Síguenos

Relato de Macarena Berlín de Miravete / Fotografía de Ricardo Figueras.

 

Con un pie en Mayo, Abril casi en silencio anda preparando el equipaje para sus vacaciones anuales. Su maleta es abultada porque, aunque como hermano mediano que es pasa desapercibido, la lleva cargada de músicas, semillas, y de agua de lluvia. De esperanza, en definitiva. Marzo violento le pisa los talones, porque lleva mal que siendo el titular de la primavera sea el brillo del segundón el que se lleve los honores. Y de Mayo… ¿qué decir de Mayo…?: qué cosa más tonta con tantas bodas y comuniones, que si no se vistiese de gala pasaría inadvertido. Dame las flores de abril, las silenciosas, discretas, las de los colores de la tierra, como la retama; o del cielo, los lirios azules del cuarto mes.

No fui a buscarlos, simplemente acudí a la llamada, ya que claramente son Ellos los que llaman porque no gustan de visitas inoportunas. Debo aclarar quiénes son y la razón de que los llame así: Ellos son a los que llaman muertos los que se dicen vivos. Hasta ahora creía conocer bien mi idioma, pero últimamente, aunque compartamos el mismo lenguaje, me entiendo fatal con los que, por el simple hecho de llevar nombre de vivos, creen que lo están. En realidad, el término “muerto” no tiene la culpa de nada, seis letras que tomadas de una en una conforman numerosas palabras lineales del diccionario, pero que, al unirlas, el desconocimiento y el abuso de poder las ha dotado de una siniestralidad injusta. Me gustó ese término “Los Otros”, de Amenábar, porque es bonito cercano y comprensible, pero aparte de no ser partidaria de utilizar expresiones ajenas, lo veo inexacto en cuanto a que ese “los otros” los establece en la otra orilla, algo que, en mi opinión y experiencia, es inexistente. Cuando uno de nuestros afectos desaparece porque decide pasearse por altas cumbres, a pesar del sentimiento de abandono que nos golpea guardamos una secreta esperanza, en algún rincón de nuestro ánimo, de volver a encontrarnos. Y he sido consciente, de que en esos momentos no estamos llorando por ellos, sino por nosotros. “Qué tristes se quedan los muertos”, decía el poeta, pero la realidad es bien otra: qué tristes y solos se quedan los vivos.

Esto es lo que me enseñaron los lirios azules del pequeño cementerio abandonado del Maestrazgo. Así respiraban, así sonreían, así susurraban carcajadas. Descubrí entre todos el reflejo violeta de unos ojos recién nacidos que hablaba de no sé qué secreta promesa que llevaba enredada entre sus faldones del color de la esperanza: “La Santa Compaña es mentira; los sustos de muerte no existen”. Para ellos, las inundaciones, la profanación, el abandono y el olvido carecen de importancia, (aunque es cierto, que la chaqueta de pana de Pedro yace inerte como dormida en el hueco vacío de su lecho ¡hizo demasiado calor algunos días!) Y me sentí pequeña y huérfana con la sensación de impotencia de no haber aprendido nada, a pesar de tantas “partidas”, en la larga noche de mis sueños infinitos. Esos sueños del alma que, sin tregua ni pausa, han pasado de enseñarme a colocar cada cosa en su sitio. Es cierto eso tantas veces escuchado de que sabemos nacer, pero nunca estamos preparados para morir. Aunque, paradójicamente, es verdad que cuando llega el momento del viaje conocemos bien el terreno que pisamos, quizá porque cada noche ensayamos la postura que acompañará nuestro último aliento. Como es de suponer, me quedan muchas cosas en el tintero, dudas como si es cierto, o no, que Ellos guardan los buenos recuerdos como un tesoro; si se recobra la memoria perdida; si recuperan los cordones umbilicales de los que creemos estar desprendidos (de lo afirmativo de ello estoy casi completamente convencida, pero aunque tuve en la punta del pensamiento la pregunta, me dio pánico el posible titubeo que, por conmiseración hacia mí, expresaran Ellos) También me hubiera gustado saber si son ubicuos, si se trasladan detrás de su memoria, porque sigo queriendo creer que mis afectos han viajado conmigo en mi equipaje, junto con mis recuerdos, ahora que he cambiado de paisaje , en principio definitivamente, y que cuando los siento no es producto de mi imaginación.

En todo momento guardé  una total compostura porque no me parecía de recibo abusar de la confianza que Ellos me habían brindado. Por alguna extraña razón, tuve la absoluta certeza de que yo les caía bien (era posible que algún ancestral parentesco me hubiera recomendado, o que algún alma agradecida quisiera devolverme un favor olvidado a modo de cesta navideña…, no sé…quizá, o simplemente por eso…, por haber nacido (por el mismo motivo que dicen pío pío los pajaritos), pienso…No caí por allí deambulando, como suelo hacer con frecuencia persiguiendo no se qué interrogantes, por lo que tengo la sensación de que “algo extraordinario” maneja mis hilos de marioneta olfateadora e inquieta. Nunca tira de mi directamente siempre utiliza rodeos. Rodeos que merecerían una historia aparte, como el vuelo de una gaviota, que guiada por la página abierta de un libro me dirigió a desprenderme de la ausencia de mi madre, del enorme peso que cargaba por una desaparición que consideraba abandono, y que preventivamente le había reprochado (siempre, reiteradamente cada año, nos sobrevuela a veces al ras, a mis hermanas y a mí cuando estamos en la misma playa que frecuentábamos con ella, y desde la que la despedí). En aquel caso se trató del vuelo de una gaviota, pero frecuentemente utiliza hilos conductores que rozan lo fantástico. Por la misma razón, tropecé sin pretenderlo con “un rastreador” de seres, objetos, poderes y situaciones extraordinarias. Nunca presume, y siempre se entusiasma con la misma fuerza que yo, como si también  fuera nuevo para él. A nada obliga, pero te convence que de que eres prácticamente imprescindible para el logro de la aventura. Estoy segura de que, al igual de que sé que estoy en territorio habitado por la magia, él y los suyos son habitantes de un mundo secreto que nos rodea. Me llevó de la mano al cementerio de los lirios azules. No me preguntó nada porque creo que lo sabía todo, de la misma manera que conoce perfectamente lo que siento cada vez que me traslada a la tierra que tiene asignada.

Con nadie ajeno a la magia lo comparto, es un secreto, propiedad privada, aunque a veces sienta la enorme tentación de hacerlo. Pero al igual que él, el cementerio de los lirios azules merece continuar disfrazado de incógnito. Sé que quien lea estas líneas arderá en deseos de conocer sus señas de identidad, pero como, más o menos, dice  la jota, “yo no les diré sus nombres, que ellos los digan si quieren”.

 

* Macarena Berlín de Miravete

Mi experiencia literaria se inicia públicamente en abril de 2007 a través de un blog, “En primera persona”, en Radiocable.com. En él abordaba reflexiones y noticias relacionadas con la sociedad y la cultura. Durante los 10 años de mi colaboración con dicha emisora, ejercí, además, como su representante en eventos literarios en La Casa de América, La Residencia de Estudiantes, o El Instituto Cervantes, siendo testigo presencial del depósito de los legados literarios en la Caja de las Letras. Simultáneamente, colaboré de forma esporádica con el suplemento Fuera de Serie de la revista Expansión, realizando textos para reportajes como la Ruta del Tambor del Bajo Aragón, La Real Fábrica de Tapices, El Románico en la Sierra Norte de Guadalajara, o un estudio sobre las reinas Blanca desde Sigüenza hasta Estella. También lo hice en una Guía Repsol en el apartado de alimentos y vinos D.O.

Retirada desde 2017, en 2020 me trasladé desde Madrid, mi lugar de residencia habitual casi desde mi nacimiento (en Zaragoza), a Castellote en el Maestrazgo turolense. Actualmente mi actividad literaria está prácticamente limitada a correspondencia personal escrita, de la que proyecto una recopilación.

 

*Ricardo Figueras

Castellote, 1960. Aficionado a la fotografía