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Juan Corellano

Recientemente Netflix estrenó el documental The Social Dilemma, un esclarecedor testimonio sobre el tóxico funcionamiento de las redes sociales que se llevan horas y horas de nuestra atención a diario. Aunque no descubre nada que no supiéramos de antemano, ilustra a la perfección cómo estas plataformas consumen de manera insana y adictiva nuestro tiempo, nos aíslan, minan nuestra autoestima y fundamentalmente nos utilizan como mera gasolina que mantiene en marcha sus gigantescas máquinas de hacer dinero. 

El documental es de los que se presta a protagonizar la conversación de sobremesa con amigos, de esas en las que te conviertes en experto de la nada y arreglas el mundo palillo en boca. Del elevadísimo debate que tuve yo con los míos, mi cabeza se quedó clavada en la frase que soltó un colega y que se repite siempre que salen estos temas: “Pues ya ves tú, que hagan con mis datos lo que quieran”. 

Quizás sea yo, pero últimamente no dejo de percibir este conformismo generalizado a mi alrededor. Lo noto también en mis charlas futboleras, cuando algún amigo está dispuesto a pasar por alto que su equipo haga un ERTE y deba unos cuantos milloncejos al Estado si en verano fichan al crack brasileño de turno. Lo mismo con las penosas condiciones laborales que algunos jóvenes tienen que tragar hoy en día. “Si no lo haces tú, la empresa tiene cien más que lo harán”, dicen. 

Aunque en la vida hay momentos en los que conviene respirar hondo y tirar millas, creo que mi generación tiene notables problemas a la hora de hacerse valer y reivindicar su posición en el mundo. Cierto es que el panorama no ha ayudado en este sentido, especialmente para esos preparadísimamente preparados que se han comido dos crisis económicas en cosa de diez años. 

Sin embargo, creo que, como generación, nos hemos olvidado de nuestro derecho, o más bien obligación, de reclamar la sociedad en la que queremos vivir. 

Y eso va mucho más allá de la esfera política, como se suele asumir, pues empieza por aquello que demandamos de nuestra cuenta de Instagram, nuestro equipo de fútbol y nuestro propio trabajo. Empieza por cambiar el “que hagan con mis datos lo que quieran” y preguntarse “¿qué quiero hacer con ellos?”.