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¡Pedro, a Eurovisión! ¡Pedro, a Eurovisión!

¡Pedro, a Eurovisión!

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Javier Silvestre

Imagínenlo. Sería todo un bombazo. Pedro Sánchez… ¡representante de España en Eurovisión! Yo, visto lo visto, no lo descartaría después de que esta semana haya trascendido que el liderísimo de la Europa progresista, igualitaria y libre estaba grabando su propia docuserie. Mostrará su día a día institucional en Moncloa, pero también su lado "humano". Y no seré yo el que les diga que me encantaría poder grabar esa serie. El periodista que les diga lo contrario, o no es un verdadero periodista o miente en un alarde de deontología mal digerido.

El problema de la serie de Sánchez es que aún no tiene plataforma, ni televisión que la quiera. No por falta de interés, sino porque todavía no se sabe el nivel de verosimilitud del producto final. Desconocemos si será un relato fidedigno de ese día a día presidencial o si se tratará de un nuevo relato de ciencia ficción y realidad aumentada que sólo sirva como el enésimo altavoz del galán de Ferraz.

Seguramente será una mezcla de ambos. Un bosque de momentos prefabricados y elegidos con cautela desde dónde se podrá atisbar al verdadero Sánchez, al ser humano real que se esconde tras los contratos de maquillaje. Nos quedaremos con las ganas de ver ese ejercicio tan bien llevado a la pequeña pantalla por la irrepetible House of cards, donde el senador Frank Underwood conseguía escalar hasta el Despacho Oval con artes de trilero. Pero artes, al fin y al cabo.

Sería interesante saber qué le promete por la mañana a Belarra, cómo le dice a Bolaños que de lo prometido nada, cómo no le coge el teléfono a Darías mientras hace abdominales, los almuerzos con Calviño recordando a los personajes secundarios que se quedaron en la primera temporada: Ábalos, Iglesias, Duque, Illa… Daban para otra docurserie, sin duda.

Me encantaría leer los whatsapp con Yolanda Díaz, cómo haría una captura de pantalla y se los reenviaría a Irene para sacarla un poco más de sus casillas. Y, claro está, pagaría por grabar su baño lleno de botes de serum reafirmante y su armario, que me consta, tiene un número de corbatas que se aproxima al zapatero de Imelda Marcos.

Menos mal que Pedro no se ha propuesto ir a Eurovisión. Porque lo lograría. Montaría un Moncloa Fest con gente resultona pero del montón y se presentaría con una canción melódica, a lo Bertín Osborne, que tuviese referencias al rap, rock, jazz, trap y reguetón. Usaría todas las lenguas autonómicas y sería inclusiva, igualitaria, empoderada y ecogayfriendly.

En los coros, un poco de todo: sardanas, bulerías, galicismos varios y un baile homenaje a la jota riojana mezclada con el aurresku. La puesta en escena empezaría con Pero seduciendo a la cámara con su mirada penetrante y acabaría con fuegos artificiales generados con la quema de biomasa. Y con una camiseta morada de licra bien ceñida que sin cosificar al hombre demostrase el yugo y tiranía que supone la ropa ajustada para las mujeres del Occidente y dónde se leyese "No a todes les guerres". Aquí cabría todo: desde la invasión de Ucrania, al bloqueo a Cuba, pasando por la violencia de género y, de paso, rescatando las amistades bélicas del Emérito.

Nadie entendería nada pero a todos gustaría. Porque a todos contentaría en algún punto. Y estar en contra de la candidatura de Pedro a Eurovisión sería un acto de totalitarismo imperdonable. Así que, Spain twelve points, l'Espagne douze points, y que viva la fiesta. Entre ver el informativo con el precio de la luz, la gasolina y el gas atenazando nuestras vidas o ver al ruiseñor de la democracia desplegando todo su plumaje, yo me quedo con Pedro yendo a Eurovisión. ¿Usted no?