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Nos mean en la cara Nos mean en la cara

Nos mean en la cara

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Javier Silvestre

Les contaré un secreto que seguro ya conocen: la Justicia no es justa. Lo trata de ser, pero no lo consigue. No me refiero a los jueces de base, que acometen su trabajo con la mayor equidistancia y neutralidad posible, sino a los órganos de decisión jurídica que (¡oh, sorpresa!) dependen de los políticos.

No les quiero aburrir con el galimatías informativo de esta semana, que es gravísimo por muchos motivos que expondrán mucho mejor otros colegas columnistas. Pero sí quiero exponerles una reflexión personal que, como periodista, me ha estado carcomiendo toda la semana y que he compartido con varios compañeros que son, a su vez, responsables de importantes programas de televisión y de radio de nuestro país.

La mayoría de la gente no entiende absolutamente nada de lo que está pasando a nivel político y judicial por su complejidad -nos cuesta seguirlo incluso a los periodistas que estamos metidos en la materia-, con lo que el espectador/oyente tiene dos únicas alternativas: desconectar o quedarse con la opinión de brocha gorda que se adapte -más o menos- a sus simpatías ideológicas.

Y desde el Periodismo (convertido por necesidades empresariales en infotainment) resulta casi imposible explicar de forma entendible el funcionamiento de los órganos de Justicia y su relación con la política. Además se suma un efecto perverso: cada vez que se tocan temas de tan complejo abordaje la gente se va, apaga la tele o cambia de emisora. Y he aquí donde surge el debate deontológico de estos días. ¿Priorizamos la audiencia y rehusamos a explicar lo grave de lo ocurrido? ¿O cumplimos con nuestro autoimpuesto deber como informadores y nos metemos en semejante lodazal informativo aún a riesgo de que a nadie le interese?

Ustedes dirán que hay un punto medio. Pero les aseguro que no lo hay. Es matemático y está demostrado. Tratar de explicar el sistema de nombramientos del Constitucional es inversamente proporcional a la curva de audiencia. Fin. Los políticos son conscientes y lanzan botes de pintura, grandes afirmaciones, que repiten como un mantra incurriendo en una gravísima irresponsabilidad. Porque desmontar sus mentiras es perfectamente posible… pero lleva tiempo. Y en los medios de comunicación el tiempo es dinero.

Así que nos plantamos en un mundo en el que las mentiras calan en todas aquellas mentes que ni entienden (ni quieren entender) de qué va el asunto. Y ese es el problema de fondo: la desconexión a la que están llevando al ciudadano de su propia realidad. Dejamos de ser personas informadas y críticas, para convertirnos en hooligans de aquel que suelta el exabrupto que más encaja con nuestro estado de ánimo. Y retroalimentamos nuestra ignorancia con más mentiras y desinformación.

¿Han comprado últimamente algún periódico y han apreciado su grosor? ¿Han visto cuáles son las noticias más leídas en los digitales? ¿Conocen la audiencia de los dos o tres programas de política que quedan en televisión? ¿Por qué se le dedica más tiempo a los sucesos que a lo que pasa en el Congreso pese a que esto último nos afecta a todos? Porque nos han desconectado, como sociedad, de lo verdaderamente importante.

Y eso es peligroso. En cualquier momento podemos mutar en Perú y salir a la calle a manifestarnos convencidos de que drogaron a nuestro presidente tras un autogolpe fallido. Lo que nos parece ridículo en otras partes del planeta está pasando aquí mismo, pero nos damos cuenta. Permitimos que se ningunee el Estado de Derecho y que los insultos sean el único argumento político que se nos presenta, que ciertas ministras permanezcan en su cargo tras demostrar su incapacidad absoluta para legislar o que la corrupción se blanquee por intereses electorales, por poner algún ejemplo de esta semana.

“Nos mean en la cara y dicen que llueve.” Esta frase, atribuída al periodista y escritor uruguayo Eduardo Galdeano, es perfectamente aplicable a estos días que vivimos. Nos están calando de orines, pero nos hacen creer que es agua cristalina que encima acabará milagrosamente con la sequía. Saquen el paraguas, infórmense y sean impermeables, porque la cosa está “para mear y no echar gota”.