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Una isla Una isla

Una isla

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Por David Esteban Andreu

Tranquilo. No te asustes. He adoptado forma humana para que no enloquezcas al ver mi naturaleza real. Ya casi estamos. ¿Ves? Es allí, en esa isla. Es nuestra isla. Tu curiosidad te ha traído hasta aquí. Todos esos años de investigaciones y descubrimientos te han acercado a nosotros. Demasiado. Como premio a tu constancia vamos a abrirte los ojos, para que seas consciente de nuestra existencia, de nuestra realidad.

En la siguiente hora vas a adquirir conocimientos que les están vedados a los tuyos. Saberes proscritos para los humanos. Una hora. Tomo las medidas que utilizáis vosotros. Esa forma tosca de relacionaros con el tiempo, de entender mínimamente su esencia, porque el tiempo es más complejo, mucho más de lo que vosotros creéis. Si pudieseis percibirlo como nosotros os haríais una idea de lo inabarcable de su sustancia. A nosotros nos basta con mirar, con abrir los ojos, para contemplar la urdimbre del tiempo en todas sus dimensiones: futuro, presente y pasado no existen para nosotros; lo que ocurrió y lo que ocurrirá es una misma cosa, es igual de claro, igual de transparente.

El viento parece haberse detenido. Una blancura celestial los rodea.

–Esta es nuestra isla. Nos bastó extender por la zona cuentos absurdos para asustar a los lugareños y el terror se filtró de generación en generación, arrastrándose a través de la carne de abuelos, madres e hijos, cosiéndolos a todos con el hilo del miedo. Preferimos la tranquilidad. Si alguien llegara hasta aquí y se encontrara de repente con alguno de nuestros sirvientes, si viera su aspecto atroz, podría morir de terror. Sí escucharan nuestras voces creerían llegado el fin de su mundo. Si vieran la extraña forma de las montañas que usamos como tronos tal vez se harían preguntas, y ya sabes que la curiosidad no es buena. Sí. La tranquilidad es mejor.

La barca termina de deslizarse sobre la piel del agua con la suavidad de la miel que cae colmena abajo. La madera toca el barro de la orilla y prueba a descansar allí. Los dos bajan a tierra.
–Eres realmente afortunado al estar aquí. Pocos, muy pocos de entre los tuyos han pisado esta isla. Apenas un puñado de hombres y de mujeres. Apenas nadie. A ellos les fueron dados los conocimientos que ahora voy a poner en tus manos. Les fue entregado el don de la comprensión, de la sabiduría extrema. Vieron la luz avanzar sobre la oscuridad, esa enorme oscuridad en la que vivís los humanos. Sígueme.

Mientras avanzan niebla adelante las palabras siguen naciendo. Flotan en el aire.

–Nos reunimos aquí para decidir nuestros siguientes movimientos. Aquí se generan todos los eventos que van a llenar vuestros días. Aquí se decide todo. De aquí ha salido cuanto habéis conocido desde los comienzos, desde el nacimiento del primer hombre y de la primera mujer. Adán y Eva creo que los llamasteis, ¿no? Por cierto, también los creamos nosotros. Más tarde alguien sugirió la idea de dejaros ver una uña, una minúscula porción de lo que somos. Inventamos la religión y os dimos la capacidad de creer en algo superior a vosotros, algo que pudierais adorar a pesar de no comprenderlo. Después, vosotros mismos creasteis a los dioses. Infinidad de ellos. Muchos fueron devorados por el olvido, porque perdisteis sus nombres. Luego llegó también la ciencia, de una manera muy parecida. Durante lo que vosotros llamáis siglos anduvisteis rascando bajo las pieles de lo desconocido, descubriendo migajas insignificantes de conocimiento. Y casi llegasteis a creeros dioses vosotros mismos. ¡Qué inocentes! Vuestra ignorancia aplastaría todo el saber que habéis atesorado. Fue divertido ver vuestra reacción cuando os dejamos oler un misterio insondable para vuestras limitadas mentes. Física cuántica lo llamasteis. Reconozco que tenéis cierta gracia para bautizar. Agujeros negros, átomos, otras dimensiones… No sabéis nada de nada. Estáis tan perdidos como un insecto en mitad del océano. Eso es lo que sois: insectos, nada más.

La niebla se parte de pronto. Se desvanece como la sombra de un recuerdo cuando la muerte cae sobre él. Al desaparecer revela un paisaje de formas imposibles, de colores aún por inventar. Todos los idiomas humanos revelan en ese mismo instante unas limitaciones eternas e inabarcables en su incapacidad para describir aquel lugar.

–He de decirte que sois pobres incluso cuando soñáis. Ni siquiera la música, ese regalo tan generoso que os trajimos, ha servido para haceros despertar de verdad. Estáis ciegos, incapaces de ver el daño que os estáis causando. Os hemos avisado. Muchas veces. Todos los desastres que habéis sufrido, todos los eventos en los que millones de los vuestros han dejado de existir, no son sino llamadas de atención. Incluso las guerras que tanto dolor os han causado; nosotros plantamos las semillas en las mentes de algunos de los que habéis elegido como líderes. Son todo mensajes, nada más. Mensajes en los que os decimos que estáis buscando vuestra destrucción. Nosotros sabemos lo que ocurrirá igual que sabemos lo que ocurrió, ya te lo he dicho. Conocemos el abismo hacia el que os encamináis. No. No creas que nos dolerá cuando eso ocurra. Tenemos otros mundos como el vuestro. Millones de ellos. Y podemos crear más. Tantos como no podrías comprender. Podemos crearlos solo con pensar en ellos. Pero entender todo eso no queda dentro de tu alcance.

Detiene su paso y se da la vuelta. En sus ojos luce por un instante un fuego que no es de este mundo ni de este tiempo.

–Pocos de entre los tuyos han pisado esta isla. Te lo he dicho antes. Pero de esos pocos, ninguno ha regresado jamás al lugar del que vinieron. Lo que han aprendido aquí es demasiado peligroso. Lo siento. Tampoco tú vas a regresar.