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Messi Messi
EFE/ Andreu Dalmau

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Juan Corellano

Límite salarial. El acuerdo comercial de La Liga con un fondo de inversión. Amortización. Diferimiento del salario. Refinanciación de la deuda. Fair Play Financiero. Tras toda esta maraña de complejos conceptos que hemos ido comprendiendo (o, al menos, intentándolo), se marcha Leo Messi de Barcelona veinte años después de su llegada.

Con un país todavía atrapado, en su mayoría, en una fase de obstinada negación, se busca respuesta a todos los porqués, a cada una de las razones que han conducido la historia a este insípido final, impregnadas todas ellas por una duda latente: ¿acaso no fue ingenuo pensar que otro desenlace sería posible?

En una perfecta representación de los tiempos que corren y vivimos, copa la conversación ese ‘todo lo demás’ que antaño fue sobremesa y ahora es plato principal, quedando en un segundo plano el hecho en sí, la partida, el fútbol, eso que antes lo era todo y hoy es menos, en lo que a España compete, porque ya no está Messi. Del argentino se ha dicho tanto que nos hemos quedado sin certezas, algo inevitable en torno a alguien que despierta tantas preguntas y nunca ha tenido intención alguna de explicarse.

De Messi se ha dicho que, por su personalidad huraña y esquiva, no alberga el alma del líder que tantas veces se le impuso ser. También que, pese a su tímida apariencia, es un tirano en las sombras, el mandamás, alguien con quien es complicado convivir por ser su estándar de exigencia el que marca su fútbol. Que triunfó su don, no tanto él, pues, como todo el mundo sabe, ni él ha sudado, ni Cristiano cuenta con talento que no haya sido trabajado. Que es un culé de cuna y su próximo perro se llamará Johan. Que el tipo es avaro, pesetero, y su lealtad descansa con el dinero. Que su talento resulta irrepetible. Que no es, siquiera, el mejor de la historia. Que la culpa es del padre. Que la culpa es de Tebas. Que la culpa es del Barça. Que la culpa es suya.

Del argentino se podrían decir y se han dicho muchas cosas, pero, probablemente, la única incorruptiblemente cierta, y también la más relevante, es que se marcha un maravilloso deportista, un futbolista excelso al que hemos disfrutado durante veinte años ignorando conscientemente que llegaría este día, pero ha llegado. Hasta siempre, Leo.

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