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La cara es el espejo del alma La cara es el espejo del alma
Pedro Blesa Jarque. Nacido en Escucha, es cámara de Aragón TV y fotógrafo de afición.Miembro de la Sociedad Fotográfica Turolense (SFT)

La cara es el espejo del alma

l Espejo de Tinta, por Camino Ibarz

Por Camino Ibarz

-¡Rebeca!… ¡Hola Rebeca!, ¿no me conoces? 

Cara de póquer. Con mascarilla y gafas de sol, imposible reconocer a quien con tan dulce y alegre voz venía codo en ristre a saludarla. Tras unas cuantas frases jalonadas por tres o cuatro “lo siento” por no haberla reconocido, Rebeca se despidió. No había mucho que contar. Hacía apenas un par de semanas habían disfrutado juntas en el Pirineo y en ese momento ambas tenían prisa. Una amiga del alma y no fue capaz de reconocerla. Un escalofrío recorrió su cuerpo.

Había tardado mucho en dar el paso y salir a la calle con cierta normalidad tras los meses de encierro a causa de la pandemia. No era miedo al contagio lo que Rebeca sentía. Era extrañeza, incomodidad, rabia e incluso pérdida de identidad lo que experimentaba al tener que socializar de nuevo a cara tapada. Y lo sucedido en el encuentro con Marta no ayudó. Rebeca se volvió a encerrar en su casa sobrecogida, víctima de una tristeza inmensa. 

Seis meses más sin salir, sin apenas videoconferencias y oteando a otros semejantes solo a través de la ventana de su piso. Leía, cocinaba y escuchaba la radio. Libros de psicología, de conducta humana e inteligencia emocional para intentar entender qué le estaba pasando y cómo estaba cambiando la sociedad y su entorno, con ese virus. Escuchó en la radio, en una de esas tertulias donde los participantes lo saben todo de todo, que la obligatoriedad de tener que llevar mascarilla ayudaría a volver a expresarse con la mirada, a darle de nuevo la importancia que habían perdido las miradas. Decía la locutora que el ochenta por ciento de la información que recibe una persona de otra es no verbal y que da igual lo que digan las palabras si los movimientos, mirada o expresiones faciales dicen lo contrario. 

En estas circunstancias -pensó Rebeca-, a la mirada se le acumulaba la faena. Los tertulianos, también seguían con la matraca. Añadían que al cerebro no le gusta mentir, así que, aunque la boca diga una cosa, la mirada dice lo contrario. Las miradas ahora, obligatoriamente, tenían que decir más y mejor. Rebeca no podía quitarse de la cabeza todo lo que había escuchado. Eso de que el cerebro está dividido en dos hemisferios, y cada uno de ellos controla, o los sentimientos o el raciocinio, y que los ojos son los “chivatos” de esos procesos mentales. Su posición delata. Las pupilas se dilatan con el deseo. El contacto visual determina si lo que dice un interlocutor aburre o él mismo resulta desagradable. Resumieron en la radio: la mirada es el espejo del alma, y esa sentencia animó a Rebeca a salir de nuevo a la calle y a usar, como nunca había hecho, su mirada.

Primero probó con algo sencillo. Y su barman preferido le puso la cerveza en vaso helado con tan sólo levantar las cejas. En una reunión en la oficina, Rebeca, con la intensidad de sus pupilas, hizo que una colega se retractase de escribir ese informe negativo sobre la aspirante a directora regional sólo porque se había acostado con su marido. Con la familia, era coser y cantar eso de utilizar la mirada, ni un reproche, ni una bronca…, de su pareja obtenía los placeres más ansiados guiñando sus ojos, o que desapareciera, al mirarle de reojo. A Rebeca le gustaba el poder de su mirada. 

En las clases de apoyo a niños sin recursos, al que más le había costado siempre hacer los ejercicios de matemáticas, ahora era un gusto verle multiplicar. Ante cada nueva operación, un cruce de miradas con Rebeca, y tenía la solución correcta escrita en menos de lo que canta un gallo. Satisfacción plena. Otra prueba, de visita en el centro de interpretación del rodeno, mientras atendía las explicaciones de la guía desde la última fila del grupo de turistas, Rebeca empezó a mirarla sin pestañear, con intensidad y furia. Esa joven experta en la sierra de Albarracín con mascarilla de pinos bordados, empezó a trabarse, a tartamudear. Bajaba la mirada, perdía el hilo de lo que estaba diciendo… hasta que no pudo más, se disculpó con el grupo y salió corriendo de la sala. Rebeca se sintió maligna. Disfrutó.

-Buenas ¿qué desea?

-Mesa para dos, junto al ventanal si puede ser, muchas gracias- pidió Rebeca.

Rebeca se revolvía en el asiento, impaciente. Los minutos de espera se hacían eternos. Le sudaban las manos, le hervía la sangre imaginando lo que iba a suceder o pretendía que sucediera. Llegó acelerada, Ana siempre había sido puntual y odiaba llegar tarde, pero el puñetero trabajo lo había complicado todo. Apurada pidió disculpas y creyó encontrar comprensión en los ojos de Rebeca, aunque en realidad había deseo en su mirar. Entre ellas no había mucha complicidad, aunque las semanas compartiendo ideas y la ilusión del nuevo proyecto de emprendimiento rural les había acercado lo suficiente como para que surgiera cierta amistad. Tras media hora centradas en completar la solicitud de subvención, Rebeca intensificó su acoso y derribo. Caída de ojos, mirada ahora distraída, ahora ardiente, levantamiento de cejas alternado con parpadeo y lo que pretendía ser pícara mirada. Nada. Ana, habló, bebió todo el vino que les sirvieron y al cabo del rato guardó la documentación y satisfecha se despidió sonriente y diciendo: 

-Mañana mismo presento la solicitud. Invita tú que me he dejado la cartera en el coche. ¡Nos vemos! 

Rebeca no podía estar más frustrada. La deseaba como hacía tiempo no deseaba a nadie y se había esforzado en transmitírselo a ojos llenos. ¿Será que la miopía con una presbicia acusada tiene efectos nocivos sobre la eficacia de la mirada? No entendía nada y el cabreo era mayúsculo. Panda de gilipollas tertulianos. ¡La cara sí es el espejo del alma, no la mirada! ¡Pandemia de mierda! Se marchó a casa y descargó su mal humor con Thor, su anciano cocker spaniel, que sí entendió su mirar y demandó en respuesta una dosis de caricias. Rebeca otorgó con gusto esos mimos perrunos a la vez que comenzó a meditar para olvidar el rechazo. 

- ¡Buenos días, Rebeca! ¡Abre los ojos, lirón careto! - emitía la alarma del móvil - Con pereza salió de la cama, llegó hasta el cuarto de baño y en el espejo dos grandes y preciosos ojos color miel le devolvieron una mirada brillante e intensa que decía: ¡hoy va a ser un gran día, con mascarilla!, y un escalofrío recorrió su cuerpo.