejaras? Llevamos horas buscándote, y todos tus amigos estaban preocupados. ¡Por Dios, Sebastián, no vuelvas a hacerme esto!

—Pero encontré a Facun, el morador de los bosques… —dijo Sebas volviéndose hacia una sombra que ya había desaparecido.

—¡¿Qué Facun ni qué Facun?! Déjate de cuentos y vamos al colegio, que tus papás están allí esperándote.

Por el camino, Sebas anduvo con la cabeza gacha. Quiso contarles a Martita, Adri o Lucas lo que había ocurrido, a quién se había encontrado, pero todos parecían demasiado cansados como para querer escucharle. Solo la profe nueva se acercó a él y le dijo al oído “Menudo miedo has debido de pasar, menos mal que estaba Facun para acompañarte”. Sebas la miró, se sorbió los mocos y la cogió de la mano. Ya no la consideraba una desconocida.

 

* Desde pequeño me ha encantado leer, escribir, ver películas, escuchar música... Nunca he sabido por qué decantarme. Hace unos años decidí trasladarme a Madrid para estudiar Filosofía y Musicología. Ahora busco abrirme un camino entre todas estas pasiones. Escribo ficción, poesía, reseñas y artículos sobre filosofía, arte y cultura, trato de llevar adelante algún que otro proyecto y mantengo la ilusión por compaginar todas mis aficiones.