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Aceras, igual a vida Aceras, igual a vida

Aceras, igual a vida

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Javier Silvestre

La reforma de la entrada a Teruel desde la carretera de Valencia expulsa al coche y prioriza a los peatones y ciclistas. ¡Ya era hora! No tanto por el cuestionado carril bici sino por dar espacio, de una vez por todas, a los ciudadanos. Las aceras son el gran invento urbano del siglo XIX, cuando París y Londres deciden reservar un lugar acotado para que los peatones no sufran los cada vez más frecuentes atropellos causados por los nuevos carros a motor.

Hasta ese momento, las calzadas eran un espacio compartido entre las personas, los animales y los carruajes. Excepto en el caso de Pompeya, donde uno puede encontrar unas altísimas aceras que servían, básicamente, para encauzar el agua de lluvia. Durante todo el siglo XX, el coche fue ganando terreno al peatón hasta aislarlo por completo, cediéndole un mínimo espacio entre la calzada y los portales de sus casas. Pero eso es cosa del pasado.

Tengo aún fresco el recuerdo del antiguo viaducto, con su mínima acera, y los retrovisores de los autobuses peinando a muchos transeúntes. Eso por no hablar de la calle Nueva o el mismísimo Tozal. Las calles con aceras estrechas, en pleno siglo XXI, están condenadas a desaparecer. Y lo agradezco.

Porque una acera estrecha mata el comercio, dificulta el capazo, supone un reto para nuestros mayores, imposibilita el terraceo e impide purificar el aire con árboles y plantas. En otro tiempo, quizás, se pensaba más en la gente que se desplazaba sobre cuatro ruedas que en los viandantes, pero esa época ya pasó y hay que tomar decisiones que se correspondan con el nuevo concepto urbano hacia el que nos dirigimos.

Cada calle que elimina un carril de circulación a favor de ensanchar la acera es una batalla ganada para todos los ciudadanos. Tan sólo hay que ver -y comparar- la vida que tiene el Óvalo desde su acertada reforma y la agónica decadencia que vive la Ronda de Ambeles. Cuando el peatón gana terreno, la ciudad crece y prospera. Cuando la única alternativa es caminar en menos de un metro de ancho y los coches te pasan rozando, esa parte de la ciudad muere poco a poco.

Teruel es una ciudad muy asumible en cuanto a distancias se refiere. Si han vivido fuera lo sabrán de buena mano. El coche es un capricho si se utiliza para ir al centro… y lo saben. Los atascos no existen casi nunca y por la noche es raro escuchar un ruido que no sea el de los camiones de la basura (o el de algún ceporro que cree que su masculinidad es directamente proporcional al ruido del tubo de escape de su motocicleta). No hace falta cruzar la ciudad por el centro para ir de una parte a otra ya que cuenta con unas excelentes opciones radiales. Así que, ¿qué narices hacemos cediéndole tanto espacio al coche?

Peatonalizar el centro fue sólo el primer paso. Pero hay que ir más allá y devolverle la calle al ciudadano. Personas cruzándose con sus vecinos y poniéndose al día de sus consultas médicas; niños paseando en bici bajo la atenta mirada de sus abuelos; chavales dándose su primer beso a escondidas en un banco; terrazas repletas de grupos de amigos celebrando que ha salido el Sol y personas mayores pudiendo transportar el carro de la compra sin sentir que están mayores para ir a comprar solos.

Más sitio para árboles, para poner papeleras, para que los comercios luzcan sus mejores galas y podamos pararnos durante un rato a contemplar los pasteles de esa típica confitería. Todo eso son las aceras. Vida. Amplitud. Luz. Aire. Démosle al coche el hueco justo y no permitamos que las cuatro ruedas nos roben nuestro espacio más preciado. Apostemos por redefinir nuestra ciudad para las personas y no para sus vehículos como hemos hecho hasta ahora. Que la avenida de Sagunto sea el primer paso de un cambio a gran escala que no puede ni debe demorarse más. Aceras, igual a vida.