Síguenos
Esto no es un relato Esto no es un relato
Gonzalo Montón Muñoz. Caminreal, Teruel. Es miembro de la Sociedad Fotográfica Turolense desde su creación; a través de ella ha realizado las exposiciones Rostros y Rastros y Travesías de luz. Es autor de los libros Réquiem por la Estación de Caminreal y

Por Vega Latorre Fuertes *


Será mucho más sencillo empezar con una verdad. Así genero confianza en vosotros, los que me leéis.

No soy escritora. No me considero ni poeta ni juntaletras. No me creo nada cercano a una artista y, cuando alguien señala con esa palabra y yo soy la diana, no puedo más que sentir vergüenza.

No corrijo.

Al ser humano no le gusta equivocarse y que se lo apunten. Tampoco siento que estén enteramente equivocados: la concepción que tiene una misma de su ser es solamente propia. No es de nadie más.

Pese a las concepciones que yo pueda tener, sí que amo escribir, pero siempre he considerado la escritura como un acto egoísta. Escribo más por leerme que porque me leáis. Y es ahí donde me siento cómoda. Escribiéndome.Por eso, cuando recibo un encargo, siento que la que contesta es esa que piensan que soy. No sé decir que no. No sé manifestar que soy una impostora. O que no tengo tiempo. Así que, al final, escribo.Pero mi escritura no fluye igual así, tengo que documentarme muchísimo, como si en vez de un relato de dos hojas fuera a escribir mi tesis doctoral. Y ahora no tengo tiempo ni para la impostura ni para el invento. Así que voy a hablar de mí, sobre lo que de verdad conozco.

Durante mucho tiempo, he escrito sobre mis angustias. Pero ahora ni eso me sale, porque todo ha cambiado de una manera radical. Hoy no me sale escribir sobre soledad. Ni siquiera sobre los miedos que me han rodeado, puesto que han cambiado de bando y ahora son miedos recién nacidos, que ni siquiera andan por si solos. No me sale escribir de lágrimas y falsas esperanzas. ¿De qué escribe una cuando le han cambiado los condicionantes? Cuando una misma considera que desde el dolor se escriben las palabras más bellasAntes de continuar escribiendo, me gustaría ir dejando una advertencia ante vosotros, posibles lectores: esto no es un relato.

Esto es una carta de amor.Expresar amor me resulta algo vergonzoso. Escribir sobre querer a alguien es casi un acto de pornografía emocional, algo incómodo, como cuando ves a una pareja besarse y retiras la mirada. Me siento ridícula escribiendo sobre amor pero, hoy por hoy, no me sale hablar de otra cosa.Negué durante mucho tiempo su posibilidad. Cuando se me preguntaba por él, henchida de pecho y de dudas, negaba que pudiera venir. Yo no soy de esas, decía. Yo no lo necesito. Soy una mujer independiente.Lo negué fervientemente, la certeza en la voz y el desprecio en los ojos. Pero no siempre fue así.

Recuerdo, de niña, de adolescente, cuando el dolor todavía no me había atropellado, que lo imaginaba entre mis brazos y me sonreía pensándole mientras me devolvía la sonrisa. Qué amor más puro que ese, pensaba. Qué amor más inmenso. Mientras él imaginariamente me cogía de la mano y quería, de verdad entonces lo hacía, que el mundo permaneciese para poder descubrirlo juntos.De adulta, tras muchos fracasos, me propuse jugar a algo: diría a todo el mundo que no existiría. Que en realidad nunca había querido tener un amor así en mi vida. Y yo sabría en el fondo que sí. Pero, esto lo aprendes con el tiempo, cuando no dejas de fingir empiezas a confundir la realidad palpable con la realidad imaginada. Y yo me creí mi mentira.

Era doloroso. Sigue siendo doloroso mirarme ahí atrás, luchando contra mí misma. En mis decisiones románticas elegía a personas que sabía que no se iban a quedar para que no se quedasen y, así, darme la razón. Esto no es para ti, me decía. Quién va a querer quedarse, me confirmaba. Consideraba que yo no podía ser hogar, que mi arquitectura era incompatible con el reposo y el mirar pausado.

Pero esta carta de amor no iba a resultar tal sin una vuelta de hoja, como bien podéis intuir, queridos lectores. Ahorrándoos detalles, alguien llegó a mi vida. Aún no me termino de creer su presencia y, esos miedos recién nacidos, lactantes, corresponden a la incredulidad de querer en la reciprocidad. Llama mucho la atención la fugacidad de los cambios. También me llama la atención y me fascina esa capacidad que tenemos al enamorarnos de quitarnos años, de creer que nadie comprende nuestro amor, volver a ser adolescente y creer en la unicidad de tus sentimientos.

Ahora veo por todas partes señales que me llevan a su nombre. Como si fuera lo único que llevara puesto. En cada uno de los actos cotidianos, incluso tendiendo la ropa, como si en vez de estar colgando calcetines, estuviera poniéndole pinzas a esta sonrisa que ahora llevo amarrada.

Menos mal que esta intensidad dura unos instantes. Antes me asustaba que se acabase, pero ahora mismo no dejo de pensar en lo mucho que quiero que llegue esa rutina, porque eso significará que está durando.

Pese a todo, pese a la vertiginosidad, ya hemos llegado al punto en el que puedo verle las costuras. Y él puede verme los zurcidos. Y en cierta manera hay una parte de mí que quiere romper esos hilos, para que podamos acoplar mejor nuestras manías. Sería lo sencillo, aunque doloroso, mas sería más fácil que acostumbrar nuestro mirar a lo que nos malconfigura. Muchas veces tendemos a querer romper, rasgar y reconstruir, sin pararnos a pensar en que, sumando nuestros cristales rotos, la imagen del caleidoscopio puede ser más compleja, pero es igualmente (o más) hermosa.

Voy terminando, ya que sé con certeza que mi yo del futuro se va a sentir muy avergonzada cuando vea esta desnudez en vuestras manos, añadiendo todavía más rubor a mis ya de por sí coloreadas mejillas. Además, quiero pedir disculpas para quien esperase en esta página un relato, un entretenimiento, un pasatiempo.

Pero también quiero añadir, ahora sin disculpas, con atrevimiento: ahora que parece que el odio copa los discursos, que nuestra capacidad de amar a quién queramos y ser quiénes somos se ve mermada por mentes cerradas, permitiros querer mucho. A vosotros mismos también. Amar es un acto de resistencia frente a los envites de la vida.

* Historiadora del arte de formación, profesora y bibliotecaria de profesión. Coautora junto a Guada Caulín del proyecto Enraizadas. Mujeres bajo un mismo cielo, participante de varias antologías poéticas y autora de artículos para diversos medios de prensa formal e informal. Dedica actualmente su vida a escribir, comer rico, pasear con los prismáticos identificando aves y plantas y, cuando el trabajo le deja, poner el cuerpo en el activismo.