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Texto de Paula Aznar / Ilustración de Juan Carlos Leguey

El olor a campo, las tormentas de verano, el ladrido de un perro y el canto de un gallo, las conversaciones nocturnas, la lluvia de estrellas desde un lavadero, la baraja de cartas y el café encima de la mesa del bar, las visitas a los pueblos vecinos, las orquestas y los tragos de más… Podría seguir enumerando durante horas, pero me pongo un poco triste.

Desde que era pequeña oía a muchas amigas del colegio comentar: “Me voy mañana al pueblo, tengo muchas ganas”. Yo no lo entendía. Que hablaran entre ellas de sus vacaciones en los pueblos para mi era un mundo totalmente desconocido.

Mis veranos siempre se han basado en molestar a mis padres durante el trayecto y la estancia de cuatro días en Benicasim, Oropesa o Canet (con lo que me gusta la playa) y regresar a Teruel el resto del estío. No habia mucho más que hacer.

A esto hay que añadirle que ser pequeña e hija única no ayudaba para nada a que disfrutara completamente de mis vacaciones, aunque es verdad que desde siempre he tenido mucha facilidad para hacer amigos y relacionarme con otros niños, por lo que echando la vista atrás, en el momento, no veía el problema.

A medida que iban pasando los años me interesaba más saber por qué mis veranos eran diferentes a los del resto de mis amigas y siempre he tenido curiosidad por conocer qué hacían mis padres durante esta etapa del año.

Aquí viene la verdadera historia.

Mis abuelos por parte de madre proceden de Villastar, un pueblo del que pudieron disfrutar mi tío y mi madre desde que eran pequeños. Sin embargo, por unos u otros motivos, se fueron a vivir a Teruel definitivamente antes de que yo naciera, por lo que no tuve la misma suerte que tuvieron ellos. La verdad es que de esta historia nunca he sabido demasiado, así que tampoco puedo contar mucho más.

Sobre la que sí sé algo más es sobre la historia de mis otros abuelos.

Mi tía y mi padre siempre aprovechan todos los momentos que estamos juntos para recordar sus aventuras y lo mucho que disfrutaban en el pueblo durante el verano.

Aunque ninguno de los dos y ni siquiera mis abuelos o bisabuelos nacieron allí, la familia de mi padre ha transcurrido gran parte de sus veranos en Villalba Baja. En el pueblo eran conocidos como los molineros y como su nombre indica, vivían en el molino de esta localidad durante las vacaciones.

Los primeros años pasaban los meses de verano sin ningún suministro; ni agua, ni luz. Cada mañana tenían que ir a la fuente del pueblo a coger agua con una carretilla llena de cántaros y después de comer, llevar los platos en una cesta de mimbre al río para poder lavarlos.

Lo peor de todo sucedía cuando bajaban las grandes riadas al desbordarse el río Alfambra que pasa por esta localidad. Mi padre siempre contaba que casi tenían que salir de allí remando en barca. Tenían que desalojar el molino entero.

A pesar de esto, las batallitas que he escuchado sobre los veranos en Villalba Baja a partir de los años 70, han sido cosas buenas. Muy buenas de hecho.

En aquellos años el pueblo se abarrotaba con más de 500 personas en las calles la semana de las fiestas y mi padre, como buen muchacho fiestero que era (y es), no se le veía el pelo por casa.

El problema de esta gran historia surgió cuando mi abuelo quiso comprar el molino que pertenecía al pueblo y el alcalde que dirigía la localidad en ese momento le dijo que no. Aquí el por qué mi verano es diferente al de los demás.

A pesar de no haberlo vivido desde pequeña, siempre he tenido una gran debilidad por tener casa en el pueblo. Por mi cabezonería dura y pura (como la de mi padre), tuvimos que alquilar una casa en Villalba Baja en el verano de 2017. Y vaya verano.

Lo recuerdo como uno de los mejores de mi vida, no quería irme nunca de allí. Por fin pude entender lo que era tener casa en un pueblo y sobre todo, comprender las conversaciones que tenían mis amigas días antes de terminar el curso. ¡Qué razón tenían!

Sin embargo, sabía que esto no iba a ser algo permanente. Sabía a la perfección que todo lo bueno se iba a acabar con la llegada de septiembre y... así fue. Después de esto, tocaba quedarse con lo bueno que habíamos vivido durante los dos meses de estío y que por desgracia, no se iba a volver a repetir, o al menos de la misma manera.

A pesar de ello, me quedo con el sentimiento de estar arraigada por alguna razón a esta localidad. Pero... no es la única.

Desde los seis años, tengo recuerdos verano tras verano en El Cuervo. El pueblo de una de mis mejores amigas de la infancia ha terminado siendo también el mío. De esta manera lo siento yo.

Mis recuerdos allí están ligados a unas bicicletas que descendían a toda velocidad la cuesta del barranco del pueblo hacía el bar de Los Chorros, los fríos baños en el río Ebrón o las noches jugando al escondite en la plaza con niños de casi todas partes del país.

A día de hoy, no me he despegado de esta localidad (ni pienso hacerlo). El verano allí se vive de otra manera. Lo describiría como un lugar acogedor donde el aire se respira de una forma diferente a la ciudad, donde cada rincón cuenta una historia de verano o acoge una conversación o un reencuentro a principios de verano. Una cervecita con limón al lado de las pequeñas cascadas que rodean la terraza del bar, siempre sienta mejor que en algún otro bar.

Intento escaparme los fines de semana a cualquier pueblo para poder escribir entre semana sobre mis hazañas y lo que más me gusta de cada uno de ellos.

Este verano añado un nuevo capítulo a la historia del que espero poder contar relatos durante mucho tiempo: La Cuba..
 

* Paula Aznar
Teruel, 2000. Estudiante de Comunicación Audiovisual en la Universitat Jaume I de Castellón y futura estudiante de Periodismo. Soy aficionada a bailar y estoy adentrándome en el mundo de la escritura.

* Juan Carlos Leguey
Natural de Elche. Actualmente reside en Rubielos de Mora, donde llegó atraído por los espectaculares paisajes y cielos estrellados, que inmortaliza en sus fotografías. Aficionado desde muy joven a la fotografía, se dedica profesionalmente desde 2019. Especializado en fotografía inmobiliaria, de paisaje y nocturna, siendo esta última la que más disfruta. Recientemente ha realizado talleres de fotografía nocturna y lightpainting, dentro de las actividades de verano de la Comarca Gúdar Javalambre. Tiene previsto el lanzamiento de un libro sobre las farolas de Rubielos de Mora, durante este año 2021.