Dicen que para conocer de manera fehaciente dónde está el fondo es necesario darse de bruces contra él. Pero siempre hay quienes se atreven a desafiar el saber popular y bajan a las profundidades provistos de pico y pala. Poseídos por mister Murphy, se muestran dispuestos a cavar un poco más y así demostrar al planeta que, por muy metido en el hoyo que estés, siempre se puede ir a peor.
Como culé confeso, confieso que no fui capaz de ver el partido. Sí los primeros cuatro goles del encuentro, y ni con esas pude ver un gol de mi equipo. Ahí lo dejé, cuando alguno ya se santiguaba y murmuraba “que Dios nos asista”. Pero el viernes Dios ni asistió ni marcó, porque hay descalabros con los que ni las espaldas más anchas pueden cargar. Quizás sea un buen momento para que muchos terminen de darse cuenta que, diga lo que diga Michael Jordan, los deportes de equipo se ganan también con los tipos que corren tras el balón y no solo con el que lo mete en una red.
Once catalanes se encuentran con once alemanes en Lisboa… así empieza un chiste que a algunos hizo gracia, a otros no y a mí me ofende menos de lo que solía. Encajar ocho goles sin necesidad de un partido de vuelta me ha hecho darme cuenta de que el Barça está de vuelta de todo, y un poco yo también. Porque si algo me enfada de este bochorno es el hecho de que ya no me enfade tanto como solía, que he pasado de perder los papeles viendo el fútbol a perder esa forma tan exacerbada de vivirlo.
Supongo que es inevitable que cambie tu perspectiva cuando algo que te gustaba se convierte en tu trabajo. Que cuando verlo todo ya no es una elección sino una obligación vas perdiendo las ganas de hacerlo. Creo que por fin he logrado entender un poco a Carlos Boyero. Después de tantas películas, uno ya ve venir el final.
Pero prefiero no darle demasiada importancia a estos pensamientos, pues uno tiende a verlo todo negro cuando es arrastrado hasta las profundidades. Sé que pronto pasarán, en el fondo.