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Reportero de entretiempo Reportero de entretiempo

Reportero de entretiempo

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Javier Silvestre

Se ríen mis amigos y compañeros cuando les digo que yo aspiro a ser tan sólo un “reportero de entretiempo”. Es decir, que no me gusta salir a la calle a cubrir informaciones durante los meses de invierno, ni mucho menos ahora en pleno verano. Poco se imaginan ustedes, cuando ven a alguien en cualquier lugar, informando sobre la última hora de cualquier suceso, la cantidad de horas que llevamos ahí esperando los periodistas a que nos den nuestros treinta segundos de gloria.

Esta semana ha sido José Luis Moreno el que ha copado la actualidad informativa. Guardia en su casa de Boadilla del Monte, guardia en los calabozos de la comisaría de Moratalaz, guardia en la Audiencia Nacional y vuelta a hacer guardia a su casa cuando lo dejaron en libertad. Vamos persiguiendo la noticia aunque, realmente, los que estamos in situ nos enteramos más bien poco de lo que pasa en realidad.

Eso sí, las amistades que se hacen en estas guardias eternas suelen durar toda una vida. Porque ocho horas apostado en la puerta de la casa de alguien -y donde la mayor noticia es que ha entrado el cartero- dan para contarse media vida. Y eso une. También lo hace el ayudarse en el momento del directo. Porque aunque les parezca mentira, los periodistas nos ayudamos y mucho.

Es habitual que el reportero que llega más tarde pregunte al resto y que trafiquemos con la información, que nos sujetemos el micrófono si nos pilla algo relevante cambiando el agua al canario, que nos repartamos las pocas botellas de agua que alguien ha metido en el bolso e incluso que intercambiemos horarios para poder echar un café en un bar. Hacernos el trabajo más fácil, vaya… que bastante tenemos con estar a 36 grados a la sombra, sentados en una acera durante horas y esperando a que nos den paso desde plató.

En estas coberturas en directo no hay cadenas amigas, ni cadenas tristes, ni nada por el estilo. Sólo, compañeros que se ayudan en lo que pueden, que cuentan batallitas y, por qué no decirlo, airean los dramas de sus respectivos programas o cadenas de televisión. Durante un rato, nos dedicamos a arreglar el mundo y a ponernos al día sobre los chascarrillos de la profesión. Créanme que si emitiesen en directo esos corrillos de periodistas tendríamos más audiencia que un partido de la Selección.

Tampoco se crean que todo el mundo es maravilloso. Hay compañeros que llegan, se aislan del resto, están mas pendientes de repasarse el maquillaje y de memorizar lo que tienen que decir, que de relacionarse con el resto. No les culpo aunque es algo que suele pasarse con la edad. Cuantas más guardias, más directos y más coberturas informativas, menos importancia le da uno a su imagen (sin olvidarla, claro está) y más a rodearse de gente buena que, en última instancia, será la que te eche un cable a la hora de la verdad.

La precarización de la televisión hace que cada vez haya menos reporteros bragados en estas guardias, con la consiguiente pérdida en la vertiente informativa y humana. Igualmente, cada vez se estila más el veni, vidi, vici a la hora de informar de algo. Un aquí te pillo, aquí te mato de la información que impide relacionarse con nadie porque toca salir pitando hacia otro directo en la otra punta de la ciudad.

Y aunque ustedes sólo vean que aparecemos muy dignos, delante de una cámara y con nuestra mejor cara, la realidad es que llevamos ocho horas bajo un sol abrasador y semi deshidratados esperando para contarles que a José Luis Moreno no ha venido a verle absolutamente nadie. Es lo que toca, lo sé, pero no me negarán que en plena ola de calor y oyendo cómo los vecinos del productor televisivo chapotean en las piscinas de sus mansiones, a uno sólo le entran ganas de ser un simple reportero de entretiempo.