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El ‘bien’ pensar El ‘bien’ pensar

El ‘bien’ pensar

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Javier Silvestre

Estamos en ese punto en el que ya no se limitan a indicarnos lo que está bien o mal hacer, sino que incluso nos dicen lo que es correcto pensar y lo que no. Cualquier desviación del discurso claramente marcado por unos cuantos señores del bien pensar es, automáticamente, motivo de escarnio y ensañamiento público. Ya no sólo hay que cumplir las normas sin cuestionarlas, sino que también hay que pensar en la dirección correcta. De lo contrario nos arriesgamos a un tsunami de descalificativos que empiezan con el término “intolerante” y siempre acaban con el manido “fascista” (o “facha” en su versión más iletrada).

A mí me pasa a diario. Escribo sobre el siempre complicado mundo de la televisión en un diario de tirada nacional y no paro de ver cómo otros compañeros se pasan el día diciendo qué debo de pensar de lo que veo en la mal llamada caja tonta. “La serie que no puedes perderte para ser una buena feminista”, “El desafortunado comentario de fulano que tal cadena no evitó”, "El ejemplo de visibilidad de un niño con falda en tal programa" o “Así te manipula tal cadena pública sin que te des cuenta” son titulares con los que nos topamos a diario en la prensa.

Y al igual que existe el agotamiento pandémico, yo tengo agotamiento buenrollista. Estoy harto de que me digan lo que tengo que pensar a todas horas… Incluso en mi consumo de ocio. Y lo que es peor, que me inoculen -como si de un virus se tratase- si mis pensamientos son correctos o incorrectos. Estamos ante un proceso de bullying social donde aparentar ser parte activa del “eje del bien” importa mucho más que actuar de la forma que nos venden como “la correcta”.

No es un tema que se circunscriba a los medios. Pueden comprobarlo ustedes mismos. Han sido aquellos que exhiben en la boca el carnet de “bien pensador” los primeros que se han saltado todas las normas que tanto exigen a los demás. En su caso siempre hay un motivo que justifica hacer lo opuesto a lo que proclaman. Son matones de manual que, en el fondo, tan sólo viven acomplejados porque saben que aquellos a los que machacan a diario les dan mil vueltas en todos los sentidos.

Así las cosas, es normal que una parte de la sociedad ya no quiera morderse la lengua más y se atrevan a decir públicamente lo que opinan pese a que eso sea considerado el mal pensar establecido. Feministas que no son las buenas feministas; gays que no son los buenos gays; periodistas que no son los buenos periodistas; sanitarios que no son los buenos sanitarios… El nivel de invasión sobre nuestra libertad de pensamiento ha alcanzado cuotas que nos obligan a disentir en la clandestinidad. 

Es eso, o enfrentarnos a las hordas de inquisidores buenrollistas cuya forma de rebatirnos consiste en arrojarnos a la hoguera sin preguntar. Son tiempos de eslóganes de pladur que no aguantan el peso ni de una lámina de Kandinsky sin desmoronarse. Son tiempos de encumbrar a la Veneno, de cuestionar a Magallanes y de mantener equidistancias con Maradona. Son tiempos de bien pensar; de pensar como nos dicen.

Yo, pobre de mí, sigo dándole un voto de confianza a la madurez de gran parte de la sociedad. A la capacidad de decidir por nosotros mismos qué está bien y qué está mal. Es más, incluso creo a pies juntillas en que la fuerza de los argumentos puede hacer que el prójimo modifique su forma de pensar: para bien y para mal. Esto promete.