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Nuestra fiesta de invierno Nuestra fiesta de invierno

Nuestra fiesta de invierno

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Javier Silvestre
Me decían unos amigos de fuera de Teruel que estaban “alucinados” por cómo nos volcamos turolenses con Las Bodas de Isabel de Segura. Y no es para menos. Yo, cada año que vengo, sigo quedándome sorprendido con la cantidad de gente que se vuelca en una fiesta que no vi nacer porque ya estaba estudiando fuera. Eso sí, me canso de tener que corregir a los foráneos que dicen que les encanta ver a tanta gente “disfrazada”. Vestida, les recalco con cara de pocos amigos.

Es cierto que la ciudad al completo se involucra en un evento que deja sin palabras al que lo visita por primera vez. Y es que podríamos afirmar sin miedo que estamos ante la Vaquilla de Invierno. Muchos me dirán que no es comparable, pero ya les digo yo que lo es. Porque los que participan activamente de esta fiesta la “sienten” y se implican a niveles que son equiparables a ser un peñista vaquillero.

La gente que abarrota todos los rincones, la basura que se acumula en cada centímetro del adoquinado del centro, la animadversión de los que huyen de la ciudad durante este fin de semana, el reencontrarse con amigos de toda la vida en jaimas donde todo es de todos, los miles de niños vestidos de medieval con espadas y escudos que pronostican larga vida a esta fiesta… No me dirán que no es aplicable a ambas celebraciones.

Las Bodas, sin embargo, tiene un punto mucho más turístico que la Vaquilla. Tiene un hilo narrativo que lo hace atractivo al que viene de fuera, que permite su retransmisión televisada y que consigue que cada minuto pase algo en la ciudad. Eso atrapa al turista, el poder sentirse dentro de la leyenda de los Amantes de Teruel. Es de agradecer a los miles de voluntarios que participan cada año y consiguen transportarnos a todos, incluso a los que regresamos a casa hace años, a una villa medieval casi real.

Habrá quién dirá que hacer un toro ensogado y sacar tambores de Semana Santa es “poco original”. Yo les digo que es la mejor venta que se puede hacer de nuestras tradiciones a los que vienen de fuera a pasar un par de días. Es un escaparate para demostrar cómo es nuestra gastronomía (aunque los precios de algunos puestos poco de medievales tienen), la oferta cultural y la implicación de toda una ciudad en echarse a la calle para convertir en realidad nuestra leyenda más universal.

Entiendo las molestias de muchos vecinos del centro que se quejarán, como cada año, del ruido, las multitudes, la retirada de contenedores, la suciedad acumulada similar a la de la Vaquilla... Yo sólo veo cosas positivas a esta celebración y defiendo apostar por una fiesta que sitúa a Teruel en el mapa cada mes de febrero. El turismo que viene es de calidad, gasta dinero en los comercios locales y promete volver a visitar la provincia en un futuro cercano.

En julio la cosa cambia en la forma, pero no en el fondo. Una ciudad entera volcada para un evento que, aunque tiene poco hilo narrativo, permite demostrar la capacidad de acogida de los turolenses y su generosidad para con los de fuera.

Para mí, que vivo fuera, son dos citas obligadas cada año porque me permiten abrazarme con mis raíces. Y, por supuesto, inculcarle a los que vendrán que este fin de semana hay que vestirse de medieval y en julio de vaquillero.