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Juan Corellano

Las líneas de esta semana van a servirme de purgatorio, pues vengo aquí a hacer una confesión pública: he vuelto a ver la trilogía completa de El Señor de los Anillos. Sé que el verano es largo, muchos los ratos de asueto e inevitable caer en el aburrimiento, pero no valen las excusas. Lo he vuelto a hacer y no puedo evitar este sentimiento de culpabilidad que me aborda cada año cuando vuelvo a sucumbir a la tentación de ese maldito anillo. 

Que nadie me malinterprete, esta culpa que siento no quita que estemos ante uno de los relatos más grandes y mejor contados de la historia de la ficción. Sin embargo, hace años que sobrepasé el límite tolerable y decente de veces que uno puede visionar estas películas.

683 minutos, casi medio día de apoltronamiento en el sofá que bien podría haber dedicado a descubrir otras maravillosas historias para las que inevitablemente me voy quedando sin tiempo, pues la lista del buen cine es demasiado extensa como para cubrirla en una sola vida. Pero así es el ser humano, me digo, o al menos ese humanoide ser que soy yo. A todas luces conformista, de pájaro en mano y bueno por conocer. 

Con los años me voy dando cuenta de que El Señor de los Anillos es solo la punta de un iceberg inmenso. Soy un enfermo del revisionado, me puedo pasar semanas enteras escuchando dos o tres canciones y cuando me da por leer caigo en novelas cuyo desenlace ya conozco al dedillo. 

Aunque esto va mucho más allá. Si cambiamos de son y a los libros y películas por personas, vuelvo a sucumbir en el círculo de lo conocido, ya que, con frecuencia, uno acaba sacando sus amigos del trabajo y a sus parejas de entre sus amigos. Así es como se termina siendo un cinéfago de estar por casa, melómano en bucle, lector intermitente, amigo de la endogamia y amante de la amistad. Pero así somos, me repito. Porque precisamente así es como lidiamos con el indómito mundo en el que vivimos, reduciendo lo inabarcable al manejable entorno de lo que conocemos con más certeza. Como que el año que viene tendré que confesaros de nuevo que he vuelto a ver El Señor de los Anillos.