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Coma Coma
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Juan Corellano

Esta pasada semana, los periodistas de España nos hemos vuelto a sonrojar con otro bochorno del gremio. Digo otro, pues van varios, probablemente demasiados, en los últimos meses. Desde gazapos quizás más inocuos, como un(a) coma fuera de sitio, hasta errores que coquetean con lo injurioso. Mala praxis que arrastra sin distinción con lo que pilla, incluidos antiguos ministros y sus supuestas filias, agresiones sin testigos a plena luz del día y presuntos okupas. Sin más corroboración que la de salivarse un dedo y ver por dónde sopla el viento.  No es mi intención entrar al detalle de estas historias periodísticamente ficcionadas, tampoco señalar para unirme al linchamiento público. Ello, me temo, no nos lleva a ningún lugar mejor. Lo preocupante, a mi parecer, no es el error concreto sino la tendencia, pues son demasiados patinazos los que acumula últimamente esta profesión como para seguir manteniendo su reputación en pie.

La invención, rebautizada como fake news, ha vivido adherida al periodismo desde su nacimiento, ya sea por mala praxis o, en el peor de los casos, por mala fe. Sin embargo, cenizo y escéptico es el periodista, a uno le queda la sensación de que vamos a peor. Los motivos que podríamos enumerar para justificar el declive difícilmente caben en estas líneas: la acuciante precariedad que ha dejado mermadas las redacciones, la acelerada necesidad de inmediatez que ha dictado internet, la obligación de posicionarse ipso facto ante los juicios paralelos que fulminan cualquier duda o presunción de inocencia…

En estos tiempos de dificultad, quizás el periodismo debería refugiarse en sus cimientos. Sin embargo, precisamente es en estos tiempos cuando nos toca escuchar a periodistas veteranos dando charlas magistrales en las que animan a estudiantes universitarios a desoír estas bases, a tomarse la libertad de que nadie les diga de qué va su profesión.   No podría estar más en desacuerdo, pues creo encontrar en estos sermones parte del problema y, sobre todo, el posible cambio. Es en nuestras universidades, necesitadas de una imperiosa mejora, donde las nuevas generaciones deben encontrar el recordatorio de que esta profesión es tan sencilla como preguntar, escuchar y contar. No con la obligación de acertar siempre, sino con la diligente voluntad de mantenerse fiel a lo sucedido. Quizás con ello el periodismo pueda levantarse de este profundo coma en el que lleva sumido demasiados años.

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