Sandra Bruce, escritora británica afincada en España: “Sigo creyendo en la humanidad, pero las personas tropezamos siempre en la misma piedra”
La autora presentó en Puertomingalvo la novela ‘La clase’, una distopía ambientada en la localidad turolenseSandra Bruce es una escritora británica nacida en Scarborough y afincada en España desde hace más de 50 años. Recientemente presentó en Puertomingalvo La clase, una novela distópica ambientada en esa localidad, donde un grupo de preadolescentes tendrán la ocasión y la responsabilidad de volver a comenzar.
-’La clase’ llevaba ya una buena temporada escrita...
-Realmente The class fue mi primera novela, escrita en inglés en 1996, que en su día ganó un concurso convocado por la Universidad de Lleida. Durante la pandemia mi marido, Santiago Roda y yo, decidimos traducirla, y La Pajarita Roja la editó en inglés y en castellano.
-¿Tiene sentimiento de pérdida al traducir la novela?
-Al contrario. Es una traducción extraordinaria, y diría que es casi mejor que la original. Santiago es filólogo y casi cada palabra ha sido muy reflexionada.
-¿Por qué sitúa su novela en Puertomingalvo?
-En los años 90 existía en Puertomingalvo la masía de El Molino, en el entorno del Salto del Arquero. Mi marido hacía allí cursos de tai-chi y yo fui en una ocasión a descansar. Y el lugar me cautivó, tiene una belleza salvaje que te reduce al tamaño de una hormiga. Cuando empecé a escribir esta novela, que habla sobre un nuevo comienzo para la humanidad, tenía que ser ahí.
-¿Un nuevo comienzo?
-La novela parte de un accidente del que casi no se habla, que hace que la vida en la ciudad no sea posible. Entonces una profesora decide llevar a sus alumnos allí, porque sabe que hay agua limpia y es posible sobrevivir. Sin embargo ella no sabe nada de la vida en el campo, y cuando llega el invierno para ellos se convierte en un reto la supervivencia. Son niños de 12 y 13 años y la profesora ni siquiera se lleva bien con ellos. Son niñatos de ciudad que tienen que trabajar para conseguir comida. YâÂÂÂÂÂÂgracias a un pastor, un personaje que yo denomino el héroe silencioso, tratarán de sobrevivir.
-El planteamiento recuerda a El señor de las moscas, de William Golding...
-Ese es uno de mis libros favoritos, que ha viajado conmigo siempre. Y otro, menos conocido, es El día de los trífidos, de John Wyndham, que también habla del aislamiento, y de cómo se apañaría un grupo de seres humanos obligados a volver a comenzar. Ese es un tema que siempre me ha fascinado.
-No voy a pedir que me destripe la novela... ¿pero funciona esa experiencia en Puertomingalvo, o termina como el rosario de la aurora como ocurre en la novela de Golding?
-Funciona bien. Al final de la novela la profesora tiene 100 años, y los niños han logrado incluso reproducirse. Pero mientras tanto ocurren muchas cosas, hay sangre, hay momentos muy dramáticos. Esto saca lo mejor del ser humano pero también lo peor, la avaricia, la violencia... la cuestión es reflexionar sobre los límites, sobre qué podemos hacer ante determinadas situaciones y sobre si el fin justifica los medios.
-En esa tesis hay latente cierta desconfianza en la humanidad...
-De alguna manera sí. Yo sigo creyendo en la humanidad, pero también que tropezamos siempre con la misma piedra.
-¿Fantaseó en alguna ocasión con que la pandemia fuera lo que nos llevara a tener que empezar de nuevo?
-Creo que la pandemia podría habernos enseñado muchísimas cosas a la humanidad, pero no hemos aprendido nada en absoluto. YâÂÂÂÂÂÂes una pena. En cuanto terminó hicimos borrón y cuenta nueva, y seguimos cometiendo los mismos errores.
-¿Todas sus novelas tienen elementos distópicos?
-No. I once was lost, que no he traducido, es muy oscuro y en él cuento la historia de la hija de la profesora de La clase. Jugar con fuego es más ligero, aunque hablo de los problemas que ha tenido la mujer... YâÂÂÂÂÂÂel último, Confesiones de una guiri, tiene mucho sentido del humor, y habla de mi experiencia cuando llegué a España, en 1971, con 19 años.
-El choque cultural tuvo que ser importante...
-A mí me ha dado para escribir un libro (risas). Franco todavía vivía y el machismo que existía era tremendo. Los británicos somos tan chulos que me pareció increíble que en España nadie me entendiera. Un día en la carnicería pedí “dos pechos de pollo”, y todo el mundo se moría de risa cuando el pollero me preguntó si los quería con pezón o sin pezón. Me parecía una barbaridad que todo el mundo metiera la cuchara en la misma paella, y el aceite de oliva me recordaba al dolor de oído, porque en Inglaterra por aquel entonces solo lo utilizábamos para eso. Y ahora que nadie me quite un buen jamón de Teruel, pero entonces no comprendía que la gente lo comiera crudo.