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La Nochevieja ha muerto La Nochevieja ha muerto
La Glorieta, este lunes tras la celebración de la Nochevieja en la carpa. Javier Escriche

La Nochevieja ha muerto

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Javier Silvestre

Es el último día del año y si me pongo a analizar las horas que tenemos por delante antes de que llegue el 2024, todo ha cambiado. La Nochevieja ya no existe. Hace tiempo que nos hemos inventado la Tardevieja, que viene a ser cogerse una cogorza a plena luz del día, con los amigos de siempre, para llegar a la cena familiar con la suficiente dosis de anestesia para afrontar la enésima comilona navideña y salir airoso.

Si uno consigue llegar a las uvas tradicionales tras un vermut de 12 horas, el mejor plan es irse a la cama. Porque eso de arrancar el año en un cotillón es ya cosa del pasado.

Pocos bares lo hacen todavía en Teruel y los precios son más bien caros para lo que ofrecen. La intromisión política y el buenismo social han servido a los hosteleros para borrar de su oferta las siempre indecorosas barras libres de antaño donde uno sentía el placer del despilfarro de alcohol sólo reservado a los millonarios del celuloide. Ahora pagas 60 euros por 8 copas. Vaya, 7,5 euros el cubata. No sé dónde está la gracia de pagar más por tomar algo en unos locales cuyos aforos recuerdan a la puesta del pañuelico en la Vaquilla pero con brilli brilli.

Hay otra alternativa desde hace unos años para esta noche. Promovida directamente por el Ayuntamiento. Una carpa en la Glorieta con música desde la una de la madrugada hasta las 7.30 de la mañana (previo pago de entrada, por supuesto). El aforo, 1.000 personas. Se pueden ustedes imaginar la ratonera que supone eso: colas para entrar, colas para pedir, colas para ir al baño… Así las cosas, es normal que al final la chavalería haga botellón en los alrededores de la carpa, pasen de gastar dinero en una barra en la que hay que tener codos de hierro para hacerse un hueco y que prefieran aliviar sus secreciones en cualquier esquina antes que esperar pacientemente delante de un baño portátil.

Este año, esta carpa de la masificación en la que la condensación acaba generando un efecto lluvia sobre los asistentes, también tendrá horario de tarde. Así que desde las 16.30 horas, el chumba-chumba está garantizado. ¡Que Dios pille confesados a los vecinos de la zona!

Como hay que ser chachis y no excluir a nadie de la fiesta, también habrá unas preuvas a las doce del mediodía. Para niños. 900 cotillones gratuitos con 12 gominolas para que los peques ensayen lo que harán por la noche con sus padres. ¡Ay madre! ¿A quién se le ocurre regalar chucherías a los niños en los tiempos que corren? Ya me veo las quejas: que si tienen demasiado azúcar, que si llevan gluten, que si no están hechas con productos veganos, que si su fabricación contribuye al cambio climático, que si las gominolas no han sido elegidas con perspectiva de género… Los padres que a-todo-se-apuntan-pero-de-todo-se-quejan pueden calentar hoy motores para que, el viernes que viene, en la Cabalgata de Reyes, puedan alcanzar su éxtasis-de-la-crítica anual. Con lo fácil que es no ir en vez de ir y quejarse… Al menos, este año no les regalarán a los niños una botellita simulando champán, que si bien para algunos es un gesto horroroso porque “normaliza el consumo de alcohol entre los menores”, lo que realmente es denunciable es su sabor a rayos.

De la San Silvestre sí que me gusta que haya evolucionado a una rua de carnaval a paso rápido. Una veintena que corren y el resto pasea por el centro disfrazado con los pongos navideños que han encontrado por casa. Habrá eruditos que digan que esta carrera popular se ha desdibujado pero, ¿qué tiene de malo salir a dar una vuelta rápida con los amigos vestido de Papá Noel fit?

A mí, todos estos cambios en la forma de vivir el último día del año me pillan un poco ajado ya. Pero con 20 años menos me haría un pleno al 15: de las preuvas al vermut con amigos; del vermut a la carpa de tarde; de la carpa a corretear la San Silvestre; después de haber quemado las primeras copas, a la cena familiar; de ahí a las uvas reales en la Catedral; y luego lo que aguante el cuerpo. El objetivo: que el 2024 no nos pille durmiendo.

Como la Nochevieja como tal ha muerto, sólo me queda desearles… ¡Feliz último día del año!