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Espacial Espacial
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Juan Corellano

El ser humano, iluso y fantasioso, siempre gustó de marchar con la cabeza encorvada, más pendiente de aquello que le supera y no alcanza que de lo que tiene frente a sí. Quizás viene de ahí lo de tropezar dos veces y las que hagan falta. Animalillo tendente a la procrastinación, insatisfecho crónico y poco amigo de lo introspectivo, miraba hacia el cielo desde una tierra y un propio cuerpo aún llenos de respuestas inconclusas, preguntándose cuán de a gusto se tendría que estar ahí arriba.

Así, el ser humano, que en ocasiones por iluso torna en conseguidor, se lanzó al vuelo para comprobar que, efectivamente, uno podía estar ahí arriba. Quizás no tan a gusto, pero estar, que no es poco. Hicieron falta, eso sí, un par de valientes que, jugando al hombre pájaro, se descoyuntaron por la ciencia desde lo alto de la Torre Eiffel o cualquier construcción prominente que tuvieran a mano.

Imagino no estaba en los planes de aquellos a los que tuvieron que despegar del adoquín con espátula que su heróica aplastada desembocaría, siglos después, en pleitos por overbooking, Toblerones libres de impuestos y Melendi con unas copas de más. Así es el ser humano y su autodenominado progreso. Capaz de lo mejor y de empiporrarse a 42.000 pies de altitud. Que en ocasiones resultan ambas lo mismo, pero en otras tantas no.

Cuando se cansó del cielo, aún sin entenderlo, ni tampoco lo que hay más abajo, ni mucho menos eso que está en todas partes y resultó ser él mismo, siguió con la cabeza erguida, mirando hacia arriba, empecinado, esta vez, con llegar al espacio. Primero, como en todo territorio inexplorado, llegó el deseo de conocimiento y con él la ciencia. Después, cuando ya creía saberlo todo, llegó la política y con ella la carrera espacial. Finalmente, cuando tuvo la certeza de no saber nada y la intuición de poder monetizar su estupidez, llegó Jeff Bezos.

Y así, de golpe y sin previo aviso, como ya pasó con los equipos de fútbol sala y los andamios, nos dimos cuenta de que el espacio se ha convertido en una valla publicitaria para Bezos, Tesla, Red Bull y compañía. Porque el ser humano siempre marcha con la cabeza erguida, mirando hacia arriba, completamente ajeno a que la causa de sus tropiezos son sus propias zancadillas.