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La verdadera equivocación La verdadera equivocación

La verdadera equivocación

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Javier Silvestre

Recomiendo encarecidamente que lean ustedes el blog Historiasdecarreteras.com de Carlos Casas Nagore, el que ha sido durante años el responsable del área de Conservación de la Red de Carreteras del Estado en nuestra provincia. Nadie como este ingeniero de caminos explica la historia del conocido como el puente de la Equivocación. Les hago un resumen y pido disculpas por dejar fuera tantos detalles que les fascinarán cuando puedan saber la historia completa.

Resulta que había un precioso puente de hierro delante de la iglesia de San Francisco que, como otras tantas cosas, acabó hecho añicos tras los bombardeos de la Guerra Civil. Pasada la contienda, tocaba reconstruir el puente y se optó por desplazarlo hacia Teruel para que pudiese ganar altura (ya que el antiguo había estado a punto de sucumbir a las crecidas del Turia). Había ahí otro factor clave para construir un puente más alto: que cupiesen las vías del tren. Para que se sitúen, estamos en el año 1940.

Cuatro años después se adjudicaban las obras, con un puente que contaba con un gran arco que permitía salvar las vías ferroviarias y nuestro río de un tirón. Comenzaron a cimentarse los pilares y dos años después de haber comenzado los trabajos, Renfe se puso a medir y se dió cuenta de que con ese diseño no cabían tres vías con sus respectivas catenarias. Sí, han leído bien.

Empezó ahí una contienda entre los vecinos de la Colmena, los ingenieros de la Jefatura de Puentes y el ente ferroviario. Entre unas cosas y otras, hasta 1954 no estuvo finalizada la obra, que acabó siendo una equivocación en toda regla como veremos ahora.

Recuerda Carlos Casas que el bochorno con la construcción del puente fue de tal magnitud se hizo una falla en la ciudad mofándose de la infraestructura. E incluso se pidió desde este periódico cuando se llamaba Lucha que se “volase” el maldito puente. Quizás habríamos acabado antes, la verdad.

70 años después, en marzo de 2024, y tras casi 12 meses de obras, el puente de la Equivocación estrenaba una puesta a punto que había costado sudor y lágrimas al Ayuntamiento. Primero, porque llevaban seis años intentando comenzar las obras sin éxito y segundo porque el alicatado les salió por el doble de lo previsto: de 296.000 a 580.000 euros. El puente maldito estaba peor de lo que se esperaba, dijo entonces la alcaldesa. Pero, ¡ay que no acababa ahí la cosa! Porque ahora resulta que Renfe reaparece en nuestras vidas para advertirnos de que los nuevos trenes con catenarias no caben y que es inviable rebajar la vía (está el lecho del río, no se olviden). Y es ahí cuando uno no da crédito a la ineptitud de nuestras administraciones.

¿Me están diciendo que desde 1940 hasta hoy nadie ha medido realmente la altura de ese tramo del puente de la equivocación? Peor aún: ¿en la última reforma de hace un año y en la que ya se sabía que se iban a electrificar las vías, nadie del Ayuntamiento habló con Fomento para asegurarse de que los trenes iban a caber por debajo? Es alucinante e indignante el nivel de pasotismo y la falta de profesionalidad de todos los que nos gobiernan.

Así que toca volver a hacer obras en el puente de la Equivocación. Eso sí, desde el Ayuntamiento dicen que ahora no la pagamos nosotros (refiriéndose a las arcas municipales). Se olvidan desde el consistorio que si semejante pifia la tiene que pagar el ministerio de turno, ¡también lo pagamos nosotros! Ese es el problema, que aquella frase de la ministra socialista Carmen Calvo afirmando que “el dinero público no es de nadie” ha calado hasta el tuétano de nuestra clase política. Y permítanme que les recuerde que ese dinero sale de los bolsillos de una sociedad molida a impuestos.

Me dice un amigo ingeniero que el retoquito del puente para que quepa el tren es “un despropósito y un despilfarro” porque “afecta a las telecomunicaciones, tendidos eléctricos, y de agua que fueron renovadas hace poco más de un año”. ¡Qué poco durarían la mayoría de ustedes en la empresa privada! Porque, o les despedían a la primera cagada o llevaban a la compañía directamente a la quiebra. Siguen demostrando, un siglo después, que la verdadera equivocación es tener semejante nivel de gobernantes.