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Botella Botella
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Juan Corellano

Esta pasada semana, la Inspección de Trabajo de Alicante instó a Ryanair a dejar de cobrar el agua a los tripulantes de cabina que trabajan en sus vuelos. Al parecer, la aerolínea se escuda en que los trabajadores tienen la posibilidad de llevar sus propias botellas y rellenarlas en la sala dispuesta para ellos por la empresa antes del vuelo. Sin embargo, los tripulantes aseguran que las largas jornadas de vuelo y actuales protocolos se lo impiden, forzándoles a pagar 3 euros por cada botella de medio litro.

Se ve que la explotación laboral es cosa de botellas, pues no hace tanto conocimos que algunos conductores de Amazon se veían obligados a mear en ellas para poder cumplir sus exigentes rutas de reparto y evitar posibles represalias si algún paquete no llegaba a tiempo.

Y es que la precariedad marcha por tierra, mar y aire, bien lo saben los repartidores de comida a domicilio que trabajan para empresas como Uber Eats, Glovo o similares, los cuales solían trabajar como falsos autónomos a cambio de una mísera remuneración. De su lucha surgió recientemente la conocida como ‘Ley Rider’, la cual obliga a estas empresas a contratar a sus repartidores como asalariados para así mejorar sus paupérrimas condiciones laborales.

Esta regulación no gustó tanto, sin embargo, a los (em)prendedores que fundaron dichas empresas, amenazando algunos con marcharse de España por ser imposible alcanzar la rentabilidad bajo esta nueva ley. Rentabilidad, esa es la palabra clave, pues el punto que todas estas empresas tienen en común es haber conseguido abaratar servicios antaño caros (ya fuese volar, pedir productos a domicilio o un viaje en taxi) y seguir ganando dinero con ello. Entonces, la pregunta es la siguiente: ¿cómo demonios lo consiguieron?

Por muchos avances tecnológicos que hayamos ganado, estos servicios siguen siendo costosos de producir, así que uno podría intuir que su logro no fue, precisamente, abaratar el coste, sino empaquetarle parte del mismo a un tercero. Recordando el lema de ‘nada es gratis’, si nosotros como consumidores pagamos menos y el empresario sigue generando un beneficio... ¿dónde está el tercero? Este no es otro que el trabajador, encargado de pagar la fiesta con el ahorro que supone su barato salario. Así pues, mientras autoridades y consumidores no dejen de lado a estas plataformas, los empleados seguirán siendo el blanco de la precarización. Blanco, y en botella.

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