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Sin timón Sin timón
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Juan Corellano

Este pasado jueves Twitter lanzó una noticia que, salvo para los entendidos en tecnología y redes sociales, circuló con sorprendente disimulo pese a la trascendencia de sus implicaciones. La compañía publicó un estudio interno que daba por probados notables efectos de su algoritmo en la difusión de mensajes políticos en España, así como en varios otros países.

Sin entrar en detalles, pues Twitter siempre los ha mantenido bajo secreto, el funcionamiento de este algoritmo (o, dicho de otro modo, los criterios que determinan qué vemos primero y más destacado en esta red social) está ligado a nuestro comportamiento en la plataforma. Es decir, el algoritmo identifica los contenidos que más tiempo pasamos viendo o con los que más interactuamos y selecciona otros similares que, considera, nos podrían gustar.  Sin embargo, son estos detalles, insisto, secretos, la clave que nos falta para comprender por qué Twitter decide que consumamos ciertos contenidos o informaciones por delante de otros. Un mecanismo obscuro también utilizado, con sus propias particularidades, en otras redes sociales como Instagram o Facebook.

Durante años hemos permanecido en la sombra no sólo con respecto al funcionamiento de estos algoritmos, sino también sobre sus posibles consecuencias. Ahora, tras realizar un estudio en España, Japón, Canadá, Estados Unidos, Alemania, Francia y Canadá, Twitter suelta la bomba: en todos estos países menos en Alemania su algoritmo ha ayudado más a difundir los mensajes de políticos electos y periódicos de derechas que del espectro político opuesto.

Un hallazgo, aunque preliminar y necesitado de estudios posteriores, realmente preocupante. No por lo ideológico, pues sería igual de grave habiendo encontrado el resultado contrario, sino por la cuestión de fondo: estas compañías llevan años utilizando herramientas que afectan directamente al diálogo público y político de nuestros países mientras ellos mismos desconocían (y todavía desconocen) su funcionamiento y potenciales consecuencias.  Si bien su transparencia actual es algo inusual en la industria, e incluso un gesto loable, solo puedo pensar en las secuelas, que inevitablemente han pasado inadvertidas, de todos estos años a ciegas. Twitter fue fundado en 2006 y Facebook en 2004, pero han esperado a 2021 para reconocernos que llevamos más de una década a bordo de un barco sin timón. Esperemos no se avecine tormenta. Quién sabe si ya estamos en ella.

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