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La sonrisa La sonrisa
Clara Gómez Galeote. Nacida en Teruel. Estudié diseño gráfico y realización audiovisual en Valencia. Volvía Teruel, a mi hogar, con cabezonería por estar aquí. Llevo 5 años como autónoma en fotografía y vídeo. Me encanta jugar con la imagen

* Por Iván Núñez Alonso

Bien. Seguimos grabando si le parece. El reo asiente. El inspector Marquina aprieta la grabadora y suena un ruido siseante del aparato en funcionamiento. Teruel a 25 de julio de 1983. Víctima número 16: Andrea Latasa Belogui. Da una calada al pitillo antes de preguntar. Bien señor Foniás, ¿Cómo conoció a la señorita Latasa? El asesino confeso se humedece los labios con la lengua y, por un instante, parece que un conato de nerviosismo le asome en su rictus, impasible hasta ese momento. Aspira profundamente mientras se revuelve en su silla. Pone las manos incapacitadas por las esposas encima de la mesa, y mira fijamente hacia un lugar indefinido de la puerta de la sala de interrogatorios. Bueno… Creo que fue en algún momento del invierno del año 1981. Entrecierra sus ojos verdes claros como tratando así de viajar en el tiempo con mucha más precisión. Había nevado y no apetecía estar por la calle. Ya sabe: la incomodidad de andar por el suelo helado, ese frío que te cala hasta los huesos...

El inspector encargado de la investigación, tras más de nueve horas de interrogatorio repartido en dos días, asiente con cierta impaciencia. Así que me metí en los recreativos y me puse observar el panorama en aquel ambiente. El inspector le interrumpe. ¿Buscaba usted otra víctima? El señor Foniás encoge los hombros haciendo un gesto de ni sí ni no. No especialmente. Me gusta pararme a mirar a la gente: inventarme historias sobre los desconocidos, elucubrar cuál es su umbral del dolor, inventarme cuándo van a morir y de qué manera… No sé. Algo así como un pasatiempo. Marquina asiente y le invita a seguir con su relato sobre la señorita Latasa. Pues eso, que estaba curioseando cuando me llamó la atención una chica que estaba muy acaramelada con un chulo que jugaba al pinball. Me fijé en ella porque llevaba un tatuaje en el brazo que me resultó inquietante: era una cara extraña en forma de corazón, con los ojos como pintados y una expresión neutra; no sé si me explico.

El inspector hace un gesto para que el detenido pare su declaración y rebusca entre los papeles que tiene encima de la mesa. Su gesto se endurece para concentrarse y relee para sí, por encima, el informe buscando un dato aclaratorio: “Múltiples hematomas –bla, bla, bla…-, herida incisiva en el cuello –bla, bla, bla…- cortes en la parte interna de los muslos…” Su dedo índice se para en un punto concreto: “La víctima presenta un corte profundo en el brazo donde le falta parte de la piel”. Deja de leer el informe y pregunta a su interlocutor: ¿Ese tatuaje se lo llevó de recuerdo? El preso mira fijamente a los ojos del inspector y asiente sin ninguna expresión en la cara. Marquina nota como un helor le recorre la espina dorsal, haciendo un esfuerzo por mantener el tipo. Le hace un gesto de que siga con su narración. En un momento dado se giró hacia mí y me sonrió. Esa sonrisa… Me puse muy nervioso y desvié la mirada. Salí de los recreativos y esperé a que saliera ella. Lo hizo media hora después con el muchacho del pinball. Los seguí hasta una zona oscura en los jardincillos donde se amaron. Yo me quedé agazapado mirándolos. Mientras los espiaba, pensaba en su sonrisa y se me encendió el ánimo. Cuando acabaron, cada uno se marchó en una dirección, así que me fue fácil atraparla en una calle solitaria de San Julián… Aquí para el detenido un momento, imaginando el momento y quién sabe si disfrutando con el recuerdo.

Siga, le ordena el inspector. La amordacé y la llevé a la viña de mis padres. Allí le dije que nadie la oiría si gritaba, pero que si lo hacía la estrangularía. Se lo juro que no pensaba en actuar como con las otras víctimas. ¡Se lo juro! simplemente la quería tener conmigo y que me sonriera como lo hizo en los recreativos… Se lo juro. Marquina asiente sinceramente con la cabeza. Realmente le cree. Ella temblaba y en voz baja me suplicaba que no la matase. Y yo “que no te voy a hacer nada, solo quiero que te disfraces con esta ropa” No sé. Me dio por ahí. No había ninguna intención lasciva; no como con la pescatera de Zaragoza. El inspector recuerda a la muchacha zaragozana: la víctima número nueve. Y ella se vistió con una boina de mi abuelo, una camiseta de mi padre y el peto de trabajo de mi madre. Lo de pintarle la cara… Tampoco tiene ninguna explicación clara... Me apeteció al ver los bártulos de maquillaje de mi madre en el baño. Estaba preciosa. Cogí la cámara y la puse contra la pared del comedor. Ella lloraba; se le corrió el rímel. Le supliqué que dejase de llorar y que me sonriese.

En este punto el inspector le interrumpe. ¿Lo hizo? ¿Le sonrió? El detenido se toma unos segundos para responder. Paró de llorar y yo le acaricié la cara. Le susurré: “Muy bien… muy bien… Ahora sonríe” Pero ella no sonreía y yo me estaba poniendo muy nervioso, así que tiré de un manotazo un jarrón que había encima de la mesa y le grité, ¡le exigí! que me sonriese. Por fin sonrió… “Ya sonrío, pero por favor no me mates…” decía. Y le hice la foto. Marquina mira la foto que se adjunta en el informe de la señorita Latasa. Ya la había visto antes, pero ahora todo cobra sentido. Mira sus ojos entrecerrados, su sonrisa (ahora sabe que forzada), la boina, la camiseta de rayas, el peto… Y entiende todo el horror que encierra aquel retrato. No entiendo… Si le sonrió: ¿Por qué la torturó y la mató posteriormente? Y en ese punto, en ese mismísimo momento, Herminio Andrés Foniás, vecino de La Estrella, de treinta y nueve años de edad, asesino confeso con múltiples víctimas a sus espaldas, entiende que no necesitaba ningún motivo lógico para su sed de sangre, pero que necesitaba justificar de alguna manera su mente enferma: No me gustó que me engañase con una sonrisa demasiado falsa.


* Profesor de literatura en el Colegio de La Salle, ha trabajado la literatura no sólo desde la perspectiva de la docencia, sino también desde el fomento del hábito lector como bibliotecario y desde el ámbito creativo. Ha escrito una biografía inédita sobre Segundo de Chomón (2021), premiada con La bocina de piedra en las XX Jornadas de cine mudo de Uncastillo (Zaragoza).  A su vez realizó durante dos años la página Literatura en el Diario de Teruel de crítica literaria.