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La vacuna estética La vacuna estética

La vacuna estética

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Javier Silvestre

Alerta máxima. Si usted que me lee se ha sometido a algún retoque estético en los últimos seis meses, debe saber que la vacuna de Moderna puede no sentarle del todo bien. Y es que se acaba de confirmar que algunas de las personas que se hicieron algún arreglito a partir del verano experimentan en la cara inflamaciones y problemas leves pero incómodos. Y lo más importante: delatores.
Cuando compartí la noticia en Twitter, un compañero y amigo presentador de La Brújula en Onda Cero Cataluña contestaba: “Pues entonces, la plantilla al completo de Sálvame no puede vacunarse…” Me hizo reflexionar porque era exactamente lo mismo que yo había pensado tras leer el artículo de TMZ que hablaba sobre este tema. Pero justo después empecé a poner cara a las decenas de personas que conozco que se han inyectado vitaminas alguna vez en su vida. 
Es más, comencé a recordar cómo alguna amiga mía me confesaba, absolutamente preocupada, que lo primero que haría cuando acabase el confinamiento, en el mes de mayo, sería ir a darse una “alegría” en el rostro. Porque admitámoslo, mientras que hemos perdido el rubor a llamar cáncer al cáncer, seguimos usando toda clase de eufemismos para referirnos a los retoques estéticos. Y no es de extrañar...
Entre los amantes del retoque, cuando alguien les dice lo bien que se conservan, hay una enfermiza obsesión por responsabilizar sólo a la genética de su buen aspecto y eterna juventud. Admitir haber recibido ayuda externa es secreto de Estado. Es más, también se tira de genes cuando tratan de explicar por qué mantienen los abdominales marcados sin ir al gimnasio o conservan unos pechos ingrávidos sin necesidad de sujección wonder. Es una especie de supremacismo estético frente al que, simplemente, ha priorizado otras cosas antes que a luchar contra los estragos del tiempo.
También se da el caso contrario. Aquellos que repudian con grandes aspavientos someterse a cualquier tipo de tratamiento para mejorar su físico. Suelen coincidir con un tipo de personas que, bajo la premisa de aceptarse a sí mismos, menosprecian a los que se sienten bien dedicando tiempo, esfuerzo y dinero en mejorar su aspecto por fuera. Son individuos que, cuando regresan a sus casas, mandan un whatsapp privado para saber cómo se llamaba esa crema milagrosa de la que tanto se habían reído minutos atrás.
Al final todo se reduce a respetar al prójimo: algo que creemos llevar incorporado en nuestro ADN pero que, en la práctica, brilla por su ausencia. Querer mejorar matándose a sentadillas, ni es bueno, ni es malo. Inyectarse ácido hialurónico para verse mejor en el espejo, ni es bueno ni es malo. Viajar a Turquía a ponerse pelo, ni es bueno, ni es malo. Son decisiones personales que cada uno debe de tomar por sí mismo. Y punto.
Es cierto que la plantilla de Sálvame al completo recurre a los retoques estéticos (en algunos casos superando el esperpento). Pero también lo han hecho la totalidad de los presidentes del Gobierno de las últimas legislaturas (con Rajoy tengo mis dudas). Es más, se sorprenderían si supiesen cuántas personas con las que se relacionan a diario se inoculan brebajes contra el paso del tiempo. Y no pasa nada.
Seguramente esperaba usted encontrar hoy una sesuda columna sobre vacunas pandémicas pero al final, hablar de retoques estéticos, siempre nos alegra un poco la cara, ¿no cree?