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Relato de Isabel Traver / Fotografía de Mamen Pérez-Luis

Cuando bajó el último peldaño del autobús y puso un pie en aquella plaza empedrada algo se removió en su estómago. Ya no había marcha atrás. Trató de visualizar la lista de pros y contras que había hecho meses atrás, cuando la idea empezó a tomar forma en su cabeza. En la columna de la izquierda lo que le había llevado a dar el paso, ese deseo meditado de cambio, de romper con una vida cómoda, pero tediosa y vacía. La lista de la derecha la recordaba escueta, con solo un par de líneas donde temores fundados en pesquisas y suposiciones absurdas sobre lo que sería vivir en un pueblo lo miraban desde el papel. Pensó en añadir lo que echaría de menos de su vida de aquel entonces, pero terminó por reconocer que nada lo ataba ni le impedía emprender el nuevo camino.

Su primer impulso fue buscar una mano amiga. Llevaba impresa la localización exacta de la pequeña casa que había alquilado porque no confiaba mínimamente en tener cobertura en aquel lugar. Hacía frío, mucho frío y tras comprobar que el único establecimiento que había en la plaza, un bar, estaba cerrado, se dirigió a la que parecía la calle principal, esperando encontrar algún comercio abierto. A ambos lados, para permitir el paso de los viandantes, montones de nieve se resistían a desaparecer alentados por las bajas temperaturas.

Era un día de principios de abril, soleado y frío. Había terminado de comer y se disponía a pasar la tarde en casa, como era habitual. Habían transcurrido ya varios meses de su nueva vida, pero todavía se sentía un tanto fuera de lugar. Su interacción social se limitaba a breves charlas con los clientes del ultramarinos donde trabajaba y a los encuentros en la panadería o la frutería. Alguna tarde se dejaba caer por el bar, y un grupo u otro siempre le ofrecía un hueco en su mesa, pero él no podía evitar sentirse como un forastero.

A media tarde, cuando el zumbido del televisor se le antojó insoportable decidió ir a por su abrigo y salir a dar un paseo. Dobló la esquina de su calle y se dirigió hacia la plaza para después enfilar la avenida que daba entrada al pueblo, la de los Reyes Magos. El nombre de aquella calle le había llamado la atención desde el principio. Volvió a doblar a la derecha, todavía absorto en sus pensamientos.

¿En qué piensas muchacho? – le sorprendió una voz desgastada por los años, pero todavía cándida y amable.

Una mujer lo miraba divertida tras sus gafas de aumento. Estaba sentada en una silla junto a la puerta de la que presumiblemente era su casa con un libro en el regazo. A su lado un cachorro descansaba a la sombra, pero al escuchar a su dueña se había erguido y ahora lo miraba directamente a él.

Buenos días, creo que no nos conocemos, me llamo Víctor.

Soy Delfina y este de aquí es Sansón. Y bien, ¿en qué pensabas?

Me preguntaba por qué la avenida principal del pueblo está dedicada a los Reyes Magos. Llegué aquí hace unos meses y no sé si tiene alguna explicación, tengo curiosidad.

La curiosidad es motor de aprendizaje, joven. Igual que tú yo también quise conocer la historia de esa calle cuando vine aquí hace más de 25 años. Iré a por una silla, ¿Quieres algo de beber?

Antes de poder contestar si quiera, la mujer ya se había metido en su casa, así que alzó la voz para decir que no quería tomar nada y esperó a que sacase la silla.

Resultó que la avenida no estaba dedicada a los Reyes Magos como tal, sino a un señor del pueblo que, como tantos otros se había mudado a Barcelona y allí había montado una juguetería. Cada año, para Navidad, volvía al pueblo cargado de juguetes para los niños y niñas y para honrar este bonito gesto alguien decidió que la avenida principal del pueblo llevase ese nombre.

También resultó que Delfina era una mujer fascinante. Siempre con mil historias que contar, tanto de sus vivencias como nómada cuando decidió dejar su trabajo y recorrer el país en coche, como de las personas que conoció en su camino y le dejaron una enseñanza. Además, le encantaba leer y tenía una imaginación desbordante. Escucharla atrapaba sin remedio y el tiempo parecía volar.

Comenzaba a anochecer cuando se despidió de Delfina y Sansón con la promesa de volver pronto a verlos.

Una de las muchas tardes de verano que pasaron juntos, Delfina le preguntó por qué había decidido venir a vivir al pueblo. Habían hablado sobre el tema de pasada en otras ocasiones, pero esta vez parecía dispuesta a llegar al quid de la cuestión.

- Vine buscando un cambio. Mi vida anterior no me llenaba.

- Y has encontrado lo que buscabas?

- Bueno, está claro que el cambio está ahí. No tiene nada que ver vivir en la ciudad con vivir en un pueblo.

- Pero…

- Pero, ¿qué? – repitió él, aunque sabía perfectamente a dónde quería llegar.

- Pues que es evidente que no lo has encontrado.

- Supongo que llegará con el tiempo. Todavía no me he hecho del todo a este lugar.

- No creo que sea cosa de este este lugar, muchacho. Decía Jung que la gente es capaz de hacer cualquier cosa, por absurda que parezca, por evitar enfrentarse a su propia alma.

No supo muy bien qué contestar, pero aquellas palabras se quedaron flotando en su cabeza.

Con las primeras ‘nieves’ del verano, cuando el vilano de los chopos cubría el suelo de un manto blanco, Sansón y él disfrutaban de uno de los últimos paseos por la vega del río. Hacía seis meses que Sansón se había convertido en su nuevo compañero y desde entonces eran inseparables. Cuando compró la furgoneta que habría de ser su próxima casa tuvo en cuenta que fuera lo suficientemente amplia como para que ambos estuviesen cómodos.

Durante el paseo no pudo evitar recordar las palabras de Delfina. Le había hecho caso, había tenido el valor de enfrentarse a sí mismo. También había aprendido a disfrutar de su trabajo, de las cervezas en el bar con los vecinos, de los paseos a solas. Valoraba su vida en el pueblo, pero también su etapa anterior en la ciudad, que tan asfixiante le había parecido antes de su marcha. Había aprendido a agradecer todo lo bueno que tenía y podía decir que era feliz. Y ahora que lo había logrado volvía a marcharse, con las ideas más claras y con ganas de vivir sus propias historias, similares a las que ella le había contado, pero distintas. Aunque si algo tenía claro es que, antes o después volvería a aquel pueblo.

El día de su marcha, no miró atrás, solo el tiempo justo para ver por el retrovisor de su furgoneta aquella placa de cerámica que rezaba ‘Avenida de los Reyes Magos’.

 

* Isabel Traver

Teruel, 1996. Graduada por la Universidad de Valencia, ejerce como periodista en su Teruel natal. Ha pasado por medios como Diario de Teruel, Aragón Radio o Sportaragon y se ha encargado de la comunicación de eventos como el MIL Festival 2019 o Dister 2020. Actualmente trabaja en Aragón TV. Su afan por conocer mundo le ha llevado a estudiar inglés, francés y alemán y su preocupación por el mismo a formarse sobre cambio climático en La Uni Climática.

* Mamen Pérez-Luis

Valencia, 1973. Fotografa amateur desde la infancia con su primera icónica Afga happy y su primera reflex Zenit. De manera profesional colaboró en un estudio fotográfico en Valencia durante 10 años y recibió diversa formación y monográficos. Realizó una exposición fotográfica itinerante colección Prestige 2002.