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Juan Corellano

El pasado jueves Ibai Llanos tuvo la oportunidad de charlar con el futbolista Gerard Piqué. Para quien necesite introducción, a sus veinticinco años, este muchacho bilbaíno es actualmente una de las personas más conocidas del país gracias a su ocupación profesional: hacer retransmisiones en directo a través de la plataforma Twitch. 

Pues bien, entre la variedad de sus contenidos, esta semana tocó la citada entrevista. El futbolista del Barça siempre ha sido una de las voces con más personalidad y desparpajo del mundo del fútbol a la hora de hablar en público. Debido a las polemistas reacciones que provocaban en la prensa su absoluta falta de tapujos, apenas ha realizado apariciones o declaraciones públicas en los últimos años. Sin embargo, recientemente ha hecho una excepción con el late night La Resistencia, presentado por el cómico David Broncano, y ahora con el propio Ibai. Estas dos apariciones siembran inevitablemente una duda: ¿qué ha sucedido para que ya no sea el periodismo deportivo quien formule las preguntas a los futbolistas?

El primer y más obvio dedo acusador apunta para el propio periodismo deportivo español, pues es lógico que los grandes futbolistas de nuestra liga no se sientan acogidos por un oficio que, aún con excepciones, se ha dedicado a castigarlos durante años con sensacionalismo, titulares sacados de contexto y una absoluta devoción por la polémica.  No obstante, una necesaria parte de culpa tiene que ir también para los equipos de prensa de los equipos, quienes acostumbran a encorsetar y limitar la capacidad de respuesta de los futbolistas hasta que todos parezcan el mismo robot que repite “sí bueno, ha sido un partido difícil” hasta que se le funden los plomos. 

Estas eran mis conclusiones hasta que vi las reacciones posteriores a la entrevista de Ibai y Piqué. Muchos bramaban porque, según ellos, no había sido una buena entrevista (Ibai aclaró varias veces que solo era una conversación, nada de entrevistas). Otros de que Piqué se había ofendido con las bromas de su interlocutor (el futbolista lo desmintió poco después). 

Con pena compruebo cómo también llega al humor y las nuevas plataformas esa toxicidad inherente al discurso del futbolista, aquella que antaño se achacaba al mal periodismo. Me pregunto entonces si será una pena inherente al propio deporte, condenado por siempre a arrastrar un clima irrespirable para todos los que intentan preguntar por él.