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En la boca del lobo En la boca del lobo

En la boca del lobo

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Javier Silvestre

Estupefacto me quedaba el domingo por la noche, aún con el olor a humo de las fogatas de las Bodas de Isabel en la piel, cuando leía la noticia de la detención del concejal de Ciudadanos Carlos Aranda por una presunta agresión sexual. No oculto que la primera reacción que tuve fue de desconfianza: un joven de 20 años queda con el edil, sube a su piso a las tantas de la madrugada y, por sorpresa, sale huyendo cuando se da cuenta de que Aranda quería mantener relaciones sexuales con él.

Tuvimos un airado debate en varios grupos de Whatsapp de amigos turolenses y otro de periodistas. Muchos nos poníamos en la piel del concejal y nos preguntábamos cómo reaccionaríamos si, tras llevarnos a alguien a nuestras casas, saliese corriendo para denunciarnos por haber tratado de abusar de esa persona. Llegábamos a la conclusión (precipitada y con una clara falta de información) de lo desprotegidos que podemos estar ante una acusación similar. Y lo fácil que sería que, por algo así, alguien pueda destrozarnos la vida (profesional y socialmente).

Sin embargo, tras conocerse el auto del juez, plegábamos velas… al menos en cuanto a este caso se refiere. Falta que la Justicia resuelva lo que ocurrió realmente, aunque parece probado que Aranda se aprovechó del estado de embriaguez del joven para cometer, presuntamente, unos tocamientos de índole sexual. No lo digo yo, sino las pruebas en forma de mensajes de Whatsapp, llamadas telefónicas, informes psicológicos y forenses, y la propia declaración contradictoria del acusado y del presunto agredido.

Abordar este tema en una columna de opinión sin que parezca que se cuestiona a la víctima es sumamente complejo. Y no hay duda de la valentía del chaval, que decidió irse derecho a la Policía a denunciar los hechos -quizás sin ser consciente del revuelo que generan este tipo de sucesos-. Ese es uno de los grandes miedos de las víctimas de las agresiones y abusos sexuales: el circo mediático que puede organizarse una vez denuncian lo ocurrido.

Aquí en Teruel es una práctica más silenciada, pero lo de acudir a casa de un desconocido para un desahogo está a la orden del día desde la aparición de las aplicaciones de citas. La pregunta es: ¿que alguien venga a tu domicilio de forma voluntaria te da carta blanca para mantener relaciones sexuales con esa persona? La respuesta es obvia: no. Nadie, jamás, tiene derecho a ponerte una mano encima por mucho que te digan que “ya sabías a lo que venías”. Me da igual la edad, la orientación sexual o la ingesta de alcohol que tengan los implicados. No es no. Y punto.

Estas situaciones ocurren a diario. También en nuestra tranquila capital. Quedadas furtivas con gente que lleva una doble vida, suplantaciones de identidades para obtener fotos sensibles, intentos de abusos a chavales con dos copas que creen ser más maduros de lo que son… ¡Ojo! No digo que sea el caso de Carlos Aranda. Simplemente les aseguro que pasa mucho más a menudo de lo que se imaginan.

Es la edad la que te da el aplomo y seguridad para decir “no” y salir airoso ante semejantes situaciones. Son los años los que te enseñan a no “picar el anzuelo” y a detectar a los que usan el engaño y la superioridad para forzarte a hacer cosas que no quieres. Y también es esa misma edad la que te hace ir con pies de plomo y desconfiar de “esas señales inequívocas” que luego pueden arruinarte la vida.

La línea que define el consentimiento ante un escarceo amoroso fruto de una aplicación en el móvil es tan delgada que la ley difícilmente puede protegernos. En muchos casos acaba siendo un “tu palabra contra la mía” y es fácil decantar la balanza por el que, a priori, puede parecer la víctima. Y no siempre es así. Por eso hay que establecer mecanismos de protección constantes que acaban convirtiendo el juego del amor fugaz en una especie de deporte de riesgo que puede acabar despeñándote por un acantilado.

Sólo la madurez (y, a veces ni eso) permite desarrollar cierto olfato para tratar de evitar situaciones de abusos sexuales en este tipo de citas. Y aunque siempre hay que denunciar cualquier agresión consumada, no está de más aplicar cierta profilaxis mental antes de meterse en la boca del lobo.