La injusticia de que no te valoren
El pasado jueves presentaba mi libro, El toro ensogado. Historia, cultura y tradición, y tras el acto, pude disfrutar de una cena con un numeroso grupo de amigos. Entre ellos, Francisco Belmonte, Sergio Cerezos y Juanjo Francisco, quién fuera director de este nuestro periódico. La charla parecía un coloquio donde Belmonte moderaba, Cerezos expresaba y Juanjo se empapaba.Contaba el torero sus aventuras y desventuras en Sudamérica, en una aventura quijotesca, en la que se volvió loco por la tauromaquia.
Contaba cuando, sorteando los novillos, el apoderado de una novillera mexicana propuso no sortear los novillos. Sevi, que ejercía en aquel viaje como una especie de apoderado, se negó en rotundo. El apoderado de aquella novillera volvió a hacer la propuesta, retirando su chaqueta y dejando ver una pistola. Evidentemente, no sé sorteó el novillo bonito, y ya pueden imaginarse quién lo mató.
O contaba aquella vez que, casi en medio de la selva peruana, un compañero recibió una cornada. Al oír las voces del otro novillero, que reclamaban a Cerezos, el turolense entró en al enfermería. "Me dijiste que habías cosido perros, ¿Verdad?", fue la pregunta del otro aspirante a héroe moderno. ¿Cómo sería la situación que aquel desconocido novillero prefirió que lo cosiese un matador que había cosido perros que un galeno? El médico suturó bajo las indicaciones de Cerezos, que le explicó que las cornadas deben tener un drenaje. Después de la intervención, la manera más rápida de volver a Lima eran siete horas en el camión de los toros, con el recién operado y Cerezos compartiendo un solo asiento, y con los banderilleros en el techo del camión. Después, cuatro horas de carretera y un viaje en avión hasta la capital peruana.
O cuando se resignó a morir en un control de la policía mexicana, en el estado de Durango, en plena lucha del presidente Calderón con los narcos. Había impuesto un toque de queda, pero el turolense debía viajar pues, al día siguiente, hacia otra vez el paseíllo. Un policía, muy nervioso, lo encañonó con una metralleta y a Sergio no le pasó otro pensamiento por la cabeza que un resignado "que sea rápido".
Pero a este lado del charco también paso sus tragos. Como cuando siendo becerrista dormía en un coche en Andújar, durante días, esperando la oportunidad de un tentadero. O cuando se tiró un mes en Portugal acinando paja en una ganadería, esperando lo mismo. Después de un mes, lo llamaron para sacar las vacas a un rejoneador en una tienda y, después de la paliza de toda la tarde haciendo de peón, le dejaron coger la muleta. Tan hondo toreó, ya no le quedaban fuerzas para más, que el ganadero escocés que le tuvo un mes acinando paja empezó a llamarle de usted.
Juanjo se embebía de las historias, y dedujo que, nadie, en ninguna otra profesión, tragaría tanto como lo que traga un torero humilde. Les aseguro que fuera de nuestra ciudad, a Cerezos se le pondera como un gran profesional. He visto a ganaderos de importancia cantar las virtudes del turolense. Sin embargo, se le obvia en esta tierra que es tan entregada al de fuera pero tan pasiva con el de dentro. Incluso, en muchas ocasiones, se le menosprecia, como si lo que hiciese no tuviese valor. En cualquier feria, el torero de casa torea por decreto. En esta, si lo ponen, es con la dura, con la que no embiste, convirtiendo en trampa mortal la oportunidad. Ojalá sí, este año sea. E igual que el jueves se le tributó una sentida ovación, hoy, desde aquí, me sumo al grito de apoyo a un torero que nunca ha tenido una oportunidad real, pero que siempre ha dado la cara.
