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Juan Corellano

De manera repentina, aunque no del todo sorpresiva, el plan que promete cambiar por completo y para siempre el fútbol que hasta ahora conocemos volvió a emerger. Este domingo, The Times y el New York Times informaron sobre la inminente confirmación de ese secreto a voces conocido como Superliga Europea. 

Pese al halo maquiavelo y alambicado que lo circunda, el plan es bastante sencillo. Los grandes clubes de fútbol europeos, deseosos de emanciparse de la FIFA, la UEFA y cualquier organización no dispuesta a cederles por completo el control de este deporte, desean montar una liga privada gestionada por ellos mismos tanto en el aspecto deportivo como, sobre todo, el económico. 

Según sus esbozos preliminares, este exclusivo club de campo convertido en competición deportiva estaría formado por 15 equipos fundadores que participarían de manera fija y, en una futbolera adaptación de La cena de los idiotas, 5 clubes invitados que se clasificarían cada temporada por méritos deportivos.

De acuerdo con las informaciones publicadas este domingo, entre los doce progenitores de este plan se encuentran Real Madrid, Barcelona y Atlético de Madrid.  De convertirse en una realidad, este cambio defenestraría a la Champions League y el resto de competiciones de clubes europeas al instante, heriría de muerte a las ligas nacionales e incluso amenazaría la existencia de Mundiales y Eurocopas, pues UEFA y FIFA ya aseguraron que los futbolistas de los clubes que participasen en la Superliga no podrían jugar con sus selecciones. 

Habrá quien coloque tras este movimiento a la siempre presente sombra del fútbol moderno, ignorando que la idea de esta Superliga lleva pululando desde hace más de 30 años. Y es que las consecuencias supuestamente inherentes a la modernidad de este deporte se remontan hasta los años 80, época en la que los equipos dejaron de ser clubes al servicio de la comunidad que representaban para convertirse en sociedades anónimas entregadas a los intereses de los billetudos que presiden sus palcos. 

Sin embargo, estos planes no parecen reparar en su directo ataque a la razón de ser de este deporte. Pese a que la implacable lógica del dinero lo haga prácticamente imposible, si algo empuja a la mayoría de fans a seguir apoyando a sus equipos es la infundada ilusión de que quizás un día tengan suerte. Sálvese quien pueda, pues de ahora en adelante ni siquiera la suerte será suficiente.