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San Valentín San Valentín
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Juan Corellano

El escrito de este lunes arrastra una leve resaca del romanticismo supurado por el día de ayer, 14 de febrero. Efectivamente, solteros del mundo, este domingo volvió a ser San Valentín. Como en tantas otras festividades, el origen de la celebración es motivo de disputa en el gremio de los historiadores. Entre los posibles antecedentes están las Lupercales de la Antigua Roma, una festividad consistente, sin entrar en más detalle, en sacrificios de cabras, azotes con pieles a las mujeres para aumentar su fertilidad y buenas dosis de lascividad. 

Como decía, es solo uno de los posibles orígenes, pero, por su distanciamiento con el ideal romántico al que aspira la festividad hoy en día, resulta un ejemplo ideal del desconocimiento generalizado sobre el por qué hacemos las cosas que hacemos y celebramos lo que celebramos. 

Sea cual fuere su verdadero origen, lo cierto es que San Valentín llega cada vez más a destiempo. Porque en 2021 siguen vigentes, hasta nuevo aviso, las restricciones para el amor. Pues de qué sirve arrancar flores mientras no se puedan plantar besos, que además con la mascarilla tampoco hay quien las huela. 

Sin embargo, cada vez hay más gente que no solo pone en duda que San Valentín haya caído en el año equivocado y directamente ven esta fecha como un hábito de tiempos pretéritos. Desde hace años comienza a cuestionarse, especialmente entre las nuevas generaciones, el modelo del amor romántico, que encuentra su cúlmen en esta festividad, y la posible toxicidad de muchos de sus planteamientos, especialmente para con las mujeres. 

Bienvenido sea ese debate, y todo lo que pase por desechar moldes preestablecidos en los que no todos encajan o entender que el mejor amor será siempre el más libre. Estas reivindicaciones llegan, no obstante, acompañadas de las contradicciones de la juventud que las empuja. La misma que reniega del amor romántico al tiempo que se alimenta de sus secuelas en La Isla de las Tentaciones, encuentra en las redes sociales renovados mecanismos para controlar a sus parejas y  sigue siendo incapaz de mantener conversaciones sobre sexo si no es para cuantificarlo o medirlo al peso. 

Quizás es por estas historias que la cabra acaba tirando al monte, harta de pagar las consecuencias de nuestros escarceos en el amor.